Nuestro escritor nos ha hablado acerca de los peligros que el engaño de pecado puede causar en la vida de los creyentes, está sumamente preocupado por sus lectores, los anima a permanecer firmes en la fe, por medio del Salmo 95. Y ahora está por repetirlo, pero en forma de preguntas, con el propósito de reafirmar su exhortación.
3:14 Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio,
15 entre tanto que se dice:
Si oyereis hoy su voz,
No endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación.
El paralelo entre Hebreos 3:6 y Hebreos 3:14 es notable. La imagen utilizada en el v. 6 es la de la casa de Dios sobre la cual Cristo ha sido colocado como Hijo y de la cual somos parte. En el v. 14 se describe esa misma relación en términos de una participación en Cristo. Con esta corta pero poderosa frase vamos a terminar nuestra enseñanza del día de hoy, así que prosigamos, para poder llegar a nuestro clímax del día de hoy.
La exhortación es a estar firmes hasta el fin en nuestra certeza o confianza del principio. Sólo aquellos creyentes que sin vacilar continúan confesando su fe en Jesús son salvos. Solamente la fe mantiene al creyente en una relación viva con Cristo Jesús. Así que no se trata de una confianza de una sola vez, debe de ser algo continuo, constante, no basta con decir que tuvimos fe en algún momento, esa fe debe de crecer, madurar y ser continua hasta el final.
¿Qué quiere dar a entender entonces el escritor cuando dice: si nos aferramos firmemente hasta el fin a la confianza que teníamos al principio? Se refiere a que el cristiano, hasta no haber sido perfeccionado, se considera un principiante. Esta confianza es la continua adhesión a Cristo en fe. Mientras nuestra fe en Cristo sea el fundamento de todo estamos a salvo y seguros como miembros de la casa de Dios.
Para hacernos recordar una vez más de la necesidad diaria de escuchar atenta y obedientemente la voz de Dios, el escritor cita la ya familiar afirmación del Salmo 95: Si oyereis hoy su voz, No endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación. Dios nos dirige constantemente por medio de su Palabra y espera que nosotros, que vivimos por la fe, la prestemos toda nuestra atención.
Nuestro escritor a manera de corolario, formula cierto número de preguntas retóricas relacionadas con los israelitas que perecieron en el desierto a causa de su incredulidad, dicha serie de preguntas que se van contestando progresivamente, el escritor hace patente que dicha incredulidad termina en la muerte.
16 ¿Quiénes fueron los que, habiendo oído, le provocaron? ¿No fueron todos los que salieron de Egipto por mano de Moisés?
En esta primera pregunta el escritor dirige nuestra atención al mensaje de la extensa cita del Salmo 95, y por medio de la segunda pregunta nos da la respuesta a la primera. Esa gente había visto los milagros que Dios había hecho; habían experimentado la bondad de Dios. Día tras día comían el maná, y podían ver la presencia de Dios en la columna de fuego durante la noche y en la nube durante el día.
De manera implícita el escritor comunica el mensaje ya expresado en Hebreos 2:2 de no descuidar una salvación tan grande.
17 ¿Y con quiénes estuvo él disgustado cuarenta años? ¿No fue con los que pecaron, cuyos cuerpos cayeron en el desierto?
Éxodo 17 relata la primera rebelión al principio del período de cuarenta años, y Números 25 registra el afrentoso pecado de inmoralidad al fin de dicho período. Los israelitas no habían cambiado: seguían siendo rebeldes y obstinados. Las únicas excepciones fueron, por supuesto, Josué y Caleb, que demostraron su fe y recibieron el privilegio de conquistar y poseer la tierra.
18 ¿Y a quiénes juró que no entrarían en su reposo, sino a aquellos que desobedecieron?
La desobediencia es la negativa a oír la voz de Dios y un rehusar obstinado a actuar en respuesta a dicha voz. Las únicas excepciones fueron, por supuesto, Josué y Caleb, que demostraron su fe y recibieron el privilegio de conquistar y poseer la tierra.
19 Y vemos que no pudieron entrar a causa de incredulidad.
Para terminar, el escritor manifiesta que los israelitas rebeldes, en un ejemplo que no requiere imitación, debían perecer en el desierto a causa de su incredulidad o falta de fe, que es el pecado de desafiar abiertamente a Dios, negándose a creer, y exhibiendo desobediencia.
La incredulidad es la raíz del pecado de provocar a Dios. La incredulidad le roba a Dios su gloria y le roba al incrédulo el privilegio de la bendición de Dios. Debido a la incredulidad, al hombre rebelde se le niega la entrada al reposo que Dios tiene provisto para los miembros de su casa.
Conclusiones y aplicación:
Nuestra salvación es de suma importancia y no debe tomarse nunca a la ligera. Debemos prestarle atención a las amonestaciones que nos hace llegar el escritor de Hebreos en forma de ilustraciones tomadas del pasado de Israel Éxodo 17:7. Números 20:13. Deuteronomio 33:8. Salmo106:32.
Según Números 1, el censo de los israelitas se llevó a cabo el segundo año después que el pueblo salió de Egipto, y el número total de hombres mayores de veinte años que estaban en condiciones de servir en el ejército de Israel era 603,550. Números 1:46. Duplíquese como mínimo este número pensando en un número igual de mujeres que tenían veinte años o más, da como resultado 1,207,100 y dividamos el total por el número de días que los Israelitas pasaron en el desierto durante esos treinta y ocho años, que son 13,870.
El resultado nos da casi noventa (87) muertes por día como consecuencia de la maldición divina Números 14:23. Deuteronomio 1:34–35. ¡Qué recordatorio diario de la ira de Dios!
Todos los pecados son desviaciones de la ley que Dios le diera a su pueblo. Los israelitas escogieron deliberadamente seguir sus propios deseos y apetitos carnales; demostraron su descarriada naturaleza en palabras y hechos, en mente y corazón. Su actitud provenía de un corazón perverso.
Espero con esto dimensionar la importancia de ser hechos participantes de Cristo. Nuestro autor usó la palabra griega metocos (μέτοχος, G3353) denota la idea de un asociado y de un compañero.
Somos partícipes en Cristo cuando hemos aceptado el evangelio en fe y obediencia y demostramos por medio de nuestras vidas que lo que creemos con nuestro corazón lo confesamos con nuestras bocas Romanos 10:10, no solo un día o una ocasión especial, sino toda nuestra vida. Aquellos que nunca confiesan nunca han participado de Cristo, por lo cual sabemos que no conocen a Cristo como su Salvador.
Somos participantes de Cristo cuando tenemos comunión intima con él por medio de nuestro diario devocional.
Somos participantes de Cristo cuando somos confrontados con su Palabra y elegimos tomar nuestra cruz y seguirlo fielmente.
Somos participantes de Cristo, cuando maduramos y preferimos por encima de todas las cosas estar con él, siempre, bajo cualquier circunstancia.
Somos participantes de Cristo cuando dejamos que su Espíritu nos redarguya de pecado, los confesamos y nos alejamos de ellos, mortificando a diario nuestra carne.
Somos participantes de Cristo, cuando preferimos a nuestra familia espiritual ,compartir con ellos, tener comunión unos con otros y vivir en comunidad como miembros de una iglesia local.
Somos participantes de Cristo, cuando tomamos dignamente la Cena del Señor, compartimos su copa de bendición, compartimos el pan de comunión, compartimos el cuerpo y la sangre de Cristo, como los elementos que nos dieron salvación, y los conmemoramos en el pan y el vino.