El día de hoy comenzamos con el segundo capítulo de esta maravillosa carta, uno de los eslabones que hay entre el primer capítulo y el segundo son las referencias directas e indirectas que el escritor hace a la triple investidura de Cristo: profeta, sacerdote y rey.
En el primer capítulo, el escritor describe al Hijo como la persona mediante la cual Dios habló proféticamente (1:2), como sumo sacerdote que proveyó purificación por los pecados (1:3), y como aquel que, rodeado de esplendor real, se sentó a la diestra de la Majestad en el cielo (1:3). El escritor continúa este énfasis en el capítulo dos describiendo a Cristo como el Señor, aquel que como profeta anuncia la salvación (2:3), que como rey está coronado de gloria y honor (2:9), y que es un misericordioso y fiel sumo sacerdote al servicio de Dios (2:17).
En el capítulo 1, el escritor presenta a Jesús como El Hijo (vv. 2,5), El Señor (2:3) y como Jesús (2:9). En los capítulos subsiguientes el escritor utiliza este y otros nombres con mayor frecuencia. A lo largo de su epístola el escritor entreteje enseñanza y exhortación, doctrina y consejos sobre asuntos prácticos. Después de proporcionar un capítulo de introducción que se ocupa de la superioridad del Hijo, ahora en el capítulo segundo el escritor lo aplica en una exhortación práctica de la vida cristiana.
En la exhortación él demuestra ser un pastor amoroso y cuidadoso que busca el bienestar espiritual de todos los que leen y oyen las palabras de la epístola.
2:1 Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos.
La conjunción “por tanto” nos dice que en el pensamiento del autor hay continuidad orgánica, no está cambiando el tema o pasando a otro asunto sin antes cerrar el que maneja, en este caso nos dice que el hecho de las superioridad del Hijo eterno de Dios, su supremacía sobre la creación y el que sea mayor a todo los ángeles tiene una aplicación práctica: vivir de una forma que demuestra que comprendemos la grandeza del Señor Jesucristo.
Una traducción más dinámica dice: “Es así, entonces, que estamos obligados a escuchar con mucha mayor atención lo que se nos ha dicho, por temor a desviarnos del rumbo”. Como es obvio, el negarse a prestar atención a la palabra dicha tiene consecuencias perjudiciales que nos pueden llevar a la ruina. La diferencia entre oír y escuchar puede ser muy notable.
Oír puede significar nada más que percibir sonidos que no demandan ni crean acción. Escuchar significa prestar cuidadosa atención a los sonidos que penetran al oído y luego motivan resultados positivos. A nuestros hijos podemos ordenarles que hagan alguna tarea o quehacer, pero si la tarea es en alguna medida desagradable, éste puede demorarla o postergarla. Ha oído claramente a sus padres, pero en ese momento se niega a escuchar. No hay respuesta.
La razón principal por la cual ha sido tan enfatizada la superioridad del Hijo sobre los ángeles comienza a aparecer ahora. La revelación antigua, la ley del Sinaí, fue comunicada por intermediarios angélicos, pero la revelación final de Dios fue dada en su Hijo y, por lo tanto, demanda en forma correspondiente una seria atención.
El escritor de Hebreos dice que nosotros—y se incluye a sí mismo en este pronombre— atendamos, es decir que debemos disponer nuestras mentes para escuchar atentamente el mensaje divino. Para no deslizar, usa el griego parareo (παραρέω, G3901), significa pasar por alto y sin preocuparse, así que no se refiere a caer o deslizarse del camino como cristianos, sino a no poner la suficiente a tención cuando el mensaje llega a nosotros, y para reforzarlo echa mano de la proclamación del decálogo en el Sinaí.
2 Porque si la palabra dicha por medio de los ángeles fue firme, y toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución.
La expresión palabra hablada por medio de ángeles apunta a la ley que Dios les diera a los israelitas desde el Monte Sinaí. Si bien ni el AT en general ni Éxodo en particular dan alguna indicación de que Dios usara ángeles para transmitir la ley al pueblo de Israel, tanto Esteban en su discurso ante el Sanedrín Hechos 7:35–53 como Pablo en su epístola a los gálatas (3:19) mencionan a los ángeles como mensajeros que llevaron la Ley a Moisés.
Es concebible que la tradición oral preservase esta información para uso de Esteban, de Pablo y el escritor de Hebreos. El texto indica que Dios fue quien en realidad habló, aun cuando recurriese a sus mensajeros, los ángeles. En otras palabras, la ley de Dios les llegó a los israelitas por medio de los ángeles desde el Monte Sinaí.
La Palabra—es decir, la ley del AT—era firme es decir obligatoria porque tras esta Palabra se encontraba Dios, que formalizó un pacto con su pueblo en el Monte Sinaí. Es Dios quien le da validez reguladora a su Palabra, puesto que él es fiel a su palabra.
El AT aporta numerosos ejemplos que demuestran que “toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución”. Basta con leer el libro de los Jueces para darnos cuenta. Pero, en vez de mencionar ejemplos específicos de la historia del AT, el escritor de Hebreos enfatiza el principio que enseña que transgredir la ley divina resulta en una justa retribución. Toda violación es mala; todo acto de desobediencia, una afrenta a Dios.
2:3a. ¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?
La palabra clave de esta parte de la oración, que comenzara en el versículo precedente, es “salvación”. El término ya ha sido utilizado en 1:14, donde se les dice a los lectores que todos los ángeles son espíritus ministradores que sirven a los creyentes quienes somos los herederos de la salvación.
Pero ahora no solo menciona la salvación, le añade el adjetivo Tan grande, el valor de la salvación nunca debe ser subestimado, ya que su precio fue el sufrimiento y la muerte de Jesús. A él se le llama autor de la salvación que lleva muchos hijos a la gloria (2:10). Por consiguiente, la salvación del creyente es inconmensurablemente grande.
Tal como lo declara el versículo 2, el mensaje del Antiguo Testamento no pudo ni puede ser violado sin sufrir las consecuencias. Cuánto más, entonces (dice este versículo), debiéramos nosotros atesorar nuestra salvación. Si llegamos a desatender el mensaje respecto a nuestra redención, es imposible que escapemos a la ira de Dios y al castigo subsiguiente. Cuanto más precioso es el don, tanto mayor es el castigo si no se lo tiene en cuenta.
2:3b. La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron,
El eje del capítulo 2, tal como lo fue el del capítulo 1, es Jesús, el Hijo de Dios, que es Señor aun de los ángeles. Y los vv. 2–3 son un ejemplo del tipo de argumento que va de lo menor a lo mayor, método que el escritor emplea repetidamente en esta epístola.
Estos versículos recuerdan a los lectores la enseñanza respecto a la superioridad del Hijo (1:4–14); el método de argumentación que usa el escritor enfatiza el contraste que hay entre los ángeles, que transmitieron la ley, y Jesús, que proclamó el evangelio. Los ángeles solamente sirvieron de mensajeros cuando estuvieron presentes en el Monte Sinaí, pero el Señor ha venido con el mensaje de salvación, que él mismo proclamó y que sus seguidores confirmaron por medio de la Palabra hablada y escrita.
En esta parte del versículo el énfasis recae en Jesús, cuya palabra es cierta. Es verdad que los ángeles trajeron “el mensaje”, mientras que Jesús trajo “salvación”.
Pero la gran salvación proclamada en el evangelio fue traída a la tierra no por un ángel, sino por el Hijo de Dios en persona. Por lo tanto, tratarla con ligereza debe exponer a sanciones aún más terribles que aquellas que garantizaban la ley. Aquí tenemos la primera de muchas advertencias que aparecen a través de la epístola, que dejan ver claramente que nuestro autor temía que sus lectores, sucumbiendo a presiones más o menos sutiles, pudieran hacerse objeto de estas sanciones, si no por una abierta renuncia al evangelio, posiblemente por separarse en forma creciente de su profesión pública hasta que dejara de tener influencia alguna sobre sus vidas.
Jesús, cuyo nombre se deriva del nombre Josué (salvación), fue el primero en proclamar las riquezas de la salvación. Desde el momento de su aparición en público hasta el día de la ascensión, Jesús dio a conocer la plena revelación redentora de Dios. El, que descendió del cielo y que por consiguiente está sobre todos, fue enviado por Dios a dar testimonio de “aquello que ha visto y oído” (Jn. 3:32). Su mensaje de salvación plena y gratuita “fue el verdadero origen del evangelio”.
No obstante, quizá los lectores podrían argumentar que ellos no habían oído a Jesús proclamar su mensaje, ya que el ministerio terrenal de Jesús duró solamente tres años, los cuales pasó principalmente en Israel. Es incontable el número de personas que jamás tuvo la oportunidad de escucharle. El escritor de Hebreos responde a esta objeción diciendo que el mensaje “nos fue confirmado por aquellos que le oyeron”.
Ni él mismo había tenido el privilegio de haber estado entre el auditorio de Jesús; también él había tenido que escuchar a aquellos seguidores que habían oído la palabra dicha por Jesús. Esta declaración nos dice que estos seguidores eran fieles testigos de las palabras y obras de Jesús.
Ellos, como testigos presenciales, dieron testimonio de la veracidad de los eventos ocurridos y del mensaje que había sido predicado. Y el escritor indica que él y los lectores de la epístola pertenecían a la segunda generación de seguidores; no habían escuchado el evangelio de labios de Jesús mismo.
Este hecho también descarta la posibilidad de una paternidad literaria apostólica para la carta a los hebreos. Si tenemos en cuenta que el escritor declara que él y sus lectores tuvieron que fiarse de los informes de los seguidores originales de Jesús, es razonable suponer que habían transcurrido algunas décadas desde la ascensión de Jesús.
4 testificando Dios juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad.
El escritor de la epístola da por sentado que sus lectores están bien familiarizados con el evangelio, ya sea por vía oral o escrita, y que tienen conocimiento del comienzo y desarrollo de la iglesia cristiana. Es por eso que no da mayores detalles respecto a la proclamación del evangelio por parte de Jesús y de los apóstoles, ni especifica cuales fueron las “señales, prodigios, diversos milagros y dones del Espíritu Santo”. El supone que sus lectores conocen bien la historia de la iglesia y, más específicamente, cómo la propagación del evangelio fue acompañada de señales y prodigios maravillosos. Su referencia a los dones del Espíritu Santo parece implicar que sus lectores están enterados de aquellos dones que se mencionan en 1ª Corintios 12:4–11.
Las señales, prodigios, milagros y dones del Espíritu complementaron la proclamación de la Palabra de Dios en las primeras décadas del auge y desarrollo de la iglesia cristiana, fueron el sello de autenticidad, y bastó solo con uno, no es necesario estar “sellando” de autentico en cada generación, una muestra más de que los dones extraordinarios han cesado.
Como lo vimos apenas hace poco, el libro de Hechos está repleto de vívidos ejemplos de esos milagros. Tan solo Pedro sanó al cojo que se sentaba a la puerta del templo llamada La Hermosa (3:1–10), reprendió a Ananías y Safira y ellos murieron al instante (5:1–11), restauró a Eneas, un paralítico que no podía levantarse de su lecho (9:32–35), y resucitó a Dorcas de los muertos (9:36–43).
Nuestro autor nos dice, además que el Espíritu Santo distribuía según su voluntad los dones milagrosos. En 1ª Corintios 12:11, dice que el Espíritu “los distribuye [a los dones] a cada quien, según él lo determina”. Al fin a al cabo es Dios quien atestigua la veracidad de su Palabra. Si interpretamos que las palabras según su voluntad abarcan a señales, prodigios y milagros entonces Dios mismo es el agente que utiliza estos poderes divinos “con el expreso propósito de sellar la verdad del Evangelio”.
Conclusiones y aplicación.
El escritor no es un teólogo aislado en su torre de marfil; demuestra tener un corazón de pastor que se preocupa por la iglesia. Advierte a los lectores y oyentes de su epístola que deben prestar diligente atención a la Palabra de Dios. Es más, él mismo se incluye en las advertencias y en la exhortación.
En está epístola el autor repetidamente advierte al lector que no debe apartarse del Dios vivo (3:12) y escribe que es horrendo “caer en las manos del Dios vivo” (10:31), “porque nuestro Dios es un fuego consumidor” (12:29).
El descuidar la Palabra de Dios no parece ser un gran pecado; y, sin embargo, por medio de un contraste entre este pecado y la desobediencia del pueblo en la era veterotestamentaria, enseña que descuidar la Palabra de Dios es una ofensa muy seria. Al habernos dado Dios su revelación total en el Antiguo y Nuevo Testamento, es imposible para nosotros escapar las consecuencias de la desobediencia o de la negligencia.
La salvación anunciada por el Señor es muy superior a la ley de Dios que le fuera enunciada a los israelitas en el Monte Sinaí. Cristo quita el velo que cubre los corazones de aquellos que leen el AT 2ª Corintios 3:13–16.
Llama la atención en medio de esta gloriosa exhortación entonces ¿Qué es descuidar una salvación tan grande? Ya sabemos de la grandeza de nuestra salvación, pues fue conseguida a precio de sangre, pero ¿Cómo podemos descuidarla? Para empezar el autor usa la palabra ameleo (ἀμελέω, G272), que se traduce también como desentenderse de, dejar a, ser negligente o menospreciar.
Primero, el texto no habla de sinergismo en ninguna manera, no es que nosotros hacemos algo para conservar ni mucho menos conseguir la salvación, eso es el sinergismo, y no es bíblico, la Escritura dice que la salvación es solo del Señor, es Monergista, es decir solo descansa en Dios, en su gracia, en su amor y misericordia.
El texto no nos dice que cuidemos, dice que no descuidemos, que no seamos negligentes, en este caso con lo ya obtenido por el Señor en la cruz, que no nos desentendamos de nuestros deberes y responsabilidades que como cristianos tenemos de por vida, el principal de ellos, reflejar a Cristo, el texto nos dice que no menospreciemos una salvación tan grande, es decir que no la tengamos en poco, que siempre que pensemos en ella sea con reverencia santa, con temor y temblor de saber que el hijos eterno de Dios murió en nuestro lugar, lo cual no es poca cosa, pero cuando nos comportamos de manera que pisoteamos ese sacrificio, entonces sí lo estamos menospreciando.
· Menospreciamos el tiempo de oración.
· Descuidamos nuestra lectura diaria.
· Somos negligentes con congregarnos fiel y regularmente.
· Nos desentendemos de nuestro devocional.
Simplemente no descansamos, no permanecemos en Cristo, el autor y consumador de nuestra salvación, lo vemos como algo obsoleto, frio, lejano, lo abandonamos parcialmente o en definitiva por completo, cuando lo hacemos no hay manera de escapar de las consecuencias, en nuestro caso como heredemos de la salvación tan grande, no es castigo, es simplemente disciplina. ¿Cuál es la diferencia? El castigo es que recibiríamos el justo pago por nuestro descuido, la disciplina es aplicar solo lo necesarios para que retomemos nuestra relación con el Señor.
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