lunes, 18 de julio de 2022

Epístola A Los Hebreos 10: Socorro En La Tentación. Hebreos 2:14-18.

  

El día de hoy cerramos ya el segundo capítulo de la epístola a los Hebreos, nuestro escritor no solo es un gran maestro capacitado fuertemente en el manejo de las Escrituras, tiene también el corazón de un pastor amoroso, preocupado por la salud espiritual de sus lectores, lo ha demostrado a lo largo de estos primeros dos capítulos, y de hecho así es como vamos a cerrar este, una vez más se nota su profundo interés porque la iglesia se capacite, pero sobre todo que madure en su caminar espiritual.

 

2:14 Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, 15 y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre.

 

En un versículo anterior (2:11), el escritor de Hebreos ha demostrado que Jesús y su pueblo pertenecen a la misma familia; la implicación es que Jesús ha asumido nuestra naturaleza humana. Ahora el escritor indica que la necesidad de librar a su pueblo de sus enemigos, la muerte y Satanás, significaba que Jesús tenía que hacerse hombre. Tenía que tener un cuerpo de carne y sangre y debía ser totalmente humano para poder librar a su pueblo.

 

El rescate de sus seguidores de la maldición del pecado y de las garras del diablo no podía lograrse a menos que él tomase el lugar de aquellos que Dios le había encomendado, pero que estaban bajo condenación debido a su pecado. Varias verdades aprendemos en estos dos versículos:

 

a. Por ser Jesús divino, hubiera sido imposible para él librarnos del pecado a menos que él mismo compartiera nuestra humanidad. Por lo tanto, por amor, Jesús compartió nuestra naturaleza humana y, aunque no tenía pecado, vivió una vida plenamente humana, es decir con todas sus debilidades, enfermedades, deseos, necesidades y tentaciones Hebreos 4:15. Jesús se hizo hombre de tal forma que ahora es pariente nuestro. Él es nuestro pariente consanguíneo, nuestro hermano, como ya aclaramos, en el sentido de que compartimos con Él la humanidad, y tenemos el mismo Padre, aunque por su puesto el Señor Jesús comparte la divinidad con el Padre y nosotros no.

 

En el original griego, el orden de las palabras es a la inversa (“sangre y carne”, en vez de “carne y sangre”); es posible que se trate de una expresión idiomática. Pero la preeminencia de la palabra sangre indica que los lazos que nos unen son lazos de sangre. Podemos decir de Jesús que él es uno de nosotros. Es nuestro hermano.

 

b. Dios Padre deseó que Jesús naciese de la Virgen María, ordenó que sufriese y muriese, y le libró del cautiverio de la muerte resucitándole de entre los muertos. Hechos 2:23–24. Fue así que Dios expresó su amor por su pueblo entregando a su propio Hijo a una muerte vergonzosa. Y el Hijo voluntariamente sufrió y murió en humillación por sus hermanos y hermanas, los miembros de la familia de Dios.

 

 

c. El resultado de la muerte de Cristo es doble: él triunfó sobre Satanás y liberó a su pueblo del temor a la muerte. Satanás deseaba la destrucción de la creación de Dios en general, y la del hombre en particular. Después de la caída, Satanás tuvo el poder de la muerte sobre Adán y sus descendientes, y utilizó la muerte como arma contra ellos. Tenía el privilegio de venir ante Dios en el cielo para acusar a los creyentes Zacarías 3:1–2, y estaba listo para poner en acción el veredicto pronunciado sobre el culpable y destruir al hombre, que estaba condenado a muerte.

 

Satanás, que había sido asesino desde el principio Juan 8:44 deseaba la muerte del hombre en el sentido más pleno de la palabra: muerte física y muerte espiritual, la total separación de Dios. Sin embargo, no fue Satanás sino Dios quien pronunció la maldición de la muerte sobe la raza humana cuando Adán y Eva cayeron en pecado. Y Satanás, que es un ángel creado por Dios, no es más que un siervo de Dios. Sin el permiso de Dios, Satanás nada puede hacer.

 

Jesús, el Hijo de Dios, estaba presente en la creación, ya que fue por medio de él que Dios hizo el universo Hebreos 1:2. Sólo él era capaz de destruir a Satanás y podía hacerlo por medio de su muerte en la cruz. Jesús derrotó a Satanás usando el arma de la muerte. Jesús pagó el castigo del pecado dando su vida, y nos libró de la maldición de la muerte. Y al pagar esta penalidad por nosotros, Jesús quitó el arma de la muerte de las manos de Satanás. Jesús quitó el temor a la muerte.

 

Pero tengamos cuidado de pensar equivocadamente, hay quienes, al no entender la salvación en todo su contexto, ha tergiversado pasajes como este, al decir que el sacrificio del Señor Jesucristo en la cruz, fue para satanás, esto es una total herejía, se conoce como la teoría del rescate pagado a satanás. Colosenses 2:15.

 

Entre los siglos II al IV hubo escritores cristianos como Orígenes y Gregorio de Nisa, que con base en textos como: Colosenses 2.15. 1ª Corintios 2:7-8. 2ª Corintios 4.4. Efesios 4:8 y Hebreos 2:14, inventaron la teoría de que Cristo pagó el rescate de nuestra liberación no a Dios Padre sino a satanás ya que este era el que nos tenía bajo su poder desde que la humanidad cayó en el pecado.

 

Gregorio de Nisa fue aún más lejos y afirmó que DIOS se disfrazó de humano para servir como anzuelo engañando como a pez hambriento al diablo, otra idea que se suma es que satanás al excederse en el maltrato al inocente Jesucristo quedó sin el derecho ya sobre de los pecadores.

 

¿Pero acaso no éramos esclavos del pecado y del diablo (sus hijos de hecho)? Para responder sin confusiones innecesarias pensemos en satanás como el carcelero, pero es DIOS el dueño de la prisión.

 

Es herético pensar en satanás, en vez de Dios, como aquel que exigió que un pago fuese hecho por el pecado y así ignora completamente las demandas de la justicia de Dios como las que vemos a través de toda la Escritura. También tiene un concepto de Satanás más alto de lo debido y lo ve como uno con más poder de lo que realmente posee.

 

¿Y que pasa con el pasaje de Levítico 16:8-10?

 

El ritual levítico establecía que el sumo sacerdote debía presentar delante del Señor, en el Día de Expiación, dos machos cabríos, sobre los cuales echaría suertes: una suerte por El Señor y otra por Azazel. Después que el sacerdote ponía las manos en la cabeza del macho cabrío por Azazel y confesaba sobre este todos los pecados del pueblo, el animal era llevado al desierto. Esta es la única mención que la Biblia hace de Azazel. En la época de Cristo, se dejaba caer a este macho cabrío, desde una roca alta, a un precipicio distante 19 km de Jerusalén.

 

Según la etimología del nombre, el significado principal es quitar. Hay algunos, sin embargo, para quienes Azazel significa el macho cabrío y otros que lo interpretan como un demonio o Satanás mismo, y que por lo tanto la biblia enseña que el sacrificio de Cristo fue para satanás representado en este pasaje, pero como lo hemos aprendido, no podemos hacer doctrina de un solo verso y debemos interpretar los pasajes oscuros a la luz de pasajes más claros, y la biblia es abundante en pasajes que demuestran el sacrificio sustitutivo de Cristo. 2ª Corintios 5:21.

 

Lo que tenemos entonces en Levítico 16 es la enseñanza de purificar el pueblo, alejando simbólicamente sus rebeliones para facilitar de ese modo la reconciliación con Dios y se cumple satisfactoriamente en Cristo, de quien Juan el Bautista dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Juan 1:29

 

15 y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre.

 

d. Por supuesto, todos los hombre mueren, inclusive los creyentes, por lo que parecería que Satanás que todavía gobierna soberanamente. Sin embargo, la maldición de Dios ya no pesa sobre la familia de Dios, puesto que Jesús la quitó. Y todos aquellos que son parte de su pueblo ya no le temen más a la muerte, porque están libres de la esclavitud de la muerte. Sabemos que nada, ni siquiera la muerte, puede separarnos del amor de Dios que es en Cristo Jesús, nuestro Señor. Romanos 8:38–39.

 

En contraposición a esto, todos aquellos que no conocen a Jesús como Señor y Salvador enfrentan la muerte eterna y por consiguiente permanecen eternamente sometidos a la esclavitud. Solamente Jesús libra al hombre de esta esclavitud.

 

Desde la muerte de Jesús en la cruz del Calvario, la muerte ha perdido su poder y efecto. Al pasar los portales de la muerte, el cristiano entra no al infierno sino al cielo. Y puesto que el cuerpo humano de Jesús fue resucitado, el cuerpo del creyente resurgirá también de la tumba en el último día. Apocalipsis 1:18.

 

16 Porque ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham.

 

El escritor de Hebreos lleva ahora su discurso en cuanto a la superioridad de Jesús sobre los ángeles hacia una conclusión. Lo hace apelando a una verdad incontrovertible: Jesús no redime a los ángeles sino a los descendientes espirituales de Abraham, el padre de los creyentes. Obviamente entendemos que el nombrar a Abraham significa que todos los que ponen su fe en Jesús son descendientes de Abraham.

 

Si Jesús hubiese sido un ángel, es de esperarse que vendría en ayuda de sus compañeros los ángeles. Pero en vez de ello, él ayuda a los hombres, dando con ello una generosa prueba de su identidad. Como Dios-hombre él ha venido a ayudar a los hijos espirituales de Abraham porque se ha identificado con ellos. Jesús no es el autor de la salvación de ángeles, sino de la salvación de los descendientes de Abraham. Y ellos reciben, en efecto, su ayuda.

 

17 Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo.

 

En este versículo el escritor de Hebreos explica la necesidad de la identificación de Cristo con el hombre. Para poder ser de ayuda al hombre pecador, Jesús necesitaba ser como sus hermanos en todas las cosas, obviamente menos en una: el pecado; él fue libre de pecado.

 

Esta identificación total era necesaria; él se encontraba bajo la divina obligación de ser como sus hermanos, Jesús debía hacerse hombre para asumir su papel de misericordioso y fiel sumo sacerdote.

 

En este versículo, el término sumo sacerdote aparece por vez primera en Hebreos. En ningún otro libro del Nuevo Testamento es descrito Jesús como sumo sacerdote. Únicamente en Hebreos la doctrina del sumo sacerdocio de Jesús es desarrollada plenamente 2:17–18; 3:1; 4:14–16; 5:1–10; 6:20; 7:14–19; 26–28; 8:1–6; 9:11–28; 10. El escritor centra nuestra atención en dos de las características del sumo sacerdocio de Jesús: misericordia y fidelidad:

 

·        Misericordioso. El adjetivo en griego eleemon (ἐλεήμων, G1655) que se usa aquí para misericordioso aparece solamente dos veces en el NT: una vez en las bienaventuranzas: Bienaventurados los misericordiosos. Mateo 5:7, y otra vez aquí en Hebreos 2:17. En Mateo leemos que la misericordia es algo que el hombre debe tener por otro hombre; a quienes la practican se les promete la misericordia de Dios. En Hebreos 2:17, a Jesús se le describe como aquel sumo sacerdote que representa al hombre ante Dios, que aparta la ira de Dios, que sana a los angustiados de dolor, que levanta a los caídos y ministra a las necesidades de su pueblo.

 

·        Fiel. Mientras que la misericordia se dirige hacia el hombre, la fidelidad se dirige hacia Dios. Jesús en un fiel sumo sacerdote al servicio de Dios. La palabra fiel tiene en realidad dos significados: una persona que cumple sus deberes, y que es digno de la confianza de las personas que se fían de él. Lo habitual es que ambos significados se fusionen y que el Señor Jesús muestra en todo su esplendor, pues Él cumplió con todos su deberes al morir en la cruz y además es alguien digno de toda nuestra confianza.

 

Tras destacar estas dos características del sumo sacerdocio de Jesús, el escritor menciona el propósito de dicho sumo sacerdocio: él expía los pecados de su pueblo. El término expiación es de carácter teológico y tiene un profundo significado: a veces es explicado por medio de otros términos, quizá más difíciles, tales como “propiciación” y “reconciliación”.

 

En el contexto de Hebreos, la palabra expiación significa que Jesús, como sumo sacerdote, logró la paz entre Dios y el hombre. La ira de Dios estaba dirigida hacia el hombre a causa de su pecado, y el hombre, por causa de su pecado, se encontraba extraviado y lejos de Dios.

 

Jesús se hizo sumo sacerdote. Y así como el sumo sacerdote entraba una vez al año, en el Día de la Expiación, en el Lugar Santísimo, y salpicaba sangre, primeramente, por sí mismo y luego por el pueblo, para cubrir el pecado; del mismo modo Jesús se ofrendó a sí mismo para que el derramamiento de su sangre cubriese nuestros pecados.

 

Esto fue así para que nosotros pudiésemos ser absueltos, perdonados y restaurados, esto lo explica muy bien Pablo en Romanos 5:1.

 

Lo maravilloso de todo esto es que en el hecho de la reconciliación fue Dios mismo quien tomó la iniciativa. Dios, aunque airado por el pecado del hombre, designó a su Hijo para ser sumo sacerdote y sacrificio a fin de quitar el pecado por su muerte en la cruz.

 

Es así, entonces, que por medio de Cristo es restaurada la relación entre Dios y el hombre, nuevamente Pablo lo describe de forma excelente, ahora en Romanos 5:10.

 

18 Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados.

 

El que la humanidad de Jesús es genuina puede demostrase, dice el escritor de Hebreos, por el hecho de que Cristo fue tentado. El experimentó personalmente el poder del pecado cuando Satanás lo enfrentó y cuando la debilidad de nuestra naturaleza humana se hizo evidente.

 

Jesús experimentó hambre cuando fue tentado por Satanás en el desierto, sed cuando le pidió agua a la mujer que estaba a la boca del pozo de Jacob, cansancio cuando se durmió en medio de la tormenta que azotaba el Mar de Galilea, y pena cuando lloró ante la tumba de Lázaro.

 

En su función de sumo sacerdote, y mediante su obra de sacrificio, Jesús quitó la maldición de Dios que pesaba sobre el hombre. A causa del perdón de los pecados, el amor de Dios fluye libremente hacia los redimidos, y Jesús está pronto para ayudar. Los que son tentados pueden sentir el apoyo activo de Jesús. Pueden esperar una comprensión de Jesús nada menos que perfecta, ya que él mismo sufrió cuando fue tentado.

 

Por supuesto, Jesús no compartió con nosotros la experiencia del pecado; en vez de ello, y por su impecabilidad, Jesús experimentó totalmente la intensidad de la tentación. Él puede y está dispuesto a ayudarnos a oponernos al poder del pecado y de la tentación. Como le dijo a la pecadora en la casa de Simón el fariseo: “Tus pecados están perdonas … Ve en paz”  en Lucas 7:48-50; así, de la misma manera Jesús nos demuestra su misericordia, paz y amor. Él es nuestro compasivo Sumo Sacerdote.

 

Conclusiones y aplicación.

 

Todo el bagaje teológico doctrinal por el que hemos pasado tiene un propósito, llevarnos a una profunda reflexión práctica, como dijimos la inicio, nuestro escritor anónimo está preocupado por un buen equilibrio, no solo una buena doctrina, sino también una buena vida, a la altura de lo que creemos, por eso apuntala lo expuesto para que podamos usarlo de forma cotidiana.

 

Nuestro escritor está consiente, al igual que lo era el apóstol Pablo, que todos los creyentes aun tenemos la lucha interna, por eso Pablo gritaba ¡miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Aún él mismo tenía sus luchas internas contra el restos del pecado que hay en los regenerados, todos somos susceptibles a caer en la tentación, la carne aún presente es débil, fácilmente puede ser tentada, por eso el Señor se aseguró de garantizarnos la victoria sobre los deseos pecaminosos de la carne.  

 

Es importante que nuestra mente este renovada en el entendimiento de que Él siempre se compadece de nuestras debilidades y angustias. Recuerde siempre que nuestro sumo sacerdote tiene la ternura de una madre hacia su hijo recién nacido. Isaías 66:13.

 

Los consolaré allí, en Jerusalén, como una madre consuela a su hijo - Isaías  66:13 - Sunday Social

 

Además, es importante también recordar el gran propósito de Jesús en participar de nuestra naturaleza humana. Hebreos 2:17-18. Eche mano de la promesa maravillosa de Hebreos 4:15-16 Porque no tenemos un Pontífice que no se pueda compadecer de muestras flaquezas; más tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Lleguémonos pues confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia, y hallar gracia para el oportuno socorro.

 

Usted necesita ayuda especial y Dios tiene a su Hijo sentado sobre un trono de gracia. Dios nos invita a acercarnos confiadamente al trono de esa gracia para que obtengamos misericordia y gracia en el tiempo de la necesidad.

 

Recuerda siempre que en nuestras propias fuerzas nunca superaremos los deseos pecaminoso, muchas veces tratamos y hemos fallado tan frecuentemente que nos cansamos, nos desilusionamos, y frustrados nos damos por vencidos. Nuestra mirada no debe estar en nuestras capacidades sino en el Señor Jesucristo, en su sangre derramada para nuestro perdón de pecados. Hebreos 12:2.

 

No importa cuán poderosos e ingobernables sean nuestros deseos pecaminosos, enfoquemos la mente sobre la plenitud de gracia en Cristo. Llenemos nuestra mente de forma regular con pensamientos acerca de la gracia de DIOS, de Cristo como nuestro único remedio contra los pecados, del Espíritu del Señor santificándonos.

 

Una verdadera Fe en Cristo en esta área, lejos de pensar que se es fuerte y capaz para vencer los pecados, reconoce siempre su debilidad carnal, y corre a los pies de Cristo clamando que sea Él quien venza por medio de nosotros.

 

Yo sé de mi propia experiencia amarga, que no tengo la fortaleza para vencer mis propios pecados, y se perfectamente que si el poder Omnipotente de Dios no me sostiene estaré perdido. Lutero dijo: me veo a mí mismo y me parece imposible salvarme, veo a Jesucristo y me parece imposible perderme. Isaías 35. 40:27-31. Crea con el apóstol Pablo que hay suficiente gracia en El para mortificar todos los deseos pecaminosos. 2ª Corintios 12:9.

 

No importa que no ganemos todas las batallas contra los pecados, continuemos confiando en la suficiencia de Cristo, la cuales nos dará la victoria final.

 

 

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