Es aquí donde encontramos la esencia de la visión de Isaías. El canto de los serafines revela el asombroso mensaje de este texto. Isaías 6:3. Este canto es la repetición de una sola palabra: Santo. Este canto es llamado el trihagion que significa infinitamente Santo.
Es fácil pasar por alto el significado de la repetición de la palabra santo. Esta expresión literaria que se encuentra en las formas hebreas de literatura, especialmente en la poesía, es una forma de énfasis. En el idioma español, para enfatizar la importancia de algo, tenemos varios recursos para escoger. Podemos subrayar las palabras o escribirlas con letras itálicas o marcadas. Podemos agregarle signos de exclamación o distinguirlas con comillas. Todo esto es para llamar la atención del lector a algo que es especialmente importante.
Los judíos del AT tenían diferentes técnicas para indicar énfasis. Una de ellas era el método de la repetición. Jesús usó la repetición de palabras, De cierto, de cierto os digo. Aquí, el doble uso de la frase de cierto significaba que iba a decir algo muy importante.
En raras ocasiones la Biblia repite algo hasta el tercer grado. Mencionar algo tres veces seguidas, es elevarlo a su grado superior y adjudicarle un énfasis de súper importancia. Por ejemplo, el terrible juicio de Dios se declara en el libro de Apocalipsis 8:13. O también se ve en la burla sarcástica del sermón de Jeremías 7:4.
En las Sagradas Escrituras sólo una vez un atributo de Dios se eleva al tercer grado. Sólo una vez encontramos una característica de Dios mencionada tres veces en sucesión, la Biblia dice que Dios es santo, santo, santo. No que Él es santo, o aun santo, santo. Él es santo, santo, santo. La Biblia nunca dice que Dios es amor, amor, amor; o misericordia, misericordia, misericordia; o ira, ira, ira; o justicia, justicia, justicia.
Isaías 6:4 nos dice que los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo.
No pocas personas y en especial los jóvenes, se alejan de la iglesia por encontrarla aburrida, ese ha sido el causante del pragmatismo de muchos ministerios juveniles, que buscan juegos, actividades, dinámicas divertidas para que los jóvenes no se vayan del grupo y de la iglesia, el problema es que al final dejan de lado lo importante que es enseñarles por medio de las Escrituras, discipularlos, y tristemente de todos modos terminan retirándose.
¿Por qué pasa esto? ¿Por qué la gente se aburre en la iglesia? Porque es difícil para mucha gente encontrar en la adoración una experiencia, profunda, emocionante y conmovedora.
Vemos en Isaías 6:4 que cuando Dios se apareció en el templo, las puertas y los quiciales se estremecieron. La materia muerta de las puertas, los quiciales inanimados, la madera y el metal, que no podían oír ni hablar, tuvieron el buen juicio, por así decirlo, de estremecerse por la presencia de Dios. Literalmente el texto dice que fueron sacudidas. Comenzaron a temblar.
Las puertas del templo no fueron lo único que se conmovió: Isaías 6:5. Lo que más tembló en aquel edificio fue el cuerpo de Isaías. Cuando él vio al Dios viviente, el Soberano del universo desplegado ante sus ojos en toda su santidad, Isaías exclamó ¡Ay de mí! La exclamación de Isaías suena extraña a los oídos modernos. Es raro oír a la gente hoy usar la expresión: ¡Ay de mí! Puesto que esta frase suena anticuada, algunos traductores modernos prefieren sustituirla por que miserable soy (Jüneman), o ahora si voy a morir (TLA) y todo se acabó para mí (NTV). Esto es un error serio.
La expresión ¡Ay de mí! es crucialmente bíblica y no podemos permitimos ignorarla. Tiene un significado especial. La fuerza completa de la exclamación de Isaías debe considerarse en el contexto del uso del lenguaje bíblico. La forma más frecuente para referirse a los mensajes de los profetas era oráculo. Los oráculos eran mensajes provenientes de Dios; podían ser buenos o malos., Los oráculos positivos empezaban con la palabra bienaventurado. En el Sermón del Monte, Jesús usó este tipo de oráculo. Sus oyentes entendían que Él estaba usando la fórmula profética, el oráculo que traía buenas noticias.
Pero Jesús también usaba la forma negativa del oráculo. Al pronunciar su airada denuncia contra los fariseos: Mateo 23:13-29. El repitió esto tantas veces que comenzó a sonar como una letanía. En los labios de un profeta la expresión ¡Ay! es un aviso de juicio. En la Biblia las naciones y los individuos son enjuiciadas pronunciando un oráculo de ¡ay! La manera en que Isaías usó la palabra Ay! fue extraordinaria. Al ver al Señor, el pronunció el juicio de Dios sobre sí mismo. ¡Ay de mí! exclamó, invocando el juicio de Dios, la severa maldición de juicio, sobre su propia cabeza. Una cosa era que un profeta maldijera a otra persona en el nombre de Dios, pero era otra totalmente diferente cuando un profeta pronunciaba esa maldición sobre sí mismo. Inmediatamente después de la maldición de juicio, Isaías gritó, ¡Soy muerto!
Si algo sabemos bien por los registros bíblicos e históricos es que Isaías hijo de Amoz era hombre de integridad, un hombre completo. Sus contemporáneos lo consideraban el hombre más recto de la nación y lo respetaban como un modelo de virtud. Pero cuando tuvo la repentina visión del Dios santo, en ese instante toda su autoestima fue sacudida. En un segundo su desnudez se descubrió ante la mirada de la norma más absoluta de santidad.
Comparado con otros mortales, él podía sostener una alta opinión de sí mismo. Pero en el instante que él se midió con la norma suprema, él fue como un muerto moral y espiritualmente hablando. Su sentido de integridad se derrumbó.
El gritó, Soy hombre de labios inmundos. Nosotros habríamos esperado que dijera, Soy hombre de hábitos impuros, o, Soy hombre de pensamientos impuros, o simplemente soy un hombre impuro. Pero en cambio se refirió a su boca diciendo, en palabras más entendibles: Tengo una boca sucia. ¿Por qué este enfoque en su boca? Una indicación respecto a esta expresión de Isaías se halla en las palabras de Jesús en Mateo 15:11. También encontramos referencia en Santiago 3:6-12.
La lengua es un mal arrollador, lleno de veneno. Esto es lo que Isaías estaba reconociendo. Pero él sabía que no estaba solo en este dilema, que toda la nación estaba infectada con bocas sucias: Yo vivo en medio de gente de labios inmundos. Isaías 6:5.
En un momento Isaías tuvo un entendimiento nuevo y radical del pecado. El vio que era invasivo en sí mismo y en todos los demás. Tal y como le sucedió a Pedro siglos después. Lucas 5:8.
En un sentido, nosotros somos afortunados en que Dios no se nos aparezca como lo hizo a Isaías. ¿Quién podría soportarlo? Normalmente Dios nos revela nuestra pecaminosidad poco a poco, y el reconocimiento de nuestra corrupción es gradual. Pero a Isaías Dios le mostró su corrupción súbitamente. No es extraño que hubiese sido devastado. Isaías lo explicó de esta manera: Mis ojos han visto al rey, Jehová de los ejércitos. Isaías 6:5.
El vio la santidad de Dios y por primera vez en su vida entendió quién era Dios; a la vez, por primera vez entendió quién era él mismo, Isaías. Isaías 6:6-7.
Isaías se arrastraba gimiendo por su vileza. Todas las fibras nerviosas de su cuerpo temblaban mientras buscaba donde esconderse, orando que de alguna manera la tierra lo cubriera, el techo del templo lo sepultara, o algo, cualquier cosa, lo liberara de la santa mirada de Dios. Pero no había dónde esconderse. Él estaba allí, desnudo y solo frente a Dios. A diferencia de Adán, no tenía a Eva para excusarse, ni hojas de higuera que lo escondieran. Lo suyo era la esencia de la angustia moral, ésa que desgarra el corazón de un hombre y destroza su alma en pedazos. Una gran culpa, una culpa sin tregua brotaba por todos sus poros.
Pero el Dios Santo es también el Dios de gracia, y no permitió que su siervo continuara postrado sin consuelo. Inmediatamente comenzó a limpiado y a restaurar su alma, enviando a uno de los serafines. El serafín voló rápidamente hacia el altar con unas tenazas, tomando del fuego un carbón encendido, demasiado caliente hasta para un ángel y se dirigió hacia Isaías. El serafín presionó el carbón al rojo vivo contra los labios del profeta y los quemó. Los labios son una de las partes más sensibles del cuerpo humano, por algo son el punto de contacto para un beso.
Pero lo que Isaías sintió, no fue un beso, sino que fue la llama santa quemando su boca. El sintió el desagradable olor de la carne quemada, pero el olor fue mínimo en comparación con el intenso dolor de la quemadura.
Esto fue una misericordia severa, un acto doloroso de limpieza. La herida de Isaías estaba siendo cauterizada, la inmundicia de su boca estaba siendo quemada; él estaba siendo refinado con el fuego santo.
Por medio de este acto divino de limpieza, Isaías experimentó un perdón por medio de la purificación de sus labios. Él fue limpiado completamente, perdonado en su esencia, aunque no sin el terrible dolor del arrepentimiento. El experimentó más allá de una gracia superficial y de un simple lo siento o un ay perdón. El lamentó su pecado, abrumado con angustia moral, y Dios envió un ángel para sanarlo. En un momento, el devastado profeta fue restaurado. Su boca fue purificada; él estaba limpio. Isaías 6:8.
La visión de Isaías adquirió una nueva dimensión. Hasta entonces él había visto la gloria de Dios, había oído el canto de los serafines, había sentido el carbón ardiente sobre sus labios, pero ahora por primera vez escuchaba la voz de Dios. Isaías 6:8.
De repente, los ángeles callaron y la voz que la Escritura describe como el estruendo de muchas aguas resonó en todo el templo. Aquella voz hizo eco con las agudas preguntas: ¿A quién enviaré y quién irá por nosotros? Aquí vemos un patrón que se ha repetido en la historia:
Cuando Dios se aparece, la gente tiembla con terror, luego Dios perdona y sana, para después enviar. El patrón que es el quebrantamiento precede a la misión.
Cuando Dios preguntó, ¿a quién enviaré? Isaías entendió la fuerza de esa palabra. Ser enviado significaba funcionar como un emisario de Dios, ser vocero de la Deidad. La respuesta de Isaías fue: Heme aquí, envíame a mí. Hay una diferencia crucial entre decir, heme aquí y decir, aquí estoy. Si hubiese dicho aquí estoy, simplemente hubiera indicado su localización. Pero él le estaba indicando a Dios algo más que su ubicación, y al decirle heme aquí estaba dando un paso al frente como voluntario. Su respuesta fue simplemente Yo iré. No busques más, envíame mí. Aprendemos dos lecciones aquí, primero que:
Dios tomo a este hombre consiente de su pecado y después lo envió al ministerio. El tomo a un pecador y lo hizo un profeta; tomo a uno hombre cuya boca era sucia y lo hizo su vocero.
La segunda cosa importante que aprendemos de este evento es que la obra de gracia de Dios sobre el alma de Isaías no aniquilo su identidad personal. Isaías dijo heme aquí. Isaías podía aun hablar en términos de su propio ser. El conservó su identidad y personalidad. Vivir en santidad no significa perder nuestra esencia, aislándonos de todo y de todos en el mundo, como muchos creyentes falsamente creen, eso ya lo sabemos es ascetismo y es una distorsión del cristianismo bíblico ortodoxo.
Dios redime la individualidad. El sana nuestra personalidad para que pueda ser útil en la misión para la cual somos llamados. Lo personalidad de Isaías fue completamente restaurada, no aniquilada.
Al salir del templo, él seguía siendo Isaías ben-Amoz. Seguía siendo la misma persona, pero con su boca limpia. Es peligroso asumir que por el hecho de ser atraído hacia el estudio de la santidad, una persona es santa. Hay una ironía aquí:
La razón por la cual debemos de anhelar aprender de la santidad es precisamente porque no somos santos, no en el sentido absoluto de la palabra, seguimos siendo profanos, y es más el que tiempo que pasamos fuera del templo y de la presencia íntima de Dios que dentro de ellas. Sin embargo, hemos probado suficiente de la majestad de Dios para anhelar más. Conocemos lo que es ser perdonados y enviados a una misión. Mi alma clama por más. Mi alma necesita más.
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