Los seres humanos, a diferencia del os angelicales, fuimos diseñados para poder admirar la hermosura de la Santidad de Dios, aunque de este lado de la eternidad solo es de manera parcial, cuando nos reconocemos como seres pecadores, merecedores del castigo eterno y caemos al os pies de Cristo rogando y agradeciendo su amor, gracia y misericordia. Dios os diseñó así precisamente porque, al igual que el profeta Isaías, al contemplar la santidad de Dios entendemos quién es Dios; y a la vez, entendemos quienes somos nosotros mismos. La razón por la cual debemos de anhelar aprender de la santidad es precisamente porque no somos santos, no en el sentido absoluto de la palabra, seguimos siendo profanos, y es más el que tiempo que pasamos fuera del templo y de la presencia íntima de Dios que dentro de ellas. Es por eso que seguimos estudiando al respecto.
La palabra santo se usa en más de una manera. En un sentido, la Biblia la usa de forma muy relacionada con la bondad de Dios. Ha sido la costumbre definir santo como "pureza, libre de mancha totalmente perfecto e inmaculado en cada detalle." Pureza es la primera palabra en la que la mayoría de nosotros piensa al escuchar la palabra santo. Es cierto que la Biblia usa la palabra de esta manera; sin embargo, la idea de la pureza o perfección moral no es el principal significado de este término en la Biblia. Cuando los serafines cantaban su himno, ellos estaban diciendo algo más que pureza, pureza, pureza es Dios.
El significado primario de santo es separada. Viene de la palabra hebrea Kadosh que significa cortar o separar. Una traducción dinámica de este término sería: un corte aparte o un corte arriba de algo. Cuando encontramos una vestida u otro artículo de importancia, usamos la expresión está por encima de lo demás.
La santidad de Dios es más que separación. Su santidad también es trascendencia. 2ª Crónicas 2:6.
Trascendencia es definida como exceder los límites usuales. Trascender es elevarse sobre algo, ir por encima y más allá de cierto límite. Cuando hablamos de la trascendencia de Dios, estamos hablando acerca del sentido en el cual Dios está par encima y más allá de nosotros. La trascendencia describe su suprema y absoluta grandeza. La palabra también es usada para describir la relación de Dios con el mundo. Él es más alto que el mundo. Él tiene un poder absoluto sobre el mundo. El mundo no tiene ningún poder sobre El. La trascendencia describe a Dios en su toda majestad y Su exaltada superioridad. Apunta hacia la infinita distancia que lo separa de toda criatura.
Decir que Dios es Santo es decir que Él está infinitamente por encima de todo lo demás.
Cuando la Biblia llama a Dios Santo, significa primariamente que Él es trascendentalmente separado. Está tan por encima y más allá de nosotros que nos parece casi totalmente extraña. Ser santo es ser otro ente diferente en una manera especial.
El mismo significado básico se usa cuando la palabra santo es aplicada a cosas terrenales. Esta es una lista de algunas cosas que la Biblia define como santas:
1. Tierra santa.
2. Día de reposo santo.
3. Templo santo.
4. Vestimenta santa.
5. Casa santa.
6. Diezmo santo.
7. Inciensos santos.
8. Nación santa.
9. Aceite de la santa unción.
10. Jubileo Santo.
11. Terreno santo.
12. Agua santa.
13. Arca santa.
14. Ciudad santa.
15. Pan santo.
16. Simiente santa.
17. Pacto santo.
18. Santa convocatoria.
19. Palabra santa
20. Seres santos
21. Lugar santo/santísimo.
22. Etc.
Esta lista sirve para mostramos que la palabra santo es aplicada a toda clase de cosas además de Dios. En cada caso es usada para expresar algo más que una cualidad moral o ética. Las cosas santas son cosas separadas del resto, que han sido apartadas de lo común, consagradas al Señor para su servicio.
Las cosas en esta lista no son santas en sí mismas. Para llegar a ser santas, primero tuvieron que ser consagradas o santificadas por Dios. Solo Dios es Santo en sí mismo y sólo Él puede santificar algo más.
Sólo Dios puede con su toque, hacer que lo común se convierta en algo especial, diferente y separado. Por ejemplo, en el AT se considera las cosas que han sido santificadas. Todo lo que es santo posee un carácter peculiar; ha sido separado de un uso común y no puede ser tocado, no puede ser comido, no puede ser usado para asuntos comunes. 1ª Samuel 21:3-6.
¿Dónde entra la pureza en esto acaso el pan era puro en sí mismo? Claro que no, pero, estamos tan acostumbrados a igualar la santidad con la pureza o con la perfección ética, que en cuanto la palabra santidad aparece, la asociamos con la pureza. Lo que pasa es que:
Cuando las cosas son declaradas santas, cuando son consagradas, ellas son separadas para ser puras y tienen que ser usadas de tal forma.
Ellas tienen que reflejar pureza, tanto como su separación. Para dejarlo claro, la pureza no es excluida de la idea de ser santo, sino que está contenida en dicho concepto. Mas el punto que debemos recordar es que la idea de lo santo no únicamente la idea de la pureza. La santidad incluye pureza pero es mucho más que eso. Es pureza y trascendencia. Es por ende una pureza trascendente.
Cuando usamos la palabra santo para describir a Dios, enfrentamos otro problema. Con frecuencia describimos a Dios reuniendo una lista de cualidades o características que llamamos atributos. Decimos que Dios es Espíritu, Omnisciente, que es Amor, justo, misericordioso, un Dios de gracia, etcétera. Por lo regular, La tendencia es agregar la idea de santo a esta larga lista de atributos como sólo uno más. Pero cuando la palabra santo es aplicada a Dios, no significa sólo un atributo. Al contrario, Dios es llamado santo en un sentido general.
La palabra es usada como un sinónimo de su deidad, es decir, santo se refiere a todo lo que Dios es.
Esa palabra nos recuerda que todo en Él es santo: su amor santo, su ira santa, su gracia es santa, si omnisciencia es santa, su Espíritu es Santo, etc. Hemos visto que el término santo se refiere a la trascendencia de Dios, por la cual Él está por encima y más allá del mundo. Hemos visto también que Dios puede acercarse y consagrar cosas terrenales y hacerlas santas. Su toque, repentinamente, convierte lo común en especial. Con esto confirmados que nada en este mundo es santo en sí mismo. Sólo Dios puede hacer algo santo. Sólo Dios puede consagrar.
Cuando nosotros llamamos santo a algo que no es santo, cometemos el pecado de idolatría.
Le damos a las cosas comunes el respeto, la admiración, el homenaje y la adoración que sólo a Dios pertenecen. Adorar a las criaturas antes que al Creador es la esencia de la idolatría. La fabricación de ídolos siempre ha sido un lucrativo negocio. Algunos ídolos son hechos de madera, otros de piedra, y otros de metales preciosos. Los fabricantes de ídolos adquieren los mejores materiales y luego realizan su obra trabajando largas horas para formar sus imágenes. Cuando terminan, barren el piso de sus talleres y ordenan sus herramientas. Después se arrodillan, y comienzan a hablarle al ídolo que recién fabricaron.
Es imposible que estas cosas escuchen lo que se les dice. No pueden responder, ni ayudar. Son sordas, mudas e impotentes. Pero la gente aún les atribuye santidad y poder, y les adora. Algunos idólatras han sido un poco más sofisticados y en lugar de adorar imágenes de piedra o altares paganos, han adorado el sol, la luna o bien a alguna idea abstracta, ideologías, personas, instituciones, etc.
Pero todo esto es parte de la creación, no es él creador, y aunque pueden ser impresionantes, no están por encima ni van más allá de ser cosas creadas; por ende, no son santas. Adorar un ídolo envuelve llamar a algo santo cuando no lo es.
Recuerden que sólo Dios puede consagrar. (Cuando un ministro consagra un matrimonio o el pan de la Cena del Señor, se entiende que él sólo está proclamando una realidad que Dios ya ha consagrado. Esto es un uso autorizado de la consagración humana.) Cuando un ser humano trata de consagrar lo que Dios nunca ha consagrado, esto no es un acto de consagración genuina sino un acto de profanación, de idolatría.
A principios del siglo XX un académico alemán llamado Rodolfo Otto hizo un inusual e interesante el estudio de lo santo. Otto intentó estudiar lo santo de una forma científica. El examinó cómo la gente de diferentes culturas y naciones se comporta cuando encuentran algo que consideran santo, y exploró los sentimientos que la gente guarda ante estos artilugios. El primer descubrimiento importante que Otto hizo fue que es difícil para la gente describir lo sublime. Otto notó que aunque se podían decir ciertas cosas acerca de lo santo, siempre quedaba algún elemento que no podía ser explicado.
No era que este elemento fuese irracional, sino más bien, que está más allá de los límites de nuestra mente. Había algo superficial acerca de la experiencia humana con lo santo, algo que no podía ser expresado con palabras. Él le llamó el MISTERIUM TREMENDUM que traducido significa el misterio tremendo. Otto lo describió así: Este sentimiento puede venir a veces arrasando como una suave ola que invade la mente con una apacible disposición de profunda adoración.
Se llamó el tremendum por causa del temor que lo santo provoca en nosotros. Lo santo nos llena con una especia de pavor. 2ª Corintios 7:1. Hebreos 12:28. Hechos 9:31.
Usualmente tenemos sentimientos mezclados acerca de lo santo. Hay un sentido en el cual, a la vez que somos atraídos por ello, pero también lo repudiamos. Algo nos atrae y al mismo tiempo queremos alejarnos. Pareciera que no podemos decidir qué elegir. Parte de nosotros anhela lo santo y otra parte lo desprecia. No podemos vivir ni con, ni sin ello.
El misterioso carácter de un Dios santo es expresado en la palabra latina Augustus, que significa el que infunde o merece gran respeto y veneración por su majestad y excelencia.
Por ello es que les causó problemas a los primeros cristianos atribuir este título al César. Para ellos, ninguna persona era digna del título Augusto. Sólo Dios podía ser llamado con propiedad, el Augusto. Ser Augusto es inspirar asombro, o ser asombroso. En el sentido más elevado, sólo Dios es asombroso. Los primeros creyentes entendían claramente que cuando somos conscientes de la Santidad de Dios notamos más que somos criaturas. Cuando nos encontramos con el Absoluto, sabemos de inmediato que nosotros no somos absolutos. Cuando nos hallamos con el Infinito, nos hacemos agudamente conscientes de que nosotros somos finitos. Cuando vislumbramos al Eterno, sabemos que somos temporales. Encontrarse con Dios es un poderoso estudio de contrastes.
No siempre es placentero que se nos recuerde que somos criaturas. Las palabras originales de la tentación de Satanás son difíciles de olvidar, no morirán, sino que seréis como dioses en Génesis 3:5. Esta horrible mentira de Satanás es una mentira que nos encantaría creer. Si pudiéramos ser como dioses, seríamos inmortales, infalibles e invencibles. Tendríamos una cantidad de poderes que no tenemos ni podemos tener.
La muerte atemoriza a la mayoría de las personas, el pensar en ella, porque recordamos que somos mortales y que algún día nosotros también moriremos. Es un pensamiento que tratamos de quitar de nuestras mentes, y nos sentimos incómodos cuando la muerte de alguien se entromete en nuestras vidas, anunciándonos lo que tendremos que enfrentar inevitablemente. La muerte nos recuerda que somos criaturas. Los hijos de Dios si bien no debemos tener miedo a morir, no significa que no nos cause cierta molestia el pensar en ello.
Pero tan temible como es la muerte, no es nada comparada con enfrentar a un Dios Santo.
Cuando nos encontramos con El, toda nuestra condición de criaturas se abalanza sobre nosotros y desintegra el mito de que somos semi-dioses, deidades inferiores que tratarán de vivir por siempre.
Como criaturas mortales, estamos expuestos a toda clase de temores. Somos gente ansiosa dada a las fobias. Algunos les temen a los gatos, otros a las serpientes, otros a los lugares congestionados o bien a las alturas. Estas fobias se apoderan de nosotros y perturban nuestra paz interna. Hay una clase especial de fobia que todos sufrimos. Se llama xenofobia.
Xenofobia es un temor (a veces un odio) hacia los extraños o los extranjeros (tratándose de personas), o bien hacia algo que sea extraño o extranjero. Dios es el máximo objeto de nuestra xenofobia.
Él es el más grande extraño, el mayor extranjero, dado que Él es Santo y nosotros no. Le tememos a Dios porque Él es Santo. Pero nuestro temor no es el temor sano que la Biblia nos motiva a tener. Nuestro temor es un temor servil, un temor nacido del espanto. Dios es demasiado grande para nosotros, demasiado asombroso, y para colmo, nos hace difíciles demandas.
Esto debe cambiar, esto debe de acabar, no debe de ser así, no en un creyente que conoce y ama a su Dios Santo, por eso estamos profundizando en este estudio.
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