La santidad de Dios no es solo un atributo más en la larga lista de los que Dios posee, la santidad es su esencia, Dios dejaría de ser Dios para dejar de ser Santo, y esta palabra, más que pureza denota trascendencia como algo muy por encima superior en todo sentido.
La semana pasada aprendimos acerca del misterium tremendum o el gran misterio de la santidad, Se llamó el tremendum por causa del temor que lo santo provoca en nosotros. Lo santo nos llena con una especia de pavor. También comprendimos que Las cosas y las personas no son santas en sí mismas. Para llegar a ser santas, primero tuvieron que ser consagradas o santificadas por Dios. Solo Dios es Santo en sí mismo y sólo Él puede santificar algo más. El día de hoy veremos el impacto que tiene la santidad en las vidas de las personas.
Jesús y sus discípulos estaban en Galilea. Él había estado enseñando a las multitudes reunidas en la playa de ese gran lago llamado el Mar de Galilea. Los discípulos eran pescadores profesionales; veteranos del lago. Ellos conocían sus corrientes, sus imprevisibles cambios, así como su belleza. Cada marinero en la región sabe de su inconstancia. A causa de su peculiar ubicación en las montañas entre el mar Mediterráneo y el desierto, el lago está expuesto a cambios bruscos y extremos en el clima. Fuertes vientos pueden atravesar su superficie como si estuvieran soplando a través de un túnel. Estos vientos vienen sin advertencia y pueden transformar la tranquilidad del lago en una rugiente tempestad en cosa de segundos. Aun con los equipos modernos, hay personas que rehúsa navegar en el mar de Galilea, por temor a perecer bajo su impredecible ira.
Los discípulos tenían dos cosas a su favor, su veteranía, y el estar con el Maestro. Cuando Jesús sugirió que hiciesen una travesía nocturna, los discípulos no sintieron miedo. Ellos prepararon sus botes para cruzar. Pero el mar hizo se enfureció: Se levantó una gran tempestad de viento, y echaba las olas en la barca, de tal manera que ya se anegaba. Marcos 4:37.
Lo que todo pescador galileo temía más, sucedió. La impredecible tempestad azotó, amenazando voltear el bote con su violencia. Ni aun el mejor nadador podría sobrevivir si fuese lanzado al agua. Los hombres se sujetaron a la borda con todas sus fuerzas. Tenemos que recordar que eran pequeños botes pesqueros no barcos como los conocemos actualmente. Una vuelta súbita o una ola alta golpeando un costado podía enviarlos a todos a la muerte. Ellos resistieron al furioso mar, tratando de mantener la proa dentro de las olas.
Jesús estaba profundamente dormido atrás del bote; estaba tomando una siesta. Tal vez a muchos les parezca sorprendente, pero hay personas que de manera natural pueden conciliar el sueño bajo casi cualquier situación, o que al ir a dormir todo está tranquilo y no se percatan de nada hasta que no los despiertan.
La Biblia dice que Jesús estaba durmiendo sobre un cojín. Mientras todos temían, Jesús dormía plácidamente. Los discípulos estaban irritados. Sus sentimientos eran una mezcla de temor y enojo. Ellos despertaron a Jesús. No sé qué creían ellos que Él podría hacer en esta situación. El texto nos aclara que ellos ciertamente no esperaban que El hiciera lo que hizo. En todo sentido la situación era desesperada. Las olas se hacían más grandes y violentas cada segundo.
Los discípulos no tenían idea de lo que Jesús haría. Ellos eran como la gente en cualquier lugar. Cuando la gente está en peligro y no saben qué hacer miran de inmediato a su líder. El trabajo del líder es saber cuál es el próximo paso aun si no hay posibilidad de un próximo paso. Los discípulos lo despertaron y le dijeron: Maestro, ¿no notáis que pereceremos? Marcos 4.38.
Su pregunta no era realmente una pregunta. Era una acusación tenuemente disimulada. Ellos estaban en realidad diciendo. A ti no te importa nuestra vida. Ellos estaban acusando al Hijo de Dios de falta de compasión. Este atroz ataque contra Jesús es consistente con la costumbre de los humanos hacia Dios. Dios tiene que escuchar quejas como éstas de una humanidad ingrata todo los días.
El cielo es constantemente bombardeado con las crueles acusaciones de gente airada. Proverbios 19:3.
A Dios se le acusa de falta de amor, se le acusa de crueldad, de lejanía, como si Él no hubiese hecho suficiente para probar su compasión por nosotros.
No hay indicación en el texto de que Jesús replicara a la pregunta de sus discípulos. Su respuesta omitió las palabras y fue directo a la acción. El guardó sus palabras para hablarle al mar y a la tormenta: Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza. Y les dijo: ¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe? Marcos 4:39-40.
La vida de Jesús fue una sucesión luminosa de milagros; hizo tantos que a veces los tomamos a la ligera. Podemos leer este relato y pasar rápidamente a la próxima página sin conmovernos. Pero aquí tenemos uno de los más asombrosos milagros de Jesús; un evento que dejó una impresión especial en sus discípulos. Fue un milagro que los dejó atónitos aun a ellos. Jesús controló las feroces fuerzas de la naturaleza con el sonido de su voz. El no oró ni le pidió al Padre que lo librara de la tempestad. El afrontó el asunto directamente. Pronunció un mandato, un imperativo divino y la naturaleza obedeció al instante. El viento escuchó la voz de su Creador y al instante se detuvo. Ni siquiera una leve brisa se podía sentir en el aire. El mar se puso como un espejo sin la más mínima ondulación.
La reacción de los discípulos fue inmediata. El mar se había calmado, pero ellos aún estaban agitados: Entonces temieron con gran temor, y se decían el uno al otro: ¿quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen? Marcos 4:41.
Aquí vemos un extraño patrón. No es extraño que la tormenta y el mar rugiente atemorizaran a los discípulos. Pero una vez que el peligro hubo pasado y el mar se calmó, era de esperar que su temor desapareciera tan rápido como la tormenta. Pero no sucedió así. Ahora que el mar estaba en calma, el temor de los discípulos creció. ¿Cómo se explica esto?
El padre de la psiquiatría moderna, Sigmund Freud, sugirió la teoría de que la gente se inventa la religión por miedo a la naturaleza. Nos sentimos impotentes ante un terremoto, una inundación, una devastadora enfermedad. Es entonces, dijo Freud, que inventamos un Dios que tiene poder sobre estas cosas.
Dios es personal, podemos hablar con Él, podemos tratar de negociar con Él, o podemos rogarle que nos salve de las fuerzas destructoras de la naturaleza. No podemos rogarles a los terremotos, negociar con las inundaciones u ofrecerle ofrendas al cáncer. Así que, dice la teoría, nosotros inventamos a Dios para que nos ayude a lidiar con estas cosas terribles. Pero lo significativo acerca de esta historia bíblica es que el miedo de los discípulos se incrementó después de que la amenaza de la tormenta fue removida. La tormenta los había atemorizado. La acción de Jesús para calmar la tormenta los atemorizó aún más.
En el poder de Cristo, vieron algo más temible de lo que habían visto en la naturaleza. Ellos estaban en la presencia de lo santo.
Nos preguntamos, ¿Qué habría dicho Freud de esto? Ya que este pasaje refuta por completo su tesis. ¿Por qué se habrían los discípulos de inventar un Dios cuya santidad era más terrible que las fuerzas de la naturaleza que los hicieron inventar a ese Dios?
Podemos entender si la gente se inventa a un dios sin santidad, que sólo les traiga consuelo. Pero, ¿por qué un Dios más temible que el terremoto, la inundación o la enfermedad? Una cosa es ser víctima de una inundación, o del cáncer; pero es otra cosa caer en las manos de un Dios vivo. Hebreos 10:31.
Lo que los discípulos dijeron después de que Jesús calmó el mar es revelador. Ellos exclamaron:
¿Quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen? Marcos 4:41. Su pregunta en el fondo era, ¿Qué clase de hombre es éste? Ellos estaban haciendo una pregunta de clasificación; estaban buscando una categoría familiar para ellos en la cual poner a Jesús. Es más fácil para nosotros saber cómo tratar a la gente cuando podemos clasificarla. Respondemos de una manera a la gente hostil y de otra a la amigable. Reaccionamos de una forma hacia los intelectuales y de otra a la gente social. Pero los discípulos no pudieron encontrar una categoría adecuada para clasificar la persona de Jesús. El sobrepasaba toda clasificación. Él era sui generis: único en su género.
Los discípulos nunca habían conocido a un hombre así. Él era único completamente extraño para ellos. Ellos habían conocido toda clase de hombres: altos, pequeños, gordos, delgados, inteligentes y necios. Conocían hombres griegos, romanos, sirios, egipcios, samaritanos y judíos. Pero nunca habían conocido a un hombre Santo, a uno que pudiera hablarle al viento y a las olas, y que éstas le obedecieran. Que Jesús pudiese dormir bajo la tormenta en el mar ya era suficientemente extraño, aunque no único. Es raro encontrar gente que pueda dormir en la crisis, pero es posible. Jesús era diferente.
El poseía una asombrosa identidad sumamente extraña y misteriosa. El hacía sentir a la gente incómoda ante semejante velo de misterio. El episodio de cómo Cristo calmó la tormenta tuvo una especie de repetición en otro suceso en su ministerio. Lucas nos dice que éste suceso aconteció en el lago de Genesaret. En realidad, el lago de Genesaret se le llamaba también el mar de Galilea. Lucas 5:1-7.
Si en alguna ocasión los discípulos se mostraron molestos e irritados con Jesús, fue en esta ocasión. Simón Pedro estaba cansado y frustrado, pues había estado toda la noche pescando sin éxito. La pesca había sido terrible, suficiente para poner de mal humor a un pescador profesional. Además estaba la frustración de liderar con las multitudes que lo apretaban esa mañana mientras Jesús enseñaba. Cuando el sermón de Jesús termino, Simón quería irse a su casa. Pero Jesús quería ir a pescar, y su idea era adentrarse en aguas profundas.
No se necesita mucha imaginación para leer entre líneas el sarcasmo de Pedro: Maestro, hemos estado trabajando duro toda la noche y no hemos pescado nada --le contestó Simón--. Pero, como tú me lo mandas, echaré las redes. Lucas 5:5. Si Simón hubiese tenido un respeto verdadero por la sabiduría de Jesús en esta ocasión, él se habría limitado a decir: Echare la red. Pero él le pareció necesario dejar constancia de su frustración. Casi podemos ver a Simón Pedro intercambiando miradas con Andrés y murmurando sus quejas en voz baja mientras levantaba las redes recién limpiadas y las tiraba por la borda.
Pero, tan pronto como Pedro lanzó las redes donde Jesús se lo indicó, pareció como si todos los peces del lago saltaran hacia ellas. Fueron tantos peces y el peso de ellos que las redes se comenzaron a romper. Los otros se acercaron con su bote y ambos botes se llenaron hasta la orilla, de tal manera que comenzaron a hundirse. Esta fue la pesca más extraordinaria que estos hombres había presenciado.
¿Cómo reaccionó Pedro? ¿Cómo hubiese reaccionado usted? Aunque las redes rebosaban, Pedro no podía ni siquiera ver los pescados. Todo lo que el veía era a Jesús. Escuchen lo que dijo: Al ver esto, Simón Pedro cayó de rodillas delante de Jesús y le dijo: --¡Apártate de mí, Señor; soy un pecador! Lucas 5:8. Pedro se había dado cuenta que estaba en la presencia del Santo hecho carne.
Estaba desesperadamente incómodo. Su respuesta inicial fue de adoración. Cayó de rodillas ante Jesús y en lugar de decir algo como, Señor, te adoro, te magnifico, él dijo, Por favor, apártate de mí. Por favor, vete, no lo puedo soportar. Al rededor de Cristo siempre había multitudes empujándose para tratar de acercarse a Él. Está el ciego que gritaba, Ten misericordia de mí. Está la mujer con un flujo de sangre por doce años tratando de tocar el borde de su manto. Está el ladrón en la cruz procurando escuchar las palabras moribundas de Jesús.
Pero no Pedro. Su angustioso ruego fue diferente: él le pidió a Jesús que se apartara, que le diera un espacio, que lo dejara solo. ¿Por qué? No hay que especular, allí lo dice claramente: Soy hombre pecador.
La gente pecadora no se siente cómoda en la presencia de la santidad.
La miseria del pecado no quiere la compañía de la pureza. Jesús no había dado a Pedro un sermón sobre su pecado. No había habido palabra de reprensión ni de juicio. Jesús nada más le enseñó a Pedro cómo pescar. Pero como la santidad se manifiesta, no se necesitan palabras para expresarla.
El mensaje era imposible de ignorado y Pedro lo comprendió. La norma trascendente de toda justicia y pureza resplandeció ante sus ojos. Igual que Isaías antes de él, Pedro fue devastado.
Uno de los hechos más extraños de la historia es la consistente buena reputación que Jesús goza entre los no creyentes. Es raro oír al no creyente hablar mal de Jesús, se llegan a burlar y hacer mofa, pero casi nunca se oye que digan que era mala persona. La gente abiertamente hostil a la iglesia y los que desprecian a los cristianos, con frecuencia se deshacen en sus elogios hacia Jesús. Aún Friedrich Nietzsche, en los años finales de su vida, los cuales paso en un asilo para dementes, expreso su propia demencia firmando sus cartas como El crucificado.
En términos de excelencia moral, aún quienes no aceptan la deidad o la obra salvadora de Cristo, aplauden a Jesús el hombre. Juan 19:5-6.
Con todo el aplauso que Jesús consigue, es difícil entender por qué sus contemporáneos lo mataron. ¿Por qué las multitudes gritaban pidiendo su sangre? ¿Por qué los fariseos lo aborrecían? ¿Por qué este hombre tan gentil y correcto fue condenado a muerte por las cortes religiosas más altas de la tierra?
Palestina moderna. El peregrino que visita Jerusalén puede ver en su recorrido el monumento de la Tumba de los Profetas adornando el camino al Iado del Muro Oriental, cerca del pináculo del templo. El monumento tiene siglos allí, desde los días de Cristo. Allí, en alto relieve, están esculpidas las figuras de los más grandes profetas del AT. En los días de Jesús, los profetas del antiguo testamento eran venerados. Eran los grandes héroes populares del pasado. Pero mientras vivieron, fueron aborrecidos, ridiculizados, rechazados, perseguidos y muertos por sus contemporáneos. Esteban fue el primer mártir cristiano. Como pasó con Esteban, el primer mártir cristiano. Hechos 7:51-58. Podríamos haber esperado que estas incisivas palabras de Esteban hiriesen el corazón de sus oyentes y los trajeran al arrepentimiento. Pero no fue ese el efecto.
La gente aprecia la excelencia moral, siempre y cuando este lejos, a una distancia segura de ellos.
Los judíos honraban a los profetas, a la distancia. El mundo honra a Cristo, a la distancia. Algo similar sucedió con Pedro. Él quería estar con Jesús, hasta que se le puso muy cerca. Entonces exclamó: Apártate de mí.
Porque Jesús los hacia lucir mal a todos. Jesucristo rompía la curva. Era el máximo exponente de santidad. Los desechados de la sociedad lo amaban porque Él les prestaba atención. Pero los que tenían posiciones de honor y poder no lo podían tolerar. Entre los judíos, el grupo que se declaró su enemigo mortal fue el de los fariseos, la próxima semana veremos su reacción.
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