El día de hoy llegamos el final del capítulo doce del
evangelio de Juan y con ello reunimos ya 91 enseñanzas expositivas de tan
maravilloso evangelio, este capítulo comienza con lo que sucedió días después
del gran milagro de la resurrección de Lázaro de Betania, nos narra que en
honor y agradecimiento al Señor Jesús se realizó un banquete en casa de Simón
el leproso, Martha, fiel a su temperamento era de las personas que servían a la
mesa del Señor, pero lo que realmente llamó nuestra atención en este relato fue
el corazón lleno de agradecimiento de parte de María, quien sin importarle lo
que la gente pudiera decir, se postro a los pies de Jesús y derramo perfume
sobre ellos y los secó con sus propios cabellos, un acto de sublime
agradecimiento.
A este acto de agradecimiento le sumamos la gran
mayordomía que María tenía, pues a pesar de ser un perfume de nardo puro, cuyo
costo era muy elevado, no le estorbó para dar de todo su corazón para el Señor,
no sin que antes el codicioso de Judas Iscariote se quejara por el supuesto
desperdicio de recursos, como lo entendimos ese día, siempre habrá personas que
se opongas a que demos con liberalidad, pero por lo regular son las personas
que menos aportan por la avaricia de su corazón.
Lo siguiente que nos narra Juan es la entrada del
Señor Jesús a la ciudad Santa de Jerusalén, montado sobre un asno, en calidad
príncipe de paz no de guerrero conquistador, las personas, exaltadas en su
ánimo por la gloriosa resurrección de Lázaro, creían que era el mesías político
y a una voz todos coreaban a su entrada: hosanna,
bendito el que viene en el Nombre del Señor, el Rey de Israel.
Al igual que en esa ocasión que las personas no
entendían nada de lo que en realidad estaba pasando, pues Juan mismo relata
que: Estas cosas no las entendieron sus
discípulos al principio; pero cuando Jesús fue glorificado, entonces se
acordaron de que estas cosas estaban escritas acerca de él, y de que se las
habían hecho. Así pasa aun en nuestros días, en las iglesias hay personas
que no saben el verdadero motivo por el cual estamos aquí, concluimos que
estamos aquí por la gracia de DIOS y
para la gloria de DIOS.
Jesús estaba todavía en Jerusalén cuando un grupo de
griegos, prosélitos de la fe judía, por medio de Andrés y Felipe le preguntan
al Señor acerca de la salvación, nuestro Señor Jesús los enfoca mejor en su
Señorío, y les dice el costo del
discipulado: El que ama su vida, la
perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará.
El precio de ser un verdadero discípulo del Señor es
alto, muy alto, pero como lo hemos entendido el costo de no serlo es aún más
alto, el al muerte eterna, el precio es ir en contra de lo que la mayoría
piensa, le llamamos ser contracultura, la
biblia le llama el camino y la puerta angosta, pues pocos son los que andan por
este camino, un camino que va en contra de todo aquello que ofenda el carácter
justo y Santo de nuestro DIOS.
Pero las palabras de Jesús causaron controversia y
como lo vimos la semana pasada para no variar hubo incredulidad de parte de la
gran mayoría de las personas aun y cuando vieron claramente los muchos
milagros, prodigios y señales indubitables que presentan al Señor Jesucristo
como DIOS y Mesías salvador.
Esta incredulidad no fue algo que frustrara el plan de
DIOS, por el contrario, fue, sin anular su clara responsabilidad y culpa de los
hombres, el medio por el cual se llevó a cabo a la perfección el decreto divino
de la muerte vicaria del Señor Jesús, aun así no deja de sorprendernos el
endurecimiento de corazón, no solo del pueblo de esa época, sino de muchos en
la actualidad.
Tal vez en este momento no quieras arrepentirte, pero si te obstinas en esa posición
llegará el día en que ahora no puedas
hacerlo, las capas de callosidad que se van acumulando te harán cada vez
más y más insensible a la Voluntad de DIOS, hasta que llegues al punto en que
tu propia incredulidad traducida en rebeldía e impenitencia te condenarán para
siempre.
Las señales del endurecimiento de corazón son muchas:
·
Indiferencia a los asuntos espirituales.
·
Pecar indolentemente.
·
Rebeldía a la autoridad establecida.
·
Menospreciar la Predicación y enseñanza bíblica.
·
Dejar de apoyar económicamente, servicio, asistencia,
etc.
Son solo algunas de las señales que deberían ponernos
en alerta máxima, pues este es un asunto sumamente delicado, por ello David
mismo dice: si escuchas hoy Su Voz, no
endurezcas tu corazón.
Como ya lo mencionamos la enseñanza pasada, hasta este
punto llega el ministerio público del Señor Jesús, de ahora en adelante solo se
dirigirá a los discípulos y a los líderes del pueblo, pero antes de continuar
con su relato, Juan nos da una recopilación de la enseñanza pública del Señor y
lo deja plasmado en los últimos versículos de este capítulo. Como ya lo
aclaramos, no se está dirigiendo al pueblo, sino que sus oyentes son sus
discípulos.
Este compendio de las enseñanzas de Cristo se parece
mucho al discurso final de Moisés, en el que dijo: Mira, yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el
mal. Deuteronomio 30:15.
Cristo se despide en la cercanía del templo, con una
solemne declaración de tres asuntos muy importantes para los oyentes:
I. Los privilegios y honores de los que creen.
Jesús comienza: 44
Jesús clamó y dijo: El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me envió
Como es muy frecuente en afirmaciones de esta clase el
sentido es: el que cree en mí no cree
exclusivamente en mí sino que cree también en aquél que me envió. Conocer a Cristo significa conocer al Padre.
Amar a Cristo significa amar al Padre. Recibir a Cristo significa recibir al
Padre. Cristo y el Padre son uno solo.
45 y el que me ve, ve al que me envió. Cuando uno contempla intensa y constantemente a Jesús
y advierte cómo se refleja en sus palabras y obras la gloria del Padre,
entonces con los ojos de la fe uno contempla al que lo envió.
Las personas que desean conocer a DIOS pero no les
interesa conocer a Cristo, comúnmente se les conoce como teístas, A. Einstein
es uno de ellos, y aunque no están en la misma categoría que los ateos y los anti
teístas, tampoco caen en la categoría del cristianismo, si bien son
bienintencionados, están sinceramente equivocados.
A DIOS se le adora y se le conoce como él dice, no
como nosotros creemos, queremos o se nos
da la gana, y sólo conociendo a Cristo, su persona, su obra redentiva es que
podremos conocer al DIOS de amor y creador del universo.
46 Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel
que cree en mí no permanezca en tinieblas.
Jesús se identifica plenamente con la luz, como ya lo
sabemos es la referencia directa a que él es la fuente de toda iluminación en
los seres humanos, aún aquellos que no creen en Cristo reciben la luz del
entendimiento, lógica y capacidad de raciocinio de él.
¿Acaso creemos que?
·
Las bellas artes.
·
Al música hermosa.
·
La gastronomía tan variada.
·
La arquitectura esplendorosa.
·
Las obras maestras de ingeniería.
·
La filosofía profunda.
Y tan numerosas obras más de calidad realizadas por el
ser humano salieron de nosotros, la respuesta es un rotundo no, de nosotros no puede salir nada
bueno, ni en el área espiritual ni en ninguna otra, es la luz de Cristo
brillando en el ser humano como la imagen de DIOS plasmó en la humanidad el día
de su creación y que a pesar de que el pecado la ha deteriorado, aún sigue
brillando.
Ha venido al mundo, nuevamente en alusión a que es a
todos sin distinción, de ningún tipo, de raza, género, lengua, nacionalidad,
condición social, etc.
Las promesas de Dios son para los que creen (3:16). Claro que el evangelio se
proclama a todos sin distinción, pero la iluminación es solo de aquéllos depositan
su fe en la persona y obra de Cristo y únicamente aquellos que creen no
permanecerán en tinieblas, los demás, sus mismas tinieblas no los dejan
percatarse que están inmersos en ellas.
II. El tremendo peligro en que se hallan los que no
creen.
47 Al que oye mis palabras, y no las guarda, yo no le
juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. El
propósito principal de la primera venida de Cristo fue no traer condenación
sino salvación. Juan 3:17.
Pero no será lo mismo la segunda y última vez que el
Señor regrese a la tierra, ese día, comúnmente llamado el día del juicio final, será el día en que nuestro Señor dé el
justo pago a todos aquellos que en su incredulidad y endurecido corazón
rechazaron el más grande regalo de amor manifestado en la Cruz del calvario. Mateo 7:22-23.
48 El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene
quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero.
Ya entendimos que aquellos que en su obstinación
deciden rechazar al Señor Jesús, y deciden desechar sus palabras que son vida
eterna, no tiene otro destino que ser juzgados en el día último, en el cual
como ya lo dijimos será el juicio de la humanidad, y las mismas palabras que
estamos escuchando en este momento, si las rechazamos serán las que nos
condenen delante del Señor, pues no tendremos excusa, por eso una vez más
proclamamos que mientras haya tiempo, vayamos a los pies de Cristo. Lucas 11:28.
III. Una declaración de la autoridad que posee al
demandar nuestra fe en Él.
49 Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el
Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he
de hablar. Jesús resume aquí los mismos pensamientos expresados En
·
Juan
3:11.
·
Juan
7:16.
·
Juan
8:26-28.
·
Juan
8:38.
El Padre le dio todas las instrucciones de lo que
había de decir y de lo que había de hablar, y Jesús las cumplió a la
perfección, todas sus palabras fueron palabras
recibidas directamente de Dios, podemos decir que escuchar a Cristo es
escuchar a DIOS mismo.
Los verbos decir
y hablar son aquí sinónimos; Jesús
emplea ambos para dar mayor énfasis a su expresión. Esta instrucción que Jesús
nos ha dado de parte de Dios es llamada aquí mandamiento, en el sentido de
orden o un encargo que cumplir. ¿Cuál es la síntesis de ese mandamiento? Arrepentirnos.
Hechos 17:15.
Dios ordenó obediencia al Primer Adán, y su
desobediencia causó nuestra ruina. También ordenó obediencia al Postrer Adán, y
su obediencia nos procuró la salvación (v. Ro. 5:19).
50 Y sé que su mandamiento es vida eterna. Así pues,
lo que yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho.
Es decir, la comisión dada por el Padre a Cristo tiene
que ver con la vida eterna de los seres humanos. Él ha venido a revelar, a proclamar
y a procurar esa vida eterna. De ahí que quienes siguen las instrucciones de
Cristo, y creen en su Palabra, obtienen la vida eterna. Por eso, quienes
desobedecen a Cristo, renuncian por ello mismo a la vida eterna, y se privan a
sí mismos de la bienaventuranza perpetua.
Cuán equivocados son los que piensan que un Hijo
amoroso vino para aplacar a un Padre irritado. Dios nos libre de la idea de que
entre el Padre y el Hijo hay un amplio abismo, el Juez iracundo contra el
Salvador amoroso. Por el contrario, Jesús comunica sólo lo que el Padre le ha
dado, y lo comunica exactamente como se le ha dado.
·
Juan
3:16.
·
Romanos
8:32.
·
2ª
Corintios 5:19–21.
·
Gálatas
4:4.
Finalmente vemos la gran exactitud con la que el Señor
Jesús llevó a cabo la orden del Padre: Así,
pues, lo que yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho.
De la misma manera que un testigo fiel ocasiona la
salvación de un acusado inocente, así también Cristo cumplió fielmente el
encargo del Padre de revelar y procurar vida eterna: Habló la verdad, toda la
verdad y solamente la verdad.
Esto es un gran estímulo para creer, pues si
entendemos bien las palabras de Cristo y las ponemos por obra, hemos depositado
en buenas manos el asunto de nuestra salvación eterna. Si no lo hacemos así,
arriesgamos la eternidad de nuestra alma, pues la exponemos a la eterna
condenación. 2ª Timoteo 1:12. Judas 24.
También es un gran ejemplo de obediencia, ya que Jesús
dijo y habló exactamente lo que se le ordenó. Este es el único honor que Él
desea y aprecia: que lo que el Padre le ha dicho y ordenado que dijera, eso es
lo que ha dicho y hablado. Así, pues, al creer con certeza absoluta cada una de
las palabras que Cristo nos dice, y al someter enteramente nuestra vida a sus
normas, le daremos la gloria que su nombre se merece.
Las palabras que Jesús utilizó para compilar toda su
predicación pública las podemos agrupar en 3 grandes asuntos, de importancia
eterna:
I. Los privilegios y honores de los que creen.
Jesús clamó y dijo: El que cree en mí, no cree en mí,
sino en el que me envió; y el que me ve,
ve al que me envió. Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que
cree en mí no permanezca en tinieblas.
II. El tremendo peligro en que se hallan los que no
creen.
Al que oye mis palabras, y no las guarda, yo no le
juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. El que me
rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he
hablado, ella le juzgará en el día postrero.
III. Una declaración de la autoridad que posee al demandar
nuestra fe en Él.
Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre
que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de
hablar. Y sé que su mandamiento es vida eterna. Así pues, lo que yo hablo, lo
hablo como el Padre me lo ha dicho.
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