Después de resucitar, el Señor Jesucristo
hace varias apariciones, la séptima de ellas en general o la tercera cuando
están la mayoría de sus discípulos reunidos, es a las orillas del mar de
Tiberias, cuando Pedro, seguido de Tomás, Natanael, Jacobo, Juan y otros dos
discípulos más, se dirigieron a pescar en la noche.
Esta pesca es un evento significativo, pues
ocurrieron milagros maravillosos, que como dijimos la semana anterior,
manifestaron la gloria, el amor, la paciencia y el perdón de nuestro Salvador
para con sus discípulos.
Este relato es conocido como la segunda
pesca milagrosa, la primera pesca milagrosa ocurrió tres años y medio antes y
está relatada en Lucas 5, y ciertamente está pesca también está llena de
milagros:
·
Pescar
cuando llevaban toda la noche sin hacerlo, solo al mandato del Señor.
·
La
gran cantidad de peces, 153 para ser exactos.
·
La
conservación de la red, que aun por ser tan grande la pesca no se rompió.
·
La
multiplicación del alimento: un pan y un pez para siete.
Sin embargo, como lo dijimos, el verdadero
milagro que encontramos en esta ocasión es la gracia y misericordia con la cual
el Señor ha tratado a sus discípulos. Ellos estaban conscientes y sobre todo
Pedro de que no eran merecedores de nada de parte del Señor que no fueran
reproches por abandonarle cuando más tenían que haber permanecido firmes, por
ello es que optaron por regresar a lo que hacían antes, pues pensaban que estaban
destituidos de su lugar de privilegio en el ministerio, junto al Señor Jesús.
Sin embargo, el Señor no solo no hizo ningún
reclamo, sino que además les mostró por medio de una serie de milagros que separados
de él nada pueden hacer.
Ellos seguían consumidos por la culpa, así
que trataron de regresar a su antiguo estilo de vida, pero los planes del Señor
nunca fueron esos, ni tampoco reprocharles nada, sus perfectos planes
siempre fueron manifestarles su amor eterno, perfecto e incondicional, somos
testigos una vez más en la Escritura de que pase lo que pase Cristo nos
sigue amando y nunca dejará de hacerlo.
Pero dejamos la narración incompleta, los
versículos que vamos a escudriñar el día de hoy y primeramente DIOS la próxima
semana, son todos parte de un mismo relato del capitulo final de este precioso
evangelio.
Juan 21:15. Cuando
hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más
que éstos? Le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Él le dijo: Apacienta
mis corderos.
Terminado el desayuno, el Señor se dirige
ahora a Pedro a fin de restaurarlo públicamente a su función, así es como se le
conoce a esta porción de la Escritura, la restitución de Pedro, el cual
públicamente lo negó en tres oportunidades, es por ello que el Señor, de igual
forma en tres ocasiones lo interroga con respecto al trabajo y al amor
pastoral. El Señor lo hace de manera pública, puesto que fue públicamente que
Pedro negó conocerle, y para que no quede lugar a dudas de que está comisionado
para el oficio apostólico.
Las circunstancias deben haberle recordado a
Pedro la escena de su negación. Y si las circunstancias como tales no se la
recordaron, lo que iba a suceder seguramente se la iba a recordar, la semejanza
de condiciones es mucha:
1.
Fue
junto a un fuego de brasas que Pedro negó a su Maestro. Aquí hay otro fuego de
brasas junto al cual se le pide que confiese su amor al Maestro.
2.
Tres
veces había negado Pedro a su Maestro. Tres veces debe ahora reconocerlo como
su Señor, al que ama de todo corazón.
3.
La
predicción respecto a la negación había sido introducida con el solemne doble
Amén. La predicción que sigue de inmediato a la confesión de Pedro llevó el
mismo sello.
En contraste con las tres negaciones, se
presentan las tres afirmaciones que Jesús exige de Pedro en respuesta a las
preguntas: ¿me amas más que éstos? ¿me amas? ¿me quieres?
El Señor Jesús le dijo a Pedro, Simón,
es el nombre que tenía este discípulo antes de que Jesús lo encontrara; por
ello, es muy adecuado en este caso, para recordarle su conducta tan parecida a
la de alguien que actúa como si no le conociera,
Le dice entonces, Simón hijo de Jonás, ¿me
amas más que éstos? Las palabras, que a éstos no se refieren a cosas
como esta barca, esta red, estos peces, sino estos hombres, que están ahí desayunando
con ellos. La pregunta era muy apropiada, porque Pedro se había jactado, Aunque
todos se escandalizaren de ti, yo nunca me escandalizaré en Mateo 26:33.
Con una autoevaluación totalmente
injustificada, Pedro se había colocado por encima de los otros. Esta confianza en
sí mismo había producido su derrota. Por ello, en presencia de estos hombres
debe hacerse su confesión ahora.
Le respondió: Sí, Señor;
tú sabes que te quiero.
Vemos que Pedro ya había comenzado a
entender muchas cosas, su respuesta nos deja ver dos de ellas:
1.
Primero,
ya no se compara con sus compañeros, ya no los toma en menor aprecio, por ello
su respuesta es sí, Señor en el sentido de Sí, te amo más que los otros, se
refiere al hecho de que se siente seguro de que en su corazón hay algo parecido
al amor que Jesús busca en él.
2.
Pedro
usa otro verbo, con un significado algo diferente, no le dice te amo, le dice
te quiero. Jesús utiliza agapao Pedro contesta con Phileo. En
esta ocasión ya más reservado Pedro, humillado por el recuerdo de su caída, no
quiere utilizar el término más elevado por amor, el verbo que Jesús había utilizado.
En lugar de utilizar la palabra que describe
el amor inteligente, incondicional y devocional, prefiere usar aquella que se
refiere a un afecto fraternal, además ya no es el hombre arrogante, ya no
confía ni en sí mismo, pues le dice claramente al Señor tú sabes que te
quiero.
El amor a Cristo es indispensable para poder
ser parte útil en los propósitos de su Reino, por ello es que la pregunta va
relacionada con el amor por su persona y no un ¿me volverías a negar? Si le
ama, nunca más le volverá a negar.
Por ello con tierna misericordia Jesús está
dispuesto a otorgar este gran privilegio de confesar su amor por él al cada vez
más maduro en entendimiento de Pedro, así que es le dice pues apacienta mis
corderos.
16. Volvió a decirle la
segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú
sabes que te amo. Le dijo: Pastorea mis ovejas.
La segunda pregunta difiere de la primera.
Ahonda más y es más dolorosa. Es como si Jesús dijera, Simón, con tu
silencio respecto a estos otros has indicado que ya no crees que me amas más
que ellos. Pero ahora, dejando de lado cualquier comparación, ¿me amas realmente?
Jesús vuelve a utilizar el mismo verbo que antes. Vuelve a preguntar si Simón lo
ama con devoción total y con toda su persona no sólo con las emociones sino
también con la mente y la voluntad.
Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que
te quiero. Pedro responde de la misma manera que antes. Todavía no se atreve a
afirmar que posee la clase más elevada de amor. Le dijo: Pastorea mis ovejas.
17. Le dijo la tercera
vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me quieres? Pedro se entristeció de que le dijese
la tercera vez: ¿Me quieres? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes
que te quiero. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejitas.
Esta vez Jesús desciende al nivel de Pedro,
utilizando el mismo término que Pedro había usado. El Señor parece dudar de que
Simón poseyera siquiera el humilde afecto que decía tener. Pedro se entristeció
de que le dijese esta tercera vez: ¿Me tienes afecto? y le respondió: Señor, tú
lo sabes todo; tú sabes que te tengo afecto.
El hecho de que Jesús hubiera hecho ahora la
pregunta en esta forma entristeció a Pedro. Esto es comprensible. Cualquiera
que se sitúe mentalmente en una situación parecida puede entenderlo de
inmediato. ¿Cómo podría Pedro no sentirse triste cuando Jesús parece dudar
incluso de su apego subjetivo, de su afecto por el Señor? En su corazón Pedro
está convencido de que posee este amor más humilde. Pero ha aprendido la
lección.
No se atreve a recurrir a nada que haya en
sí mismo. Una vez más recurre, y ahora en forma más enfática que nunca, a la
omnisciencia de su Señor. Dice, Señor, tú lo sabes todo. Y como Jesús lo
sabe todo, debe poder darse cuenta del afecto que Pedro tiene por Jesús.
Jesús le dijo: Apacienta
mis queridas ovejas. En
el original es queridas ovejas o pequeñas ovejas u ovejitas. ¿Qué quiere decir
Jesús con este triple encargo que le da a Pedro? No es probable que al hablar
de:
1.
Corderos
(versículo 15).
2.
Ovejas
(versículo 16).
3.
Y
queridas ovejas o queridas ovejitas; donde el diminutivo no se refiriere a edad
o tamaño físico, sino al tierno afecto de Cristo por los suyos.
El Señor tuviera en mente a tres grupos diferentes
dentro de la iglesia; por ejemplo, pequeños, adultos, jóvenes. Antes bien,
mientras que los tres términos se refieren a la misma grey del Buen Pastor, Jesucristo,
esta grey se considera desde tres diferentes perspectivas.
1.
A
los creyentes nos percibe, ante todo, como corderos, porque somos débiles e
inmaduros, y por tanto con necesidad del alimento vigorizante de la Palabra.
2.
En
segundo lugar, como ovejas, propensos a desviarnos y dependientes de Cristo, y
por ello con necesidad de ser pastoreados.
3.
Y
finalmente, como queridas ovejas, con necesidad de la nutrición tierna y
amorosa de la Palabra no adulterada.
Es como si el Maestro le dijera a Pedro:
Hijito, fuiste débil como cordero, errante como oveja e inmaduro como ovejita, y
aun así te amo tiernamente. En Pedro estás palabras quedaron grabadas para
siempre en su corazón. 1ª Pedro 5:1-11.
El Señor Jesús le está dando a entender al
buen Pedro que ahora, con el provecho de sus experiencias y fracasos, puede
considerar a los miembros de la iglesia como sus corderos, sus ovejitas pequeñas
que han de ser alimentadas, cuidadas y amadas tiernamente, fue la manera de
decirle no descuides la labor con la grey, Simón. ¡Esta es tu verdadera misión!
¡Vuelve a ella! Así Pedro fue total y públicamente restaurado.
18. De cierto, de cierto
te digo: Cuando eras más joven, te ceñías, e ibas a donde querías; más cuando
ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no
quieras.
El ya conocido doble amén, de
verdad de verdad te digo, pronunciado por el Señor cuando está a punto de
hablar Palabra poderosa y urgente de escuchar, en este caso una profecía para
la vida y muerte del apóstol Pedro.
Las
palabras: Cuando eras más joven … cuando ya seas viejo, aunadas a que Pedro
murió durante el reinado de Nerón alrededor del año 64 dC, nos dicen que allá
por el año 30 era de edad mediana, de mayor edad que Juan, pero no tan viejo
todavía, rondado los 40 años.
Después el Señor le dice en forma de un
refrán que hasta en nuestra cultura es entendible, no es necesaria una enciclopedia
de usos y costumbres bíblicas para comprenderlo, es algo como: cuando eras
joven y querías ir a algún lugar, te bastaba tu voluntad para tomar la decisión
de vestirte e ira ese lugar que preferías, cuando seas mayor, ya no será de esa
manera, otros tomaran las decisiones por ti.
La implicación es que, en general, Pedro de
joven hizo lo que le pareció. Y no siempre hizo lo correcto. Bondadosamente
Jesús aclara que ese tiempo de indisciplina de pedro está llegando a su fin. Podemos
creer que su experiencia de tiempos recientes le había enseñado una lección.
Esta descripción de la conducta pasada
desenfrenada de Pedro está en marcado contraste con la predicción que sigue de
inmediato: “Pero cuando ya seas viejo, extenderás las manos, y te ceñirá
otro, y te llevará a donde no quieras ir”.
En su edad avanzada llegará el momento en
que, lejos de disfrutar de libertad de movimientos, Pedro tendría que extender las
manos, de forma que lo pudieran ceñir o posiblemente: de forma que lo pudieran
clavar a una cruz; así lo expresa Tertuliano en sus escritos, es interesante
notar que la expresión extender las manos la utilizan a menudo autores griegos
y los primeros padres para indicar crucifixión.
19. Esto dijo, dando a
entender con qué muerte había de glorificar a Dios. Y dicho esto, añadió:
Sígueme.
El pasaje indica claramente que cuando esto
se escribió Pedro ya había salido del escenario de la historia al menos durante
25 o más años. En su muerte Dios había sido glorificado porque la gracia de Dios
fue engrandecida en la disposición de su apóstol de sufrir el martirio por la
causa de Cristo.
La forma de la muerte de Pedro la relatan
los padres de la iglesia así: Eusebio: “Pero Pedro parece haber predicado en
Ponto y Galacia y Bitinia y Capadocia y Asia, a los judíos de la Diáspora, y
por fin, habiendo llegado a Roma, fue crucificado con la cabeza hacia abajo,
porque así pidió él sufrir” (Historia Eclesiástica III, /). Tertuliano: “En
Roma Nerón fue el primero que manchó con sangre esta fe creciente. Luego Pedro
es ceñido por otro cuando se le clava a la cruz” (Antídoto contra la picadura
del escorpión XV). Cf. también Orígenes, Contra Celso II, xlv).
Y habiéndole dicho esto,
añadió: Sígueme.
El mandato, Sígueme, no tuvo un significado
literal, como si a partir de ese momento Pedro fuera de nuevo a acompañar a Jesús
paso a paso. Debe tenerse presente que ya había terminado la forma anterior
visible de asociación diaria del Señor con sus discípulos. En consecuencia, lo
que Jesús quiso decir fue, Sé mi discípulo y apóstol, y como tal sígueme en
servicio, en sufrimiento, y en muerte, estando dispuesto a soportar aflicciones
e incluso el martirio por mi causa. Fue un llamamiento renovado al discipulado
y a los deberes del oficio apostólico. Mateo 4:19-20.
El carácter de Pedro es uno de los más
atrayentes y más vívidamente descriptos en todo el N.T. Su profunda humanidad
lo ha transformado en uno de los integrantes más amados del grupo apostólico.
Era vehemente, impulsivo, enérgico, seguro de sí mismo, agresivo y osado, pero
también inestable, débil, inconstante y cobarde.
Se dejaba guiar más por los impulsos del
momento que por el razonamiento lógico, y pasaba rápidamente de un extremo al
otro. Era por sobre todo un hombre de acción. Su vida muestra los defectos de
su carácter. Era directo y muchas veces impetuoso, dado a la inestabilidad y la
inconstancia, pero su amor por Cristo y su cercanía con él lo convirtieron en
un hombre estable, humilde y un valiente servidor de Dios. En el poder del
Espíritu Santo, se convirtió en uno de los nobles pilares de la iglesia.
El día crucial para Pedro no fue el día que
lo llamó Jesús por primera vez a ser pescador de hombres, sino el día en que
fue restituido, él había perdido toda esperanza, si bien ya había visto tres
veces al Señor resucitado, la culpa y el pesar por haberle negado lo tenían
abatido, totalmente a la deriva, pensando que quizá nunca Jesús le perdonaría,
mucho menos esperaba ser puesto de nuevo en el oficio de apóstol, ya lo dijimos,
por este motivo trató de regresar a su antigua vida de pescador.
Pero no contaba con que Cristo es el DIOS de
las oportunidades, una y otra y otra vez más el Señor Jesús le regresó a Pedro
no solo su oficio de mensajero de la Palabra y pastor de las ovejas, le regresó
su dignidad y amor propio, le restauró la confianza, pero ahora ya no en sí
mismo, ya no en su fuerza propia, ya no en su osado carácter y rudeza de
pescador, ahora Pedro está mas confiado que nunca porque el confía en el Señor
Jesucristo, tal es su confianza en Cristo, que una vez más, sin pensarlo dos
veces, sin poner una sola excusa, cuando el Señor le dice sígueme obedece
de inmediato.
Si algo habremos de resaltar de este pasaje
es el carácter perdonador y restaurador de nuestro Señor Jesucristo, su amor
incondicional en acción, dándole oportunidad tras oportunidad, tras oportunidad
de retomar la senda de justicia.
El Señor Jesús nos muestra su amor
incondicional de tres formas tangibles:
·
Por medio de su misericordia.
·
Por medio de su gracia.
·
Por medio de su paciencia.
Jeremías
31.3. Nos dice que DIOS prolonga su misericordia, su gracia, su amor, en otras
palabras, nos da una y otra oportunidad, nos tiene infinita paciencia. DIOS
entiende a la perfección que no estamos acostumbrados a esta nueva vida, que
muchas veces todavía nos comportamos como éramos antes, pues nuestro
entendimiento se está renovando día a día en su palabra: Romanos 12.2. Efesios 4:23.
Y cada vez que fallamos, cada vez que caemos, cada vez que pecamos lejos
de estar con las maletas listas para regresarnos a donde nos sacó, está con los
brazos abiertos, pues manifiesta su amor por medio de su paciencia. Números 14.18. 2ª Pedro 3.15.
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