Hasta el momento hemos visto las primeras
apariciones del Señor Jesucristo después de resucitar, primero a María
Magdalena a las afueras del sepulcro, después al apóstol Pedro, posteriormente
a dos discípulos en su traslado de Jerusalén a Emaús, y después a un grupo
mucho mayor de personas, entre los que se encontraban diez de los once
discípulos, Cleofas y su amigo que regresaban a dar las buenas nuevas y algunos
discípulos más que estaban reunidos por las maravillosas noticias.
Esta última aparición fue la que
escudriñamos la semana pasada, basados en los relatos de Juan 20 y de Lucas
24 cuyos detalles se complementan entre sí y nos dan un panorama más amplio
de lo que sucedió ese día gozoso.
Como lo dije la semana pasada, Juan trunca
el relato para darnos a saber la noticia de que, entre el grupo de los once,
faltaba uno, Tomás, no sabemos exactamente porque motivo no estaba ahí reunido
con ellos, sin embargo, el Espíritu Santo inspiró al apóstol amado a relatarlo
para edificación de los lectores en cuento un tema muy delicado: la
incredulidad.
¿Qué es la incredulidad? ¿Cómo se
manifiesta? ¿Cómo contrarrestarla? Estás preguntas y un poco más, son las que
estudiaremos el día de hoy, teniendo como base el pasaje del Juan.
24. Pero Tomás, uno de
los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino. 25. Le
dijeron, pues, los otros discípulos: Al Señor hemos visto. Él les dijo: Si no
viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los
clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré.
Se habían reunido los apóstoles del Señor
con algunos de los discípulos por las impactantes y maravillosas noticias
recibidas, primero por parte de las mujeres de que el cuerpo del Señor no
estaba en la tumba, después de Magdalena que había visto al Señor y recibido
una encomienda y por último Pedro que también tuvo un encuentro con Él.
Pero de los doce apóstoles del cordero, solo
diez estaba presentes, sabemos que Judas por su suicidio era imposible que
asistiera, pero había otro que no tenía ningún impedimento y aun así no estuvo
presente, Tomás, el llamado dídimo o gemelo. Tomás era uno de los doce
apóstoles originalmente escogidos. Debía haber estado presente. Al no estar
había perdido el gozo de ver al Señor resucitado, y de oírlo hablar palabras de
paz.
Lo ultimo que tenía Tomás era paz en su
corazón, el verso 25 nos lo deja saber, el estaba infeliz, inquieto, inseguro,
pero no tenia ni una pizca de paz eterna, es por eso que los otros discípulos,
no solo los diez apóstoles, seguramente también Cleofas y su amigo se
compadecieron de él y le dijeron una y otra vez sin vacilar hemos visto al
Señor.
Y no solamente en referencia a cuando entró
en el cuarto con todos ellos, seguramente también Cleofas y su amigo relataron
su encuentro, lo mismo que Magdalena, daba testimonio de su gozoso encuentro.
Había habido varias apariciones del
Señor antes el día de Resurrección y por la noche. Tomás, sin embargo, seguía terco
en su incredulidad, muchos comentaristas deducen que el motivo por el cual no
estaba con los demás discípulos reunidos cuando empezaron a llover las buenas
noticias, es precisamente esa terrible y obstinada incredulidad.
Era un discípulo muy dedicado, recordemos
que cuando reciben las noticas de la muerte de Lázaro en Juan 11 Tomás
de inmediato salta a escena y dice vayamos y si es necesario muramos con él.
Pero al mismo tiempo era muy dado al pesimismo. Por esto se le cayó el mundo
encima cuando crucificaron a Jesús. Cuando los otros siguieron proclamando su
estupenda historia a sus oídos, finalmente protestó: Si no veo en sus manos
la señal de los clavos, y meto mi dedo en el lugar de los clavos, y meto mi
mano en su costado, definitivamente no creeré, es decir, de ninguna forma
creeré que Jesús es el Señor resucitado.
Tomás está dispuesto a creer, pero bajo
ciertas condiciones que él mismo impone, él vio a lo lejos como clavaron al
Señor a la cruz y como traspasaron su costado, así que, para asegurarse que no
fuera un impostor pone como requisito que tenga los estigmas de la crucifixión.
Pero, sobre todo, Tomás desea ver. También desea sentir. Desea ver la señal de
los clavos, y desea meter el dedo en el lugar de los clavos. Tomás no se
sentirá satisfecho con sólo ver las señales que los clavos han dejado en las
manos del Crucificado; no, debe también meter de hecho el dedo en los huecos
dejados por los clavos. E incluso esto no bastará. Su incredulidad es terca.
Tomás debe poder meter la mano en la
horrible incisión dejada por la lanza. Ahora bien, si el misterioso personaje
acerca de quien Tomás ha oído tanto satisface todas estas exigencias, entonces y
sólo entonces Tomás creerá; pero si no, definitivamente no creerá.
26. Ocho días después,
estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando
las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. 27. Luego
dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en
mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. 28. Entonces Tomás respondió y
le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío!
Juan empleó el método inclusivo de contar el
tiempo, es decir donde tomas en cuenta el mismo día en el que estás, por lo tanto,
es una semana después, el segundo domingo de Cristo resucitado por así decirlo.
La hora y el lugar eran, muy seguramente,
los mismos que los de la semana anterior. Esta vez Tomás estaba presente, pero
muy probablemente no porque ya creyera en la resurrección, sino por la labor de
convencimiento que sus compañeros al relatar una y otra vez sus testimonios.
El resto del versículo 26 es casi una
repetición palabra por palabra del versículo 19. Una vez más, aunque las
puertas estaban cerradas, Jesús de repente se apareció. Llegó. Se situó en
medio del grupo. Les habló y les dio paz. Luego se dirigió a Tomás.
Con una gran amabilidad y mucha
condescendencia a las condiciones puestas por Tomás, el Señor Jesús amonestó a
su desanimado discípulo. Con el fin no solo de levantarle el ánimo, sino de
llevarlo a creer verdaderamente, el Señor complace las exigencias de Tomás una
a una:
Exigencias de Tomás.
|
Órdenes de Jesús
|
Si veo en sus manos la señal de los clavos.
|
Mira mis manos.
|
Si meto mi dedo
en el lugar de los clavos.
|
Pon aquí tu dedo.
|
Si meto mi mano en su costado.
|
Acerca tu mano y métela en mi costado.
|
Es así o no
creeré.
|
No seas incrédulo sino
creyente.
|
Para cada exigencia de Tomás hay una orden
de Jesús, aunque la secuencia en que se dieron las órdenes no es exactamente
igual a la utilizada en la propuesta de las exigencias, sin embargo, lo que
importa es la forma condescendiente en que Él Señor trató a Tomás, todo indica
ciertamente que sigue siendo el mismo Jesús y no solo por los estigmas de la
cruz. También Su amor no ha disminuido. Pudo haber reprochado duramente a Tomás,
pero lo trata con mucha dulzura, no cabe duda, es Él.
No pocos somos los que nos hemos planteado
la pregunta ¿Hizo Tomás lo que Jesús le ordenó? ¿Tocó cada una de sus heridas? Aunque
no se encuentra una respuesta explícita a esto en el texto bíblico, es probable
que sí lo hiciera sin que El Señor Jesús se lo tomara a mal, después de todo no
era la primera vez que pasaba. Lucas 24:39. 1ª Juan 1:1.
Habiendo oído las palabras de Jesús,
maravillosas palabras que respondieron a todos los detalles que Tomás puso como
condición, habiendo visto y tocado las heridas en sus manos, sus pies y su
costado, Tomás exclama ¡Señor mío y Dios mío!
Esta confesión debe de entenderse en su
contexto inmediato el cual está en armonía con el contexto de toda la
Escritura, la cual nos presenta al Verbo, nuestro Señor Jesucristo como Señor y
Dios de la creación, y ahora está maravillosa verdad le ha sido revelada a
Tomás, específicamente Tomás se dio cuenta de dos de sus atributos divinos, la
Omnisciencia, pues supo todo lo que había puesto como condición y lo cumplió al
pie de la letra y por su puesto su Omnipotencia, pues solo un Ser Todopoderoso
sería capaz de vencer la muerte.
Pero Tomás no solamente le reconoce como
Señor y Dios, él es muy especifico al apropiarse personalmente de esta
maravillosa revelación Mi Señor y Mi Dios, es lo que Tomás exclama, y no
por casualidad ni como una reacción involuntaria, sus palabras fueron bien
elegidas, ya sabemos porque le llamó DIOS mío, pero también le llama Señor mío,
pues momento antes el mismo tomas se quería enseñorear sobre Jesús al
imponer sus condiciones, ahora en un acto de sumisión y obediencia total le da
el título de Kurios: Señor.
Tomás ya no quiere mandar imponiendo sus
condiciones. En Jesús reconoce a su soberano, incluso a su Dios. Para un judío
esta confesión era sobresaliente.
29. Jesús le dijo: Porque
me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron.
No hubo nada inadecuado en las palabras de
la confesión que Tomás pronunció. Sí hubo algo inadecuado en la forma en que
llegó a ese nivel de fe. Hubiera debido creer sin haber visto. Para beneficio
de quienes íbamos a llegar a creer en él en los años y hasta siglos siguientes,
Jesús dice: Bienaventurados los que no vieron y creyeron.
La fe que procede del ver es buena; pero la
fe que procede del oír es excelente. Esta es la clara lección de las Escrituras.
·
Mateo
8:5–10.
·
Juan
4:48.
·
Romanos
10:14-17.
·
1ª
Pedro1:8.
30. Hizo además Jesús
muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están
escritas en este libro. 31. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús
es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.
Con la gloriosa confesión de Tomás, Señor
mío, y Dios mío, el escritor ha logrado su propósito. Debería
compararse esta confesión con la sublime declaración de 1:1: En el principio
era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.
El propósito del evangelista ha sido todo el
tiempo el mismo: mostrar que Jesús es realmente Dios o, si se prefiere, el Hijo
de Dios; y por ello, de la esencia misma de Dios. La resurrección y sobre todo
la aparición a los discípulos, incluyendo a Tomás, ha tenido el efecto de
producir esta confesión del corazón y la boca de los incrédulos.
La resurrección fue la mayor señal de todas.
Había habido muchas señales. Se realizaron en la presencia de los discípulos,
de modo que estos hombres pudieran ser testigos calificados, es decir, para que
pudieran dar testimonio competente respecto a lo que ellos mismos habían visto,
oído o experimentado. Es cierto que ninguno vio de hecho preciso de la
resurrección. Pero los discípulos vieron al Cristo resucitado, y esto
ciertamente implicaba la realidad de la resurrección.
Además de la gran señal de la resurrección,
las señales que se relatan en el cuarto Evangelio son: la transformación del
agua en vino, la curación del hijo del noble, la curación del hombre seco
en la piscina de Bethesda, la milagrosa alimentación de cinco mil, la
devolución de la vista al ciego de nacimiento, y la resurrección de Lázaro.
Ahora bien, Juan no ha relatado todas las
acciones y enseñanzas de Cristo. Ha sido selectivo. Probablemente dio por
sentado que los lectores ya habían estudiado los primero tres evangelios, pero
simplemente el relatar todas las acciones y palabras significativas de Jesús
habría sido imposible.
¿Cuál fue, pues, el propósito de Juan al referir
las señales que relata? La respuesta se expresa en las palabras, Pero éstas
se han escrito para que crean que Jesús es el Cristo.
No debemos de olvidar nunca que Juan
escribió su evangelio cuando el gnóstico Cerinto ganaba cada vez más
popularidad y seguidores, Cerinto sobajaba la fe de la iglesia en la divinidad
de Cristo. Para Juan era imprescindible fortalecer esa Fe y para nosotros
también lo es, nos unimos al apóstol en rechazar severamente de nuestra
congregación a todo aquel que no confiese a Jesús como Señor y DIOS. 2ª Juan
9-10.
Mientras sigamos creyendo en Cristo como el
hijo de DIOS, que se dio en la cruz por nuestros pecados, seguiremos teniendo vida
en Su Nombre. Pero, si nos dejamos envolver por la incredulidad, seremos
como Tomás, las consecuencias de la incredulidad las podemos ver en su vida en
estos cortos versículos:
1.
Una
persona incrédula, se niega a congregarse con sus hermanos. No podemos
decirnos creyentes y no buscar la comunión con nuestros hermanos en la fe, no
podemos decirnos creyentes y no buscar congregarnos fiel y regularmente lo más
posible, o al menos el día del Señor. Todos los discípulos estaban reunidos por
las maravillosas noticias, todos menos Tomás, que a causa de su incredulidad se
estaba perdiendo la bendición de ser tallado por otros hermanos para reflejar a
Cristo.
Los dos discípulos que
iba a Emaús son otro ejemplo de separación por incredulidad, pero en cuanto
fueron abiertos sus ojos a la verdad, ellos de inmediato se dirigieron a
donde estaba la demás iglesia reunida.
Cuando
verdaderamente nuestros ojos sean abiertos al evangelio, haremos de
congregarnos nuestra prioridad más alta. Porque cuando hay verdadera comunión
con Cristo, hay deseos de estar en comunión con su iglesia.
2.
Un
incrédulo, Se resiste a ser bendecido por DIOS, todo lo ve de forma negativa. A pesar de que a
Tomás le dijeron en repetidas ocasiones y distintas personas que vieron y
disfrutaron del Señor resucitado, el simplemente se negó a recibir esas
bendiciones por su mala actitud de incredulidad.
Así nos pasa cuando vemos
todo en esta vida de color gris, cuando todo nos desmoraliza, cuando a pesar de
que nos alienten con palabras ciertas como descansa en la soberanía de DIOS,
nosotros nos negamos a recibir ese consuelo, porque simplemente la incredulidad
nos hace resistirnos a las bendiciones.
3.
Una
persona incrédula Siempre tiene excusas. A pesar de que intentaban
convencer por medio de sus testimonios, el puso excusa tras excusa, si veo sus
llagas, si toco sus llagas, si meto mi mano al costado, cada vez en aumento sus
excusas a forma de condición. Sus excusas llegaron al punto de ser frías y
hasta cierto punto toscas.
Así nos pasa cuando la
incredulidad empieza a hacernos su presa, ponemos cada vez más y más excusas
¿Para qué? Para todo, ya no solo para no congregarnos, ese es el inicio, pero
también tenemos excusas para no orar, para no leer la biblia, para no buscar
reflejar a Cristo, para no tomar nuestro rol asignado en la familia, ponemos
excusas hasta para pecar más a gusto.
Excusas como: no estoy
tan mal, hay otros peores, DIOS conoce mi corazón, antes era más malo, luego me
arrepiento, al cabo DIOS es amor, David también pecó con Betzabé y DIOS lo
perdonó.
Realmente las excusas
solo son una forma de adormecer nuestra conciencia, pues la incredulidad
conduce a pecar porque nos separa de DIOS. Hebreos 3.12. Las excusas
inventadas, son con el fin de crear una falsa paz en nuestros corazones,
pero en el fondo sabemos que este tipo de vida no es la de un hijo de DIOS.
4.
Los incrédulos Son pragmáticos. Cuando Lázaro
murió y les dieron aviso a Jesús y sus discípulos, el primero en hablar fue
Tomás, el cual valientemente dice vamos para que muramos también con él. Porque
sabía que los líderes de los judíos podían tomarlos presos y hasta darles
muerte.
Cuando después de haber
tomado la ultima cena el Señor Jesús les anuncia su pronta partida, el primero
en preguntar es Tomás Juan 14:5 Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo,
pues, podemos saber el camino? No entendía que las palabras del Señor no
eran literales sino metafóricas, lo que hay que resaltar es el pragmatismo de
Tomás, que de inmediato quiere sobresalir, recordarle al Señor que lo seguirá a
donde sea, pero que le indique cual es el camino.
Sin embargo, el día que
en verdad debió estar con Jesús, en su arresto, crucifixión y sobre todo cuando
le llegaron las noticias de la resurrección, Tomás, ahora simplemente se
esfumó, eso es pragmatismo, aunque la biblia le llama doble ánimo. Santiago
1:6-8.
Por eso es que algunas
veces estamos en la iglesia, sirviendo, teniendo comunión con nuestros hermanos
en la fe y repentinamente estamos abatidos, sin ganas de venir, sin ánimos de
servir ni nada, la incredulidad no solo da a luz aislamiento, pecados y
negatividad, también acarrea consigo el doble ánimo.
No nos quedaremos con las características de
los incrédulos, el propósito de la enseñanza del día de hoy es confrontarnos
con la palabra, cual espejo ver nuestra realidad, pero, al mismo tiempo y por
medio también de la palabra misma darnos la salida, la alternativa a seguir
para no continuar en este vil y deplorable estado de no creerle al Señor.
Creer es dirigir la atención del corazón hacia
Cristo, exclamando como Tomás Señor mío y DIOS mío. Es hacerlo sin dejar
de mirarle por el resto de nuestras vidas. Para Tomás y para nosotros, este es
un gran acto volitivo que establece la intención del corazón para contemplar
para siempre a Jesús.
Adquiera el hábito de mirar hacía Cristo
siempre, en cada situación, en cada bendición, en cada problema, en cada
instante de nuestras vidas miremos a donde se encuentra Cristo. Mateo 8:8
dice Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios.
A menudo la mira en Cristo se distrae por el
mundo o los problemas y aun cuando nos sentimos bien tendemos a alejar nuestros
ojos de Él, pero una vez que el corazón se ha comprometido a mirarlo solo a él,
de inmediato al detectar que nuestra mirada se aleja, regresémosla sin demora
hasta que se haga un hábito de vida a nuestra alma con el tiempo.
La verdadera fe está ocupada, no con uno
mismo, sino con Cristo Jesús, tal como le aconteció a Tomás, en el momento en
que quitó sus ojos de su incredulidad, de su depresión, de sus problemas, de sí
mismo, en ese instante es que pudo reconocer a Su Señor y Su Dios. Oremos por
que cumpla lo escrito por Pablo en Efesios 3:14-21.
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