La semana pasada comenzamos a escudriñar el
tercer capitulo del libro de Hechos, el cual es corto, pero al mismo tiempo muy
relevante, en esté capitulo nos encontramos con Pedro u Juan yendo como era
costumbre de los judíos de su época, a orar al templo a las hora novena que son
las 3 de la tarde, en una de las puertas de entrada, se encontraron con un
limosnero invalido de nacimiento, al cual pedro, en el nombre de Jesucristo de
Nazareth levanta y de inmediato comienza a caminar y dar saltos de jubilo y agradecimiento
a DIOS por tan maravillosa obra.
Pedro realizó este milagro, no sólo para
aliviar la invalidez del hombre y salvar su alma, sino también para probar a
los judíos que el Espíritu Santo había venido con las bendiciones prometidas. Isaías
35.6 promete a los judíos que Israel disfrutaría de tales milagros cuando recibieran
a su Mesías.
Pedro es un verdadero misionero de Jesús. Ve
una oportunidad para testificar de su Señor y la aprovecha. Realiza un milagro,
observa su efecto, y de inmediato se dirige a la gente que se ha reunido. Sabe
que su auditorio está “maravillado y lleno de asombro”, tiene una actitud
positiva hacia él y quieren oír una explicación.
11. Y teniendo asidos a
Pedro y a Juan el cojo que había sido sanado, todo el pueblo, atónito,
concurrió a ellos al pórtico que se llama de Salomón.
Lucas no da detalles acerca del culto de
oración en el Patio de los hombres. Suponemos que el paralítico que fue sanado
no les permitió pasar inadvertidos pues se mantuvo cerca de ellos e hizo notar
a la multitud que los discípulos de Jesús habían sido instrumentos para su
sanidad.
El foco de atención está, por eso, en Pedro
y Juan. Lucas escribe: “Todo el pueblo, atónito, concurrió a ellos”.
Cuando los apóstoles pasaron a través del Atrio de los gentiles al Pórtico de
Salomón, un gentío empezó a rodearles.
El pórtico estaba cubierto por un techo de
cedro, y el lugar mismo constituía un amplio salón que podía albergar a
innumerables personas. Este fue el lugar donde Jesús se reunió con los líderes
judíos cuando vino a Jerusalén para la celebración de la Fiesta de la
dedicación o Hanuká (Jn. 10:22). Y fue aquí, precisamente, donde la
multitud, curiosa y asombrada, se reunió en torno de Pedro y de Juan para saber
qué había pasado con el paralítico.
12. Viendo esto Pedro,
respondió al pueblo: Varones israelitas, ¿por qué os maravilláis de esto? ¿o
por qué ponéis los ojos en nosotros, como si por nuestro poder o piedad
hubiésemos hecho andar a éste?
Pedro tiene un auditorio listo para escuchar
su explicación. La gente está asombrada por el milagro que acaba de ocurrir. No
hay escepticismo; la mofa que se escuchó el día de Pentecostés ahora está ausente.
Por todo esto, Pedro tiene una oportunidad excepcional de proclamar el
evangelio. Como en su sermón en Pentecostés, primero explica las circunstancias
en que ha ocurrido el milagro, luego pone al corriente a sus oyentes con la
muerte y resurrección de Jesucristo, y finalmente los llama a arrepentirse mediante
la fe.
a. “Varones israelitas”. Pedro vuelve a
usar la forma familiar que usó en su sermón de Pentecostés para comenzar su
sermón porque está hablando a ciudadanos judíos que conocen el AT y que no
ignoran de los milagros realizados por Jesús. Les habla como el pueblo de Dios
y les dice que no deben sorprenderse por el milagro que ven en el paralítico.
Por implicación, les recuerda las obras de Jesús de Nazaret, cuyo poder
continúa actuando en sus seguidores inmediatos.
b. “¿Por qué nos miran
como si por nuestro propio poder o piedad hubiésemos hecho andar a éste?” Pedro reprueba a
su auditorio judío y los amonesta que no miren lo que los hombres hacen sino al
poder de Dios. Lucas establece un paralelo con el pueblo de Listra, quienes
creyeron que Pablo y Bernabé eran dioses después que sanaron a un paralítico (14:8–18).
Por supuesto, la gente de Jerusalén no
pretendía adorar a Pedro y a Juan, pero sí creían que ellos tenían un poder en sí
mismos que les había permitido hacer caminar al hombre cojo. Pedro les dice que
no deben ver lo que los hombres hacen, sino la gloria de Dios. Otra gran
diferencia con los charlatanes de la actualidad, ya sea los milagreros o los
motivadores, ambos atraen la atención a ellos mismos, robando así el honor que
solo nuestro Señor Jesús se merece.
13. El Dios de Abraham,
de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su Hijo
Jesús, a quien vosotros entregasteis y negasteis delante de Pilato, cuando éste
había resuelto ponerle en libertad.
Es obvio que Lucas presenta sólo un extracto
del sermón de Pedro, lo inspirado por el Espíritu Santo y por lo tanto lo
necesario para nosotros. Lo que dice muestra claramente que Pedro apela a los
motivos religiosos de sus oyentes. Después de dirigirse a ellos como: “Varones
israelitas”, hace notar que Dios es el Dios de los patriarcas Abraham,
Isaac y Jacob. Al decir esto, Pedro está tocando una parte básica del
fundamento religioso de Israel. Dios se reveló a sí mismo a los antepasados de
los cuales Abraham, Isaac y Jacob son las tres primeras generaciones.
Aquí encontramos las mismas palabras que
Dios habló a Moisés desde la zarza ardiendo. Éxodo 3:6,15. Jesús también
pronunció estas mismas palabras cuando él, en su discurso a los saduceos acerca
de la doctrina de la resurrección, les dijo que Dios es un Dios de vivos y no
de muertos. Mt. 22:32; Mr. 12:26–27; Lc. 20:37–38. Por último, Esteban
las menciona en su discurso ante el Sanedrín (7:32).
Definitivamente, Dios es el Dios de los
antepasados de Israel. Pedro continúa y dice: “El Dios de nuestros padres ha
glorificado a su siervo Jesús”. Les dice que Jesús se encuentra en la línea
de los patriarcas y de los antepasados espirituales del pueblo judío. Dios ha
glorificado a Jesús, a quien Pedro deliberadamente llama “siervo” pues
la palabra que se tradujo Hijo en este verso, del griego pais (παι̂ς,
G3816) se traduce mejor como Siervo, Pedro lo hace para recordar a sus
oyentes la profecía de Isaías respecto a los sufrimientos y gloria del siervo
del Señor en Isaías 52:13–53:12. Ellos necesitan saber que Jesús cumplió
esta profecía mesiánica y saber que por lo tanto Jesús es el siervo de Dios por
excelencia.
Pedro después les dice que “entregaron (a
él) y negaron (a él) delante de Pilato, aunque éste había resuelto ponerle en
libertad”. Pone el peso de la culpa donde corresponde. Los judíos son
responsables por la muerte del siervo de Dios, a quien Dios glorificó
resucitándole de la muerte. Posteriormente, él ascendió al cielo para ocupar su
lugar a la diestra de Dios.
En presencia de Poncio Pilato, los judíos
repudiaron al siervo de Dios, quien había venido a su propio pueblo Jn. 1:11.
Y aun cuando Pilato quería dejar libre a Jesús porque no encontró base alguna
para fallar en su contra, ellos le pusieron a Pilato una difícil prueba.
Primero lo forzaron a mantener su lealtad al César y seguido lo hicieron ceder
a sus demandas de crucificar a Jesús.
14. Mas vosotros
negasteis al Santo y al Justo, y pedisteis que se os diese un homicida, 15 y
matasteis al Autor de la vida, a quien Dios ha resucitado de los muertos, de lo
cual nosotros somos testigos.
Los judíos tenían que haber sabido por la
lectura del AT que el Mesías es llamado Santo. Por ejemplo, en su sermón de
Pentecostés, Pedro les recordó de este hecho citando el Salmo 16:10: “Ni permitirás
que tu santo vea corrupción”. Aclaró que David no estaba hablando de sí
mismo sino de Cristo. Y la gente sabía por los profetas que el Mesías es el
Justo. Así, en Isaías 53:11 leemos: “Por su conocimiento justificará
mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos”.
“Mataron al Autor de la
vida”. La
acusación de Pedro está dirigida certeramente a la conciencia de su auditorio, él
no echa la culpa a Poncio Pilato, quien mandó a los soldados que crucificaron a
Jesús. Culpa al pueblo judío el que, incitado por los jefes de los sacerdotes y
los ancianos, exigieron la muerte de Jesús. Les declara que también ellos son
asesinos.
He aquí el crudo contraste y la profundidad
de su crimen: le piden a Pilato que suelte a Barrabás el asesino y que dé
muerte al Autor de la vida. Pero Jesús es el dador de la vida y, por lo tanto,
es la fuente de la vida. El hombre mortal, sin embargo, es incapaz de matar al
autor de la vida, quien ha resucitado de la tumba, así que solo es una figura
retorica con el fin de resaltar aun más la culpabilidad de los judíos que le
escuchan.
“a quien Dios resucitó de
la muerte, de lo cual nosotros somos testigos”. Un tema característico
que los apóstoles Pedro y Pablo usan en sus sermones aparece en esta secuencia:
ustedes los judíos mataron a Jesús; Dios lo levantó de la muerte; y nosotros los
apóstoles somos testigos de ello. Si Dios levantó a Jesús de entre los muertos,
entonces, por implicación, él también puede dar vida a sus asesinos. En otras
palabras, el anuncio triunfante de Pedro: “Dios resucitó [a Jesús] de la
muerte”, se extiende hasta alcanzar a los acusados.
Cuando ellos ven el error de su camino y se
vuelven a Dios en arrepentimiento y fe, Dios está dispuesto a perdonarles y
restaurarles como su pueblo y darles vida eterna. Los apóstoles son testigos de
la resurrección de Cristo y proclaman las buenas nuevas de vida y sanidad en su
nombre.
16. Y por la fe en su
nombre, a éste, que vosotros veis y conocéis, le ha confirmado su nombre; y la
fe que es por él ha dado a éste está completa sanidad en presencia de todos
vosotros.
Fe en el nombre de Jesús es el requisito
básico que Pedro pone delante de sus oyentes. Por fe en Jesús resucitado y
glorificado los apóstoles pueden operar milagros. Las expresiones fe y su
nombre aparecen dos veces en este versículo. Vamos a analizar estos dos
conceptos:
a. Fe. La pregunta que
nos tenemos que hacer es si Pedro habla de la fe de los apóstoles o de la fe
del paralítico. La respuesta, por supuesto, es que ambos los apóstoles y el
mendigo tuvieron fe. Pedro y Juan efectuaron el milagro sólo porque creían con
una fe absoluta que Jesús les daría el poder de sanar.
Podemos entender que el mendigo también
creyó que el Señor lo sanaría, aun cuando Lucas no nos dice nada acerca de su fe
en el momento en que el milagro se produjo. Esta fe, como Pedro lo deja claro,
viene a través de Jesús. Sólo a través de él es la fe efectiva, como se hace
evidente en la sanidad del mendigo: “Y la fe que viene por él ha dado a éste
completa sanidad”. Fe y el nombre de Jesús son los dos lados de la misma
moneda que representa la sanidad. En resumen, fe es la forma y el nombre de
Jesús es la causa de la restauración del hombre.
b. Nombre. Lucas, refleja el
énfasis de Pedro en el nombre de Jesús, el cual menciona repetidamente. Literalmente,
el texto dice: “Es el nombre de Jesús el cual ha fortalecido a este hombre a
quien ustedes ven y conocen”.
Cuando Pedro dijo al paralítico, “En el
nombre de Jesús de Nazaret, levántate y anda” (v. 6), él no se limita a
pronunciar una fórmula mágica que causa el milagro. Por el contrario, por fe en
el nombre de Jesús él confió que el divino poder de Jesús fluiría a través suyo
para sanar al paralítico.
Fe en el nombre de Jesús demanda una
reacción de parte del mendigo, quien extiende su mano derecha hacia Pedro y se
da cuenta que sus pies y tobillos están fuertes. Con esta evidencia, que puede
ser vista por todos los presentes, Pedro está ahora en el punto de pedir a los
judíos que pongan su fe en Jesús.
Pedro ha puesto al descubierto la miserable
situación de sus oyentes, quienes ahora ven su culpa ante Dios, la culpa de
haber matado a Jesús, el autor de la vida, se mantiene. Pedro se dirige a ellos
con palabras afectuosas y con un interés y preocupación pastoral. Se ubica él
mismo a nivel de ellos y les da palabras de consuelo.
17. Mas ahora, hermanos,
sé que por ignorancia lo habéis hecho, como también vuestros gobernantes.
Ignorancia. Después de
explicar los acontecimientos del pasado reciente que son conocidos a cada
oyente en su auditorio, Pedro vuelve a la situación presente. En tono gentil
les pregunta: “¿Qué haremos con su pecado?” Dado que la gente mira a Pedro en
busca de ayuda, tiene en sus manos una magnífica oportunidad para guiarles al
arrepentimiento y fe en Jesucristo.
Como un pastor amoroso admite que sus
oyentes, a quienes ha tratado de “hermanos”, cometieron su crimen por
ignorancia. Pecaron sin intención, siendo arrastrados por la chusma desenfrenada
que les hizo gritar: “¡Crucifícale!” Si ellos hubieran pecado con soberbia, la
situación sería diferente, pues Dios dice que él no perdona al hombre que peca
con soberbia. Números 15:30–31. El pueblo judío, sin embargo, pecó
ingenuamente debido a su ceguera espiritual.
Los judíos no se dieron cuenta que Jesús de
Nazaret vino a ellos como su Mesías. Ni entendieron la Escritura, que hablaba
de un Siervo sufriente, es decir, el Mesías. En su sermón a los judíos en
Antioquía de Pisidia, Pablo dice que el pueblo de Jerusalén y sus gobernantes
no reconocieron a Jesús (13:27). No obstante, su culpa, que puede ser
quitada sólo por el arrepentimiento y por el perdón amoroso de Cristo, se
mantiene. El amor de Cristo está presente. Aun en la cruz, Jesús oró por las
personas que lo mataban: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc.
23:34).
En estas palabras, Pedro también incluye a
los dirigentes de los judíos: “Y ahora, hermanos, sé que por ignorancia
actuaron, como también hicieron sus gobernantes”. Esta afirmación general
no quiere decir que cada uno de los dirigentes judíos actuó por ignorancia,
pero si hay algunos de entre ellos que libran el actuar con soberbia, Nicodemo
es un ejemplo de ello.
18. Pero Dios ha cumplido
así lo que había antes anunciado por boca de todos sus profetas, que su Cristo
había de padecer.
Cumplimiento. Pedro repite las
palabras que Jesús había dicho primero a los dos hombres de Emaús y más tarde
en el aposento alto cuando abrió las Escrituras y dijo a los discípulos que el
Cristo habría de sufrir y entrar en su gloria. Pedro basa su sermón en el AT y
dice a su auditorio que Jesús es el cumplimiento de la profecía.
En realidad, está afirmando esto cuando dice
que “Dios cumplió así las cosas que antes había anunciado por boca de todos
los profetas”. Dios habla a través de sus siervos los profetas, pero su
palabra es cumplida mediante Jesucristo, su Hijo. Dios, entonces, provee
continuidad en su revelación. Hace saber que la comunidad cristiana vive en la
era del cumplimiento. Así, los primeros cristianos ven en el AT la humillación
y el sufrimiento de Cristo como el camino que conduce a la gloria.
Los profetas en el Antiguo Testamento
profetizaron que el “Cristo sufriría” Isaías 50:6; 53:3–12; 1ª Pedro 1:10–
12.
Porque conocían los escritos de los
profetas, deben haber sabido de estos hechos. Jesús dijo a los hombres camino a
Emaús que ellos eran “tardos de corazón para creer todo lo que los profetas
han dicho”; y en el aposento alto después de resucitar, Jesús abrió el
entendimiento de sus discípulos para que pudieran entender las Escrituras.
Ahora Pedro sigue el ejemplo que Jesús dio e
instruye a sus oyentes en la enseñanza respecto a los sufrimientos del Mesías.
Les dice que Jesús sufrió y murió en la cruz, porque los judíos lo entregaron
para que fuera crucificado. También les muestra el camino del arrepentimiento,
el volverse a Dios, la remisión de pecados y una vida renovada y refrescante.
Conclusión.
Pedro usó esta curación como una oportunidad
para presentar a Cristo y ofrecer perdón a la nación. Nótese que se dirige a
los «varones israelitas», como lo hizo en 2.14 y 22. Les predicó a Cristo y les
acusó de negar a su Mesías. Justo unas pocas semanas antes Pedro mismo había
negado a Cristo tres veces. Sin embargo, debido a que confesó su pecado y
arregló las cuentas con el Señor pudo olvidar su fracaso.
El versículo 17 es de mucha importancia,
porque Pedro allí afirmó que la ignorancia de Israel le hizo cometer este
crimen terrible. La ignorancia no es excusa, pero sí afecta la pena que se
impone. Por eso es que Jesús oró: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que
hacen» (Lc 23.34). Sin embargo, el tema que sobresale en estos cortos
versículos es la fe y le objeto sobre el cual es depositad: el nombre de
Cristo.
Tanto Pedro y Juan para efectuar el milagro,
como el paralitico para recibirlo hicieron uso de este tipo de fe salvífica,
transformadora cuyo único objeto es Cristo, no fue solamente creer con
muchas ganas o que haya sido muy intensa o sentimental, el punto es
que la fe que DIOS les dio en la eternidad pasada se activó aquí en el tiempo
porque fue depositada en la persona de Jesucristo.
Como dice Louis Berkhof: El objeto de la fe salvífica es
el Señor Jesucristo y sus promesas de redención. Para ser más
específicos, no es el acto de la fe en sí
mismo como tal el que salva, sino más bien es lo que recibimos por medio de
la Fe, lo que nos justifica y por tanto lo que nos salva. Hay un determinado
número de acontecimientos salvíficos y en consecuencia de doctrinas acerca de
Cristo y su obra redentiva, así como promesas hechas por Cristo mismo a los
hombres, cada pecador ha de creer en estos hechos y en estas promesas.
Hay dos preguntas que surgen y al contestarlas
llegaremos al cenit den nuestra enseñanza:
¿Qué hace creíble el objeto de nuestra fe? ¿Qué lo respalda, que hace que tenga crédito por
encima de otros objetos en que podamos creer (buda, Mahoma, panteísmo, por
ejemplo)? Respondemos que la veracidad y la fidelidad de DIOS en conexión con
las promesas hechas en el evangelio.
Nosotros conocemos por medio de las Escrituras la
Veracidad y la Fidelidad de DIOS a cumplir con cada una de sus promesas, Él no
es hombre para mentir, ni hijo de hombre para arrepentirse de cumplir algo que
haya prometido, por eso es que nos apegamos a la Sola Scriptura y su supremacía.
¿Qué hace que nosotros creamos en el objeto de nuestra FE? Es
bien sabido por todos, que muchos otros también conocen la biblia, y hasta admiten
que DIOS es fiel a cumplir con sus promesas, pero no por eso poseen la fe salvífica.
¿Por qué nosotros creemos y otros no lo hacen? Lo que
hace que nosotros depositemos nuestra Fe en la persona y obra del Señor
Jesucristo es el testimonio interno del
Espíritu Santo a nuestro corazón es lo que nos inclina a creer. Juan 6:44. Romanos
4.20-21. Romanos 8:6. Efesios 1:13. Efesios 2:8. 1ª Juan 4.13. 1ª Juan 5:7-10.
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