domingo, 1 de marzo de 2020

Hechos Historia Salutis 20: Nuevamente Frente Al Sanedrín. Hechos 5:21-32.


En el quinto capitulo del Libro de Hechos, Lucas nos narra primero la lamentable historia de Ananías y Safira y como DIOS los eliminó de en medio de su pueblo santo, pues en su mentira pusieron en riesgo la unidad de la iglesia primitiva, este acto providencial del Señor causó gran temor en todos, tanto miembros como ajenos a la iglesia.

Esto lo aprovecharon los apóstoles para predicar y enseñar acerca del Nombre de Jesús y en ese nombre realizar un gran numero de milagros y sanidades, al grado de que con solo pasar la sombra de Pedro era suficiente para obrar el prodigio. Esto causó nuevamente celos y envidias de parte de los saduceos que como lo hemos entendido eran los que manipulaban a su antojo el sanedrín, así que de inmediato ordenaron arrestar a los doce en la cárcel pública.

Sin embargo, El Señor Todopoderoso tenia sus propios planes en esta situación, pues envió a uno de sus ángeles a liberar de noche a los suyos, Lucas no nos da más detalles, solo sabemos que además de librarlos de la cárcel, les dio un mensaje: salgan y proclamen las palabras de esta Vida.

Lo siguiente que nos narra Lucas es la obediencia de los apóstoles y la reacción y el juicio de los miembros del sanedrín:

5:21 Habiendo oído esto, entraron de mañana en el templo, y enseñaban. Entre tanto, vinieron el sumo sacerdote y los que estaban con él, y convocaron al concilio y a todos los ancianos de los hijos de Israel, y enviaron a la cárcel para que fuesen traídos.

Después de haber sido sacados de la cárcel, los apóstoles tuvieron tiempo para prepararse para la tarea que el ángel les había dado. Al clarear el alba, cuando la gente acostumbraba ir al templo para sus oraciones matutinas, los apóstoles les estaban esperando para hablarles de la nueva vida en Jesucristo. Mostraron valentía y osadía al volver al lugar donde el sumo sacerdote y sus colegas sacerdotes ejercían su autoridad. Pero lo hicieron en obediencia a la orden divina que han recibido: habiendo oído esto.

Lo que probablemente haríamos la mayoría es ser prudentes y predicar sin levantar ya tanto escándalo o barullo, pero los apóstoles, consientes de que el Señor está con ellos no lo hicieron de ese modo, ellos de inmediato salieron nuevamente al mismo lugar y con la misma si no es que con mayor intensidad a proclamar la Palabra de vida eterna en Cristo Jesús.

En sus oraciones, vimos que ellos pidieron que Dios les conceda la habilidad de enseñar el evangelio con todo ánimo (4:29); llenos con el Espíritu Santo ellos hablan “la palabra de Dios con gran valor” (4:31). Por lo tanto, lo que vemos es la continuación de la predicación y enseñanza del evangelio de Cristo por los apóstoles.
   

21b. Cuando vinieron el sumo sacerdote y los que estaban con él, convocaron al Sanedrín, el concilio de los ancianos de Israel, y enviaron órdenes a la cárcel para que fuesen traídos.

Con un sutil toque de humor, Lucas dice que el sumo sacerdote convocó al Sanedrín a un juicio precipitado y envía oficiales a la cárcel para que traigan a los apóstoles a comparecer. El relato lo hace desde la perspectiva divina, por lo cual pone de manifiesto que todos los intentos del hombre por oponerse a la acción de Dios resultan inútiles. Así, el sumo sacerdote envía mensajeros que convocan a los miembros lo más rápido posible.

Pero los apóstoles se encuentran ya enseñando a la gente en el recinto del templo. Lucas escribe “el Sanedrín, el concilio de los ancianos de Israel” para hacernos saber que se encuentra presente la asamblea en pleno los 70 ancianos más el sumo sacerdote. Recordemos que el Sanedrín es el concilio gobernante no sólo sobre Jerusalén sino sobre todo Israel.

Obedeciendo una orden del sumo sacerdote y sus colegas, los oficiales de la policía del templo van a la cárcel pública para traer a los apóstoles ante el Sanedrín. Podríamos preguntarnos cómo fue que ninguno de los miembros del sacerdocio que servían en el templo aquella mañana se haya percatado de la presencia de los apóstoles en los atrios del templo.

Lucas no dice nada al respecto, salvo que el capitán de la guardia del templo ignoraba de la libertad de los apóstoles (v. 24). El salón del Sanedrín estaba en el ala oeste del templo propiamente como tal, y el pórtico de Salomón estaba en el este, pero no se sabe con exactitud donde estaba ubicada la cárcel pública, debió ser relativamente lejos de ambos lugares, por este motivo es que no se percataron de que los apóstoles ya estaban nuevamente predicando en el Pórtico de Salomón.

5:22 Pero cuando llegaron los alguaciles, no los hallaron en la cárcel; entonces volvieron y dieron aviso, 23 diciendo: Por cierto, la cárcel hemos hallado cerrada con toda seguridad, y los guardas afuera de pie ante las puertas; más cuando abrimos, a nadie hallamos dentro.

Es de suponer que todavía es algo temprano cuando los oficiales llegan a la cárcel. Piden al carcelero entregarles a los apóstoles para procesarlos, pero al investigar encuentran las puertas cerradas y la guardia cuidando celdas vacías. Y claro, los apóstoles no están allí.

Presas de gran consternación, vuelven entonces al Sanedrín, donde cuentan a los sorprendidos miembros del tribunal supremo que, pese a que por seguridad las puertas de la cárcel habían sido cerradas con llave y que, pese a que la guardia permaneció en su puesto fielmente, las celdas donde estaban los apóstoles no albergaban a nadie.

Lo que es aún más sorprendente, es que este hecho no haya removido algo en las conciencias de los miembros del sanedrín, de indagar ¿cómo salieron o mejor aún quien los liberó?


5:24. Cuando oyeron estas palabras el sumo sacerdote y el jefe de la guardia del templo y los principales sacerdotes, dudaban en qué vendría a parar aquello.

La persona responsable por la seguridad de los prisioneros es el capitán de la guardia del templo. Él es miembro de una prominente familia sacerdotal que sirve permanentemente en el templo y está exento del plan de rotación que los demás sacerdotes deben seguir. Es un servidor del Sanedrín (Lc. 22:4, 52). El relato escuchado los deja perplejos y sin la capacidad de encontrar una explicación racional para el escape de los apóstoles, pues la única persona que podría ayudarles, el capitán de la guardia, es de su plena confianza.

Mientras tanto, toda la asamblea del Sanedrín espera en la sala, pero los sacerdotes que convocaran la reunión son incapaces de presentar a los apóstoles. Se preguntan qué hacer en tal situación. El Sanedrín discute, aunque nadie tampoco puede explicar los detalles que los oficiales les han contado. Ninguno percibe que es Dios el que está protegiendo a los apóstoles y los está usando para promover el crecimiento de su iglesia.

5:25. Pero viniendo uno, les dio esta noticia: He aquí, los varones que pusieron en la cárcel están en el templo, y enseñan al pueblo.

Dios está guiando y dirigiendo el desarrollo de estos acontecimientos. En su providencia, un mensajero corre desde el templo hasta el salón donde está reunido el Sanedrín. Quizás sea un sacerdote o un levita que ya sabe del arresto de los apóstoles y del juicio preparado para esa mañana. En la confusión que reinaba en la sala del Sanedrín, le permiten presentarse delante de ellos. En medio de gran exaltación, dice: “¡Miren! Los varones que pusieron en la cárcel están en el templo, y enseñan al pueblo”.

La inquietud hace presa de todo el mundo. El sumo sacerdote y sus colegas se dan cuenta que los apóstoles han tenido que recibir algún tipo de ayuda exterior para salir de la cárcel. Esto significa que son sostenidos por alguien que evidentemente se opone a la autoridad del sumo sacerdote.

Además, por si fuera poco, para ellos, el sumo sacerdote y sus colegas saben que los apóstoles tienen el respaldo público, pues los milagros y sanidades realizados, más el incremento del número de creyentes verdaderos desembocaron en un gran número de personas apoyando a los apóstoles. Quizás conjeturan que aun entre los miembros del Sanedrín haya fariseos que tienen una disposición favorable hacia ellos y su causa, nosotros sabemos que así es, al menos son Nicodemo y José de Arimatea.

Los importantes del Sanedrín no saben qué hacer, sobre todo porque habían dado órdenes a los apóstoles que no hablen ni enseñen en el nombre de Jesús. Sin embargo, ellos siguen haciéndolo y justo allí, en pleno sector del templo que como dijimos era una de las áreas de mayor exclusividad para el culto judío y que estaba directamente bajo su cargo, si tal vez solo hubieran estado predicando a la orilla del mar de Galilea o a las afueras de Jerusalén o a las faldas del monte de los Olivos, pero por desgracia para el sanedrín no fue así.


Por el contrario, el atrevimiento de los apóstoles es algo increíble para ellos, casi como si los estuvieran desafiando. Los apóstoles no han escapado para esconderse, sino que lo hacen para enseñar abiertamente, en los atrios del templo acerca del camino de Vida que es el Señor Jesucristo. Al menos para el sanedrín ahora ya saben dónde están los rebeldes, es posible que puedan hacer algo para salir bien parados de la situación.

5:26. Entonces fue el jefe de la guardia con los alguaciles, y los trajo sin violencia, porque temían ser apedreados por el pueblo.

El capitán de la guardia del templo necesitaba guardar las apariencias. Por eso, tan pronto como oye las noticias, tomó a sus oficiales, se lo más rápido posible a los atrios del templo y encuentra a los apóstoles enseñando al pueblo. En el griego original el verbo traer indica que fue una situación muy delicada. El capitán sabe que no puede detener a los apóstoles por la fuerza porque el pueblo los tiene en alta estima y están dispuestos a todo, incluso a protegerlos apedreando a los guardias.

Los miembros de la guardia del templo, así como los altos miembros del Sanedrín son movidos por el miedo y no por la admiración y asombro ante los milagros divinos. Recuérdese que el jefe de los sacerdotes y los ancianos también tuvieron temor del pueblo cuando Jesús les preguntó si el bautismo de Juan era del cielo o de los hombres. Ellos sabían que no podían admitir que el bautismo era “del cielo”, porque de hacerlo debían aceptar a Juan como un profeta. Y tampoco podían decir que era “de los hombres” porque temían al pueblo. Mt. 21:25–26.

Durante el ministerio de Jesús y luego en el arresto de los apóstoles, los sumo sacerdotes y los ancianos dejaron en evidencia que el temor había consumido su autoridad. El capitán y sus hombres temían que, si hacían el menor uso de la fuerza, serían atacados por la multitud. Por otro lado, los apóstoles acompañaron a los oficiales voluntariamente tratando de no ser provocativos. Ellos sabían que Dios, que los ha liberado de la prisión, también los protegerá en la sala del tribunal.

Ahora se encuentran ante la corte suprema de Israel en pleno no sólo Pedro y Juan sino todos los apóstoles. Allí parados, tienen muy presentes las palabras de Jesús de que no debían preocuparse acerca de lo que dirán al tribunal. El Espíritu Santo les dará las palabras que tengan que decir en ese momento. Mt. 10:19–20.

5:27. Cuando los trajeron, los presentaron en el concilio, y el sumo sacerdote les preguntó, 28 diciendo: ¿No os mandamos estrictamente que no enseñaseis en ese nombre? Y ahora habéis llenado a Jerusalén de vuestra doctrina, y queréis echar sobre nosotros la sangre de ese hombre.

Los miembros del Sanedrín están sentados en un semicírculo mientras los apóstoles permanecen de pie frente a ellos. Para Pedro y Juan, esto es una repetición de lo que ya habían pasado, pero para el resto de los apóstoles es su primera experiencia. El sumo sacerdote, como oficial presidente de la asamblea, se dirige a ellos.

Lamentablemente no está interesado en saber cómo lograron escapar de la cárcel no obstante que este hecho les había provocado no mucha turbación hacía poco. 

El y los demás miembros enfocan su atención en la orden que les habían dado al liberar a Pedro y a Juan. Si bien es cierto que en la ocasión anterior ellos habían tenido que ver sólo con dos apóstoles, no es menos cierto que se entendía que la orden comprende a toda la iglesia. Los creyentes, sin embargo, oraron pidiendo valentía para proclamar el evangelio, y, “llenos con el Espíritu Santo” [ellos] empezaron a comunicar la palabra de Dios con denuedo” (4:31). Lo anterior significa que han desobedecido la orden del Sanedrín, por lo cual ahora son acusados de desobediencia.

Este es el asunto que ellos plantean: “Les mandamos estrictamente que no enseñasen en ese nombre”. El sumo sacerdote intencionalmente esquiva el nombre Jesús como lo hizo en la ocasión anterior frente a Pedro y Juan, además, despectivamente se refiere a él como “este hombre” como si no fuera nadie.

Pero no es tonto y se cuida de decir que la orden había sido hecha bajo amenazas, cuando los miembros del Sanedrín no podían castigar a los apóstoles. Sabe que, así como sus amenazas eran palabras sin poder, también lo eran sus órdenes. Parece estar peleando una batalla que tiene de antemano perdida, porque lo que se está haciendo públicamente es todo lo contrario a lo que él ha ordenado, en pocas palabras, lo que ellos más amaban, que es el ser obedecidos por los demás, estaba siendo ignorado y pisoteado por los apóstoles, quienes aman y obedecen a DIOS por encima de todas las cosas y de todos los hombres.

El sumo sacerdote sabe que los apóstoles han inundado Jerusalén con las enseñanzas de Jesús en abierto desafío a sus órdenes; sin duda que él es incapaz de hacerles desistir de seguir enseñando en el nombre de Jesús. Y reconoce que el Sanedrín no tiene enseñanza alguna que pudiera oponerse a las doctrinas de Cristo. En su frustración, plantea dos acusaciones adicionales:

1. “Han llenado a Jerusalén de su doctrina”. El sumo sacerdote sigue evitando pronunciar el nombre de Jesús; en cambio afirma que las enseñanzas se originan con los apóstoles. Pero éstos reiteradamente han dicho que ellos no actúan en su propio nombre, sino que han recibido autoridad de Jesús.

2. “[Ustedes] piensan echar sobre nosotros la sangre de ese hombre”. Con sus propias palabras está admitiendo haber asesinado a un inocente. El sumo sacerdote no puede evitar la evidencia de que el Sanedrín deseó la muerte de Jesús, aun cuando Poncio Pilato no encontró base para condenarle. Lc. 23:22.

La referencia a la sangre de Cristo es un claro eco de la respuesta que el pueblo judío dio a la afirmación de Pilato: “Inocente soy yo de la sangre de este justo, allá vosotros” Mt. 27:24-25. La multitud, entonces, respondió: “Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos”.

Ahora los miembros del Sanedrín se dan cuenta que deben cargar con la responsabilidad por haber derramado sangre inocente. No obstante, el sumo sacerdote se opone con energía al recuerdo que repetidamente Pedro le hace en el sentido que fueron las autoridades judías y el pueblo al cual ellos encandilaron los que llevaron a Jesús a la muerte, clavándole en una cruz.

La evidencia en contra de los miembros de la corte judía es aplastante, pero el sumo sacerdote acusa a los apóstoles de querer echar sobre él y sus colegas del Sanedrín la responsabilidad por la muerte de Jesús.

Pedro ha sido el vocero del grupo de creyentes desde que Jesús ascendió al cielo.

·         Él es quien habla a los fieles en el aposento alto (1:15–22).
·         A la multitud en Pentecostés (2:14–39).
·         A la muchedumbre en el pórtico de Salomón (3:12–26).
·         Y al Sanedrín (4:8–12).
·         De nuevo es él quien se dirige a la asamblea en pleno.

5:29. Respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres. 30. El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándole en un madero.

Pedro comienza dando respuesta a la primera acusación del sumo sacerdote: la desobediencia a la orden del Sanedrín. Y su argumento es el mismo que usó ante el Sanedrín la última vez que se dirigió a ellos. En aquella ocasión, él les pidió que decidieran por sí mismos: “Juzguen si es justo delante de Dios obedecer a ustedes antes que a Dios” (4:19).

Ahora, él dice sin rodeos que los apóstoles deben obedecer a Dios antes que a los hombres. El Sanedrín es el guía espiritual de Israel y para ellos no debería haber opción. Su respuesta unánime a una pregunta respecto a la obediencia debe ser: “¡A Dios!” Dios es el gobernante absoluto en cielo y tierra.

Cuando Pedro con el asentimiento de los apóstoles dice que ellos obedecen a Dios antes que, a los hombres, lo que está en realidad haciendo es anular la crítica de que ellos desobedecieron. Además, por su propia historia nacional los miembros del Sanedrín saben de la validez del principio de obedecer a Dios antes que, a los hombres, lo mencionamos anteriormente, cuando las parteas en Egipto, o los tres jóvenes en babilonia o el mismo Daniel. La Escritura enseña que Dios bendice la obediencia, pero aborrece la desobediencia. Por lo tanto, los apóstoles deben obedecer a Dios y no las órdenes del sumo sacerdote.

Luego, Pedro responde a las acusaciones del sumo sacerdote respecto a la muerte de Jesús. Dice, “El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien ustedes mataron colgándole en un madero”. Hábilmente da en su respuesta al tribunal: las buenas nuevas de que Jesús vive porque Dios le levantó de entre los muertos.

Además, Pedro se refiere a Dios como “el Dios de nuestros padres”. Con estas palabras trae al recuerdo de sus oyentes a Moisés, a quien Dios dijo que dijera a los israelitas en Egipto, “El Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob me ha enviado a vosotros” Ex. 3:15. Con esta referencia indirecta al pasaje registrado por Moisés, Pedro les está demostrando unidad y continuidad con sus compatriotas israelitas. Con toda valentía habla de Jesús, porque la esperanza y la consolación de Israel fueron envueltas con la llegada del Mesías, a quien Dios había enviado en Jesucristo.

En la corte, Pedro les recuerda a los miembros del Sanedrín que ellos son responsables por la muerte de Jesús al haberle “colgado en un madero”. Escoge cuidadosamente las palabras de esta última frase, pero no precisamente porque quisiera describir la muerte de Jesús por crucifixión en términos poéticos. Al contrario, emplea estas palabras porque proceden directamente del AT. Cuando las autoridades judías planearon la muerte de Jesús, incitaron a la multitud para que gritara: “¡Crucifícale!” Ellos conocían las palabras del AT y consecuentemente querían que Dios lo maldijera, en conformidad con el mandato divino: “Maldito todo aquel que es colgado en un madero”. Dt. 21:23; Gá. 3:13.

En resumen, ellos trataron de usar a Dios para sus propios propósitos malvados, negando a Jesús cualquier vestigio de divina gracia y favor. Decían que la maldición de Dios debía caer sobre él por haber muerto en la cruz del Calvario; según ellos, él no estaba apto para vivir en este mundo y, debido a la maldición de Dios, el cielo tampoco lo recibiría. Pedro, por lo tanto, deliberadamente trae a la memoria del sumo sacerdote y los demás del Sanedrín las palabras de las Escrituras que ellos tenían en mente cuando pidieron a Pilato que crucificara a Jesús.

5:31. A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados.

Pedro está diciendo claramente a los miembros del Sanedrín que ellos han cometido un crimen contra el Todopoderoso, quien levantó a Jesús de la muerte y lo exaltó a la posición más privilegiada en el cielo, precisamente, a la diestra de Dios. Ellos mataron a Jesús, pero Dios le levantó de los muertos. Ellos lo condenaron crucificándole, pero Dios lo exaltó a la más alta posición. Dios está obrando en la muerte, resurrección y ascensión de Jesús.

En un sentido, Pedro está repitiendo partes del sermón que había predicado en Pentecostés. Pero ahora dice a los miembros del Sanedrín que ellos mataron al Mesías, a quien Dios levantó a la vida y le dio un lugar junto a él en el cielo. Es decir, ellos son culpables tanto ante Dios como ante Jesús.

Además, Pedro se refiere a Jesús como a Príncipe y Salvador.

·         Le dice Príncipe por su exaltada posición y su estado de “Príncipe de vida”.
·         Es también Salvador, por quien el hombre puede ser salvo.

En una ocasión anterior, Pedro aconsejó a los sacerdotes en ningún otro hay salvación porque hay un solo Nombre en que podemos ser salvos. Ahora, más directamente, les informa que Jesús es ese Salvador “para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados”.

Aunque la salvación comprende un cambio total de la mentalidad del pecador, declara que tanto el arrepentimiento como la remisión de pecados son dones de Dios.

Los dos conceptos, arrepentimiento y perdón de pecados son las partes componentes de las buenas nuevas predicadas por Juan el Bautista Mr. 1:4, Jesús Mt. 4:17, y los apóstoles Lc. 24:47; Hch. 2:38; 13:38. Por supuesto, la importancia del nombre de Jesús es que él salva a su pueblo de sus pecados Mt. 1:21.

En el escenario del Sanedrín, Pedro enfatiza que tanto el arrepentimiento como la remisión de los pecados son dones de Dios a Israel. Unos pocos años más tarde, los gentiles también recibirán la remisión de pecados.

Pedro ya ha mostrado su unidad y continuidad con sus compatriotas judíos al hablar del Dios de sus padres. Ahora revela que, a través de Jesús, Dios ha provisto salvación para su pueblo Israel. Así, Dios ofrece sus dones aun a los miembros del Sanedrín que necesitan ser absueltos de su crimen aborrecible, está es la segunda ocasión en muy poco tiempo que DIOS da la oportunidad a los miembros del sanedrín de arrepentirse por el pecado de sus vidas: matar al Señor Jesucristo, la gracia de DIOS es tremendamente extensa.

5:32. Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen.

a. Testigos. En realidad, Pedro está repitiendo las palabras dichas por Jesús a sus discípulos en el aposento alto la noche del domingo de la resurrección. Allí, Jesús les explicó las Escrituras; abrió sus mentes para que pudieran entender el cumplimiento mesiánico de tales Escrituras; les mostró la importancia de su sufrimiento, muerte, y resurrección; les habló sobre predicar en su nombre el arrepentimiento y perdón de pecados; les comisionó como testigos de estas cosas; y les mandó a esperar en Jerusalén hasta que recibieran poder de lo alto, el cual es el don del Espíritu Santo. Lc. 24:44–49.

Pedro se hace eco de las palabras de Jesús, especialmente cuando dice que los apóstoles son testigos de estas cosas. El y los apóstoles son testigos oculares por lo que hablan a todos acerca de la persona y obra de Jesucristo.

b. El Espíritu Santo. Pedro no dice que los apóstoles están en el mismo nivel que el Espíritu Santo en testificar de Jesús. Claro que no lo están. En sus epístolas, Pedro clarifica años después la superioridad infinita del Espíritu Santo en 1ª Pedro 1:11 y 2ª Pedro 1:21. Pedro sabe que El Espíritu Santo fue quien capacitó a los apóstoles para que testificaran para Jesús y que trabaja a través de ellos Mt. 10:20; Jn. 14:26; 15:26–27.

c. El don. El Espíritu Santo es el don de Dios para su pueblo. Todo aquel que pone su confianza en Jesús, se arrepiente, es bautizado y perdonado, recibe el Espíritu Santo (2:38–39). Pedro explícitamente establece que Dios da el Espíritu “a todos aquellos que le obedecen”. Pedro llama al sumo sacerdote y a los demás miembros del Sanedrín a la obediencia, fe, y arrepentimiento. Si ellos rehúsan aceptar a Jesús como su Salvador, no reciben el don del Espíritu Santo. Y entonces la culpa por su crimen permanecerá con ellos para siempre. Si los miembros del sanedrín obedeciesen a Jesús, entonces experimentarían la obra del Espíritu Santo, cabe aclarar que de ninguna manera Pedro está diciendo que las obras, obediencia, son el requisito para recibir al Espíritu santo, el contexto es claro, está hablando de obedecer al llamado de fe y arrepentimiento.

Conclusiones:

En el siglo XVI, el reformador Juan Knox acuñó este lema: “Con Dios, el hombre siempre es mayoría”. No sabemos cómo vio Knox a Pedro y su vida, pero por la Escritura sabemos que Pedro demostrando una gran valentía enfrentó a los setenta y un miembros de la corte suprema de Israel. El nunca recibió entrenamiento alguno en materia de defensa legal, pero con toda sabiduría respondió a los cargos que se le presentaron.

Al dirigirse al Sanedrín, experimentó el poder del Espíritu Santo que le permitió formular con efectividad su posición. El sumo sacerdote se dio cuenta que, al enseñar el evangelio de Jesucristo, los apóstoles decían continuamente a la gente de Jerusalén que el Sanedrín era culpable de derramar sangre inocente.

El evangelio, por lo tanto, los ponía a ellos bajo juicio y los llamaba al arrepentimiento, a la fe, a la obediencia. Si hubiesen escuchado la palabra de los apóstoles, habrían tenido que abandonar el sacerdocio. Enfrentaban entonces una decisión crucial: ponerse a favor de Jesús o en contra de él.

Todos tarde o temprano tendremos frente a nosotros la misma encrucijada que se presentó ese día a los miembros del concilio: seguir en pos de nosotros mismos o seguir al Señor Jesucristo, que DIOS nos ayude y respondamos mejor de lo que ellos lo hicieron, pues como veremos la próxima semana DIOS mediante, no recibieron de buena gana las palabras de los apóstoles.

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