En el quinto capitulo del Libro
de Hechos, Lucas nos narra primero la lamentable historia de Ananías y Safira y
como DIOS los eliminó de en medio de su pueblo santo, pues en su mentira
pusieron en riesgo la unidad de la iglesia primitiva, este acto providencial
del Señor causó gran temor en todos, tanto miembros como ajenos a la iglesia.
Esto lo aprovecharon los
apóstoles para predicar y enseñar acerca del Nombre de Jesús y en ese nombre
realizar un gran numero de milagros y sanidades, al grado de que con solo pasar
la sombra de Pedro era suficiente para obrar el prodigio. Esto causó nuevamente
celos y envidias de parte de los saduceos que como lo hemos entendido eran los
que manipulaban a su antojo el sanedrín, así que de inmediato ordenaron
arrestar a los doce en la cárcel pública.
Sin embargo, El Señor
Todopoderoso tenia sus propios planes en esta situación, pues envió a uno de
sus ángeles a liberar de noche a los suyos, Lucas no nos da más detalles, solo
sabemos que además de librarlos de la cárcel, les dio un mensaje: salgan y proclamen las palabras de esta Vida.
Lo siguiente que nos narra
Lucas es la obediencia de los apóstoles y la reacción y el juicio de los
miembros del sanedrín:
5:21
Habiendo oído esto, entraron de mañana en el templo, y enseñaban. Entre tanto,
vinieron el sumo sacerdote y los que estaban con él, y convocaron al concilio y
a todos los ancianos de los hijos de Israel, y enviaron a la cárcel para que
fuesen traídos.
Después de haber sido sacados
de la cárcel, los apóstoles tuvieron tiempo para prepararse para la tarea que
el ángel les había dado. Al clarear el alba, cuando la gente acostumbraba ir al
templo para sus oraciones matutinas, los apóstoles les estaban esperando para
hablarles de la nueva vida en Jesucristo. Mostraron valentía y osadía al volver
al lugar donde el sumo sacerdote y sus colegas sacerdotes ejercían su
autoridad. Pero lo hicieron en obediencia a la orden divina que han recibido: habiendo oído esto.
Lo que probablemente haríamos
la mayoría es ser prudentes y predicar sin levantar ya tanto escándalo o
barullo, pero los apóstoles, consientes de que el Señor está con ellos no lo
hicieron de ese modo, ellos de inmediato salieron nuevamente al mismo lugar y
con la misma si no es que con mayor intensidad a proclamar la Palabra de vida
eterna en Cristo Jesús.
En sus oraciones, vimos que
ellos pidieron que Dios les conceda la habilidad de enseñar el evangelio con
todo ánimo (4:29); llenos con el Espíritu Santo ellos hablan “la
palabra de Dios con gran valor” (4:31). Por lo tanto, lo que vemos es la continuación de
la predicación y enseñanza del evangelio de Cristo por los apóstoles.
21b.
Cuando vinieron el sumo sacerdote y los que estaban con él, convocaron al Sanedrín,
el concilio de los ancianos de Israel, y enviaron órdenes a la cárcel para que
fuesen traídos.
Con un sutil toque de humor,
Lucas dice que el sumo sacerdote convocó al Sanedrín a un juicio precipitado y envía
oficiales a la cárcel para que traigan a los apóstoles a comparecer. El relato
lo hace desde la perspectiva divina, por lo cual pone de manifiesto que todos
los intentos del hombre por oponerse a la acción de Dios resultan inútiles.
Así, el sumo sacerdote envía mensajeros que convocan a los miembros lo más rápido
posible.
Pero los apóstoles se
encuentran ya enseñando a la gente en el recinto del templo. Lucas escribe “el
Sanedrín, el concilio de los ancianos de Israel” para hacernos saber que se
encuentra presente la asamblea en pleno los 70 ancianos más el sumo sacerdote. Recordemos
que el Sanedrín es el concilio gobernante no sólo sobre Jerusalén sino sobre
todo Israel.
Obedeciendo una orden del sumo
sacerdote y sus colegas, los oficiales de la policía del templo van a la cárcel
pública para traer a los apóstoles ante el Sanedrín. Podríamos preguntarnos
cómo fue que ninguno de los miembros del sacerdocio que servían en el templo
aquella mañana se haya percatado de la presencia de los apóstoles en los atrios
del templo.
Lucas no dice nada al respecto,
salvo que el capitán de la guardia del templo ignoraba de la libertad de los
apóstoles (v. 24). El salón del Sanedrín estaba en el ala oeste del templo
propiamente como tal, y el pórtico de Salomón estaba en el este, pero no se
sabe con exactitud donde estaba ubicada la cárcel pública, debió ser
relativamente lejos de ambos lugares, por este motivo es que no se percataron de
que los apóstoles ya estaban nuevamente predicando en el Pórtico de Salomón.
5:22
Pero cuando llegaron los alguaciles, no los hallaron en la cárcel; entonces
volvieron y dieron aviso, 23 diciendo: Por cierto, la cárcel hemos hallado
cerrada con toda seguridad, y los guardas afuera de pie ante las puertas; más
cuando abrimos, a nadie hallamos dentro.
Es de suponer que todavía es
algo temprano cuando los oficiales llegan a la cárcel. Piden al carcelero entregarles
a los apóstoles para procesarlos, pero al investigar encuentran las puertas
cerradas y la guardia cuidando celdas vacías. Y claro, los apóstoles no están
allí.
Presas de gran consternación,
vuelven entonces al Sanedrín, donde cuentan a los sorprendidos miembros del
tribunal supremo que, pese a que por seguridad las puertas de la cárcel habían
sido cerradas con llave y que, pese a que la guardia permaneció en su puesto
fielmente, las celdas donde estaban los apóstoles no albergaban a nadie.
Lo que es aún más sorprendente,
es que este hecho no haya removido algo en las conciencias de los miembros del
sanedrín, de indagar ¿cómo salieron o mejor aún quien los liberó?
5:24. Cuando
oyeron estas palabras el sumo sacerdote y el jefe de la guardia del templo y
los principales sacerdotes, dudaban en qué vendría a parar aquello.
La persona responsable por la
seguridad de los prisioneros es el capitán de la guardia del templo. Él es
miembro de una prominente familia sacerdotal que sirve permanentemente en el
templo y está exento del plan de rotación que los demás sacerdotes deben
seguir. Es un servidor del Sanedrín (Lc.
22:4, 52). El relato escuchado los deja
perplejos y sin la capacidad de encontrar una explicación racional para el
escape de los apóstoles, pues la única persona que podría ayudarles, el capitán
de la guardia, es de su plena confianza.
Mientras tanto, toda la
asamblea del Sanedrín espera en la sala, pero los sacerdotes que convocaran la
reunión son incapaces de presentar a los apóstoles. Se preguntan qué hacer en
tal situación. El Sanedrín discute, aunque nadie tampoco puede explicar los
detalles que los oficiales les han contado. Ninguno percibe que es Dios el que
está protegiendo a los apóstoles y los está usando para promover el crecimiento
de su iglesia.
5:25.
Pero viniendo uno, les dio esta noticia: He aquí, los varones que pusieron en
la cárcel están en el templo, y enseñan al pueblo.
Dios está guiando y dirigiendo
el desarrollo de estos acontecimientos. En su providencia, un mensajero corre desde
el templo hasta el salón donde está reunido el Sanedrín. Quizás sea un
sacerdote o un levita que ya sabe del arresto de los apóstoles y del juicio
preparado para esa mañana. En la confusión que reinaba en la sala del Sanedrín,
le permiten presentarse delante de ellos. En medio de gran exaltación, dice: “¡Miren!
Los varones que pusieron en la cárcel están en el templo, y enseñan al pueblo”.
La inquietud hace presa de todo
el mundo. El sumo sacerdote y sus colegas se dan cuenta que los apóstoles han
tenido que recibir algún tipo de ayuda exterior para salir de la cárcel. Esto
significa que son sostenidos por alguien que evidentemente se opone a la
autoridad del sumo sacerdote.
Además, por si fuera poco, para
ellos, el sumo sacerdote y sus colegas saben que los apóstoles tienen el
respaldo público, pues los milagros y sanidades realizados, más el incremento
del número de creyentes verdaderos desembocaron en un gran número de personas
apoyando a los apóstoles. Quizás conjeturan que aun entre los miembros del
Sanedrín haya fariseos que tienen una disposición favorable hacia ellos y su
causa, nosotros sabemos que así es, al menos son Nicodemo y José de Arimatea.
Los importantes del Sanedrín no
saben qué hacer, sobre todo porque habían dado órdenes a los apóstoles que no
hablen ni enseñen en el nombre de Jesús. Sin embargo, ellos siguen haciéndolo y
justo allí, en pleno sector del templo que como dijimos era una de las áreas de
mayor exclusividad para el culto judío y que estaba directamente bajo su cargo,
si tal vez solo hubieran estado predicando a la orilla del mar de Galilea o a
las afueras de Jerusalén o a las faldas del monte de los Olivos, pero por
desgracia para el sanedrín no fue así.
Por el contrario, el
atrevimiento de los apóstoles es algo increíble para ellos, casi como si los
estuvieran desafiando. Los apóstoles no han escapado para esconderse, sino que
lo hacen para enseñar abiertamente, en los atrios del templo acerca del camino
de Vida que es el Señor Jesucristo. Al menos para el sanedrín ahora ya saben dónde
están los rebeldes, es posible que puedan hacer algo para salir bien parados de
la situación.
5:26.
Entonces fue el jefe de la guardia con los alguaciles, y los trajo sin
violencia, porque temían ser apedreados por el pueblo.
El capitán de la guardia del
templo necesitaba guardar las apariencias. Por eso, tan pronto como oye las noticias,
tomó a sus oficiales, se lo más rápido posible a los atrios del templo y
encuentra a los apóstoles enseñando al pueblo. En el griego original el verbo traer indica que fue una situación
muy delicada. El capitán sabe que no puede detener a los apóstoles por la
fuerza porque el pueblo los tiene en alta estima y están dispuestos a todo,
incluso a protegerlos apedreando a los guardias.
Los miembros de la guardia del templo,
así como los altos miembros del Sanedrín son movidos por el miedo y no por la
admiración y asombro ante los milagros divinos. Recuérdese que el jefe de los
sacerdotes y los ancianos también tuvieron temor del pueblo cuando Jesús les
preguntó si el bautismo de Juan era del cielo o de los hombres. Ellos sabían
que no podían admitir que el bautismo era “del cielo”, porque de hacerlo debían
aceptar a Juan como un profeta. Y tampoco podían decir que era “de los hombres”
porque temían al pueblo. Mt.
21:25–26.
Durante el ministerio de Jesús
y luego en el arresto de los apóstoles, los sumo sacerdotes y los ancianos
dejaron en evidencia que el temor había consumido su autoridad. El capitán y
sus hombres temían que, si hacían el menor uso de la fuerza, serían atacados
por la multitud. Por otro lado, los apóstoles acompañaron a los oficiales
voluntariamente tratando de no ser provocativos. Ellos sabían que Dios, que los
ha liberado de la prisión, también los protegerá en la sala del tribunal.
Ahora se encuentran ante la
corte suprema de Israel en pleno no sólo Pedro y Juan sino todos los apóstoles.
Allí parados, tienen muy presentes las palabras de Jesús de que no debían
preocuparse acerca de lo que dirán al tribunal. El Espíritu Santo les dará las
palabras que tengan que decir en ese momento. Mt. 10:19–20.
5:27. Cuando
los trajeron, los presentaron en el concilio, y el sumo sacerdote les preguntó,
28 diciendo: ¿No os mandamos estrictamente que no enseñaseis en ese nombre? Y
ahora habéis llenado a Jerusalén de vuestra doctrina, y queréis echar sobre
nosotros la sangre de ese hombre.
Los miembros del Sanedrín están
sentados en un semicírculo mientras los apóstoles permanecen de pie frente a
ellos. Para Pedro y Juan, esto es una repetición de lo que ya habían pasado,
pero para el resto de los apóstoles es su primera experiencia. El sumo
sacerdote, como oficial presidente de la asamblea, se dirige a ellos.
Lamentablemente no está
interesado en saber cómo lograron escapar de la cárcel no obstante que este
hecho les había provocado no mucha turbación hacía poco.
El y los demás miembros enfocan
su atención en la orden que les habían dado al liberar a Pedro y a Juan. Si
bien es cierto que en la ocasión anterior ellos habían tenido que ver sólo con
dos apóstoles, no es menos cierto que se entendía que la orden comprende a toda
la iglesia. Los creyentes, sin embargo, oraron pidiendo valentía para proclamar
el evangelio, y, “llenos con el Espíritu Santo” [ellos] empezaron a comunicar
la palabra de Dios con denuedo” (4:31). Lo anterior significa que han desobedecido
la orden del Sanedrín, por lo cual ahora son acusados de desobediencia.
Este es el asunto que ellos
plantean: “Les mandamos estrictamente que no enseñasen en ese nombre”. El
sumo sacerdote intencionalmente esquiva el nombre Jesús como lo hizo en la
ocasión anterior frente a Pedro y Juan, además, despectivamente se refiere a él
como “este hombre” como si no fuera nadie.
Pero no es tonto y se cuida de
decir que la orden había sido hecha bajo amenazas, cuando los miembros del
Sanedrín no podían castigar a los apóstoles. Sabe que, así como sus amenazas
eran palabras sin poder, también lo eran sus órdenes. Parece estar peleando una
batalla que tiene de antemano perdida, porque lo que se está haciendo públicamente
es todo lo contrario a lo que él ha ordenado, en pocas palabras, lo que ellos
más amaban, que es el ser obedecidos por los demás, estaba siendo ignorado y
pisoteado por los apóstoles, quienes aman y obedecen a DIOS por encima de todas
las cosas y de todos los hombres.
El sumo sacerdote sabe que los
apóstoles han inundado Jerusalén con las enseñanzas de Jesús en abierto desafío
a sus órdenes; sin duda que él es incapaz de hacerles desistir de seguir
enseñando en el nombre de Jesús. Y reconoce que el Sanedrín no tiene enseñanza
alguna que pudiera oponerse a las doctrinas de Cristo. En su frustración,
plantea dos acusaciones adicionales:
1.
“Han llenado a Jerusalén de su doctrina”. El
sumo sacerdote sigue evitando pronunciar el nombre de Jesús; en cambio afirma
que las enseñanzas se originan con los apóstoles. Pero éstos reiteradamente han
dicho que ellos no actúan en su propio nombre, sino que han recibido autoridad
de Jesús.
2. “[Ustedes]
piensan echar sobre nosotros la sangre de ese hombre”. Con sus propias palabras está admitiendo haber
asesinado a un inocente. El sumo sacerdote no puede evitar la evidencia de que
el Sanedrín deseó la muerte de Jesús, aun cuando Poncio Pilato no encontró base
para condenarle. Lc.
23:22.
La referencia a la sangre de
Cristo es un claro eco de la respuesta que el pueblo judío dio a la afirmación
de Pilato: “Inocente soy yo de la sangre de este justo, allá vosotros” Mt. 27:24-25. La multitud, entonces,
respondió: “Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos”.
Ahora los miembros del Sanedrín
se dan cuenta que deben cargar con la responsabilidad por haber derramado
sangre inocente. No obstante, el sumo sacerdote se opone con energía al recuerdo
que repetidamente Pedro le hace en el sentido que fueron las autoridades judías
y el pueblo al cual ellos encandilaron los que llevaron a Jesús a la muerte,
clavándole en una cruz.
La evidencia en contra de los miembros
de la corte judía es aplastante, pero el sumo sacerdote acusa a los apóstoles
de querer echar sobre él y sus colegas del Sanedrín la responsabilidad por la
muerte de Jesús.
Pedro ha sido el vocero del
grupo de creyentes desde que Jesús ascendió al cielo.
·
Él es quien habla a los fieles
en el aposento alto (1:15–22).
·
A la multitud en Pentecostés
(2:14–39).
·
A la muchedumbre en el pórtico
de Salomón (3:12–26).
·
Y al Sanedrín (4:8–12).
·
De nuevo es él quien se dirige
a la asamblea en pleno.
5:29. Respondiendo
Pedro y los apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los
hombres. 30. El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien vosotros
matasteis colgándole en un madero.
Pedro comienza dando respuesta
a la primera acusación del sumo sacerdote: la desobediencia a la orden del Sanedrín.
Y su argumento es el mismo que usó ante el Sanedrín la última vez que se
dirigió a ellos. En aquella ocasión, él les pidió que decidieran por sí mismos:
“Juzguen si es justo delante de Dios obedecer a ustedes antes que a Dios”
(4:19).
Ahora, él dice sin rodeos que
los apóstoles deben obedecer a Dios antes que a los hombres. El Sanedrín es el
guía espiritual de Israel y para ellos no debería haber opción. Su respuesta
unánime a una pregunta respecto a la obediencia debe ser: “¡A Dios!” Dios es el
gobernante absoluto en cielo y tierra.
Cuando Pedro con el
asentimiento de los apóstoles dice que ellos obedecen a Dios antes que, a los
hombres, lo que está en realidad haciendo es anular la crítica de que ellos
desobedecieron. Además, por su propia historia nacional los miembros del
Sanedrín saben de la validez del principio de obedecer a Dios antes que, a los hombres,
lo mencionamos anteriormente, cuando las parteas en Egipto, o los tres jóvenes
en babilonia o el mismo Daniel. La Escritura enseña que Dios bendice la obediencia,
pero aborrece la desobediencia. Por lo tanto, los apóstoles deben obedecer a
Dios y no las órdenes del sumo sacerdote.
Luego, Pedro responde a las
acusaciones del sumo sacerdote respecto a la muerte de Jesús. Dice, “El Dios
de nuestros padres levantó a Jesús, a quien ustedes mataron colgándole en un
madero”. Hábilmente da en su respuesta al tribunal: las buenas nuevas de
que Jesús vive porque Dios le levantó de entre los muertos.
Además, Pedro se refiere a Dios
como “el Dios de nuestros padres”. Con estas palabras trae al recuerdo
de sus oyentes a Moisés, a quien Dios dijo que dijera a los israelitas en
Egipto, “El Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob
me ha enviado a vosotros” Ex.
3:15. Con esta referencia indirecta
al pasaje registrado por Moisés, Pedro les está demostrando unidad y
continuidad con sus compatriotas israelitas. Con toda valentía habla de Jesús,
porque la esperanza y la consolación de Israel fueron envueltas con la llegada
del Mesías, a quien Dios había enviado en Jesucristo.
En la corte, Pedro les recuerda
a los miembros del Sanedrín que ellos son responsables por la muerte de Jesús al
haberle “colgado en un madero”. Escoge cuidadosamente las palabras de
esta última frase, pero no precisamente porque quisiera describir la muerte de
Jesús por crucifixión en términos poéticos. Al contrario, emplea estas palabras
porque proceden directamente del AT. Cuando las autoridades judías planearon la
muerte de Jesús, incitaron a la multitud para que gritara: “¡Crucifícale!”
Ellos conocían las palabras del AT y consecuentemente querían que Dios lo
maldijera, en conformidad con el mandato divino: “Maldito todo aquel que es
colgado en un madero”. Dt.
21:23; Gá. 3:13.
En resumen, ellos trataron de
usar a Dios para sus propios propósitos malvados, negando a Jesús cualquier
vestigio de divina gracia y favor. Decían que la maldición de Dios debía caer
sobre él por haber muerto en la cruz del Calvario; según ellos, él no estaba
apto para vivir en este mundo y, debido a la maldición de Dios, el cielo
tampoco lo recibiría. Pedro, por lo tanto, deliberadamente trae a la memoria
del sumo sacerdote y los demás del Sanedrín las palabras de las Escrituras que
ellos tenían en mente cuando pidieron a Pilato que crucificara a Jesús.
5:31.
A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a
Israel arrepentimiento y perdón de pecados.
Pedro está diciendo claramente a
los miembros del Sanedrín que ellos han cometido un crimen contra el
Todopoderoso, quien levantó a Jesús de la muerte y lo exaltó a la posición más
privilegiada en el cielo, precisamente, a la diestra de Dios. Ellos mataron a
Jesús, pero Dios le levantó de los muertos. Ellos lo condenaron crucificándole,
pero Dios lo exaltó a la más alta posición. Dios está obrando en la muerte,
resurrección y ascensión de Jesús.
En un sentido, Pedro está
repitiendo partes del sermón que había predicado en Pentecostés. Pero ahora
dice a los miembros del Sanedrín que ellos mataron al Mesías, a quien Dios
levantó a la vida y le dio un lugar junto a él en el cielo. Es decir, ellos son
culpables tanto ante Dios como ante Jesús.
Además, Pedro se refiere a
Jesús como a Príncipe y Salvador.
·
Le dice Príncipe por su
exaltada posición y su estado de “Príncipe de vida”.
·
Es también Salvador, por quien
el hombre puede ser salvo.
En una ocasión anterior, Pedro
aconsejó a los sacerdotes en
ningún otro hay salvación porque hay un solo Nombre en que podemos ser salvos. Ahora, más directamente, les informa que Jesús es ese
Salvador “para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados”.
Aunque la salvación comprende
un cambio total de la mentalidad del pecador, declara que tanto el
arrepentimiento como la remisión de pecados son dones de Dios.
Los dos conceptos,
arrepentimiento y perdón de pecados son las partes componentes de las buenas
nuevas predicadas por Juan el Bautista Mr.
1:4, Jesús Mt. 4:17, y los apóstoles Lc. 24:47; Hch. 2:38; 13:38. Por supuesto, la importancia del nombre de Jesús es
que él salva a su pueblo de sus pecados Mt.
1:21.
En el escenario del Sanedrín,
Pedro enfatiza que tanto el arrepentimiento como la remisión de los pecados son
dones de Dios a Israel. Unos pocos años más tarde, los gentiles también recibirán
la remisión de pecados.
Pedro ya ha mostrado su unidad
y continuidad con sus compatriotas judíos al hablar del Dios de sus padres.
Ahora revela que, a través de Jesús, Dios ha provisto salvación para su pueblo
Israel. Así, Dios ofrece sus dones aun a los miembros del Sanedrín que
necesitan ser absueltos de su crimen aborrecible, está es la segunda ocasión en
muy poco tiempo que DIOS da la oportunidad a los miembros del sanedrín de
arrepentirse por el pecado de sus vidas: matar al Señor Jesucristo, la gracia
de DIOS es tremendamente extensa.
5:32.
Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el
cual ha dado Dios a los que le obedecen.
a.
Testigos. En realidad, Pedro está
repitiendo las palabras dichas por Jesús a sus discípulos en el aposento alto
la noche del domingo de la resurrección. Allí, Jesús les explicó las
Escrituras; abrió sus mentes para que pudieran entender el cumplimiento
mesiánico de tales Escrituras; les mostró la importancia de su sufrimiento, muerte,
y resurrección; les habló sobre predicar en su nombre el arrepentimiento y
perdón de pecados; les comisionó como testigos de estas cosas; y les mandó a
esperar en Jerusalén hasta que recibieran poder de lo alto, el cual es el don
del Espíritu Santo. Lc.
24:44–49.
Pedro se hace eco de las
palabras de Jesús, especialmente cuando dice que los apóstoles son testigos de
estas cosas. El y los apóstoles son testigos oculares por lo que hablan a todos
acerca de la persona y obra de Jesucristo.
b. El
Espíritu Santo. Pedro no dice que los
apóstoles están en el mismo nivel que el Espíritu Santo en testificar de Jesús.
Claro que no lo están. En sus epístolas, Pedro clarifica años después la
superioridad infinita del Espíritu Santo en 1ª Pedro
1:11 y 2ª Pedro 1:21. Pedro sabe que El Espíritu
Santo fue quien capacitó a los apóstoles para que testificaran para Jesús y que
trabaja a través de ellos Mt.
10:20; Jn. 14:26; 15:26–27.
c. El
don. El Espíritu Santo es el don de
Dios para su pueblo. Todo aquel que pone su confianza en Jesús, se arrepiente,
es bautizado y perdonado, recibe el Espíritu Santo (2:38–39). Pedro
explícitamente establece que Dios da el Espíritu “a todos aquellos que le
obedecen”. Pedro llama al sumo sacerdote y a los demás miembros del
Sanedrín a la obediencia, fe, y arrepentimiento. Si ellos rehúsan aceptar a
Jesús como su Salvador, no reciben el don del Espíritu Santo. Y entonces la
culpa por su crimen permanecerá con ellos para siempre. Si los miembros del
sanedrín obedeciesen a Jesús, entonces experimentarían la obra del Espíritu
Santo, cabe aclarar que de ninguna manera Pedro está diciendo que las obras, obediencia,
son el requisito para recibir al Espíritu santo, el contexto es claro, está
hablando de obedecer al llamado de fe y arrepentimiento.
Conclusiones:
En el siglo XVI, el reformador
Juan Knox acuñó este lema: “Con Dios, el hombre siempre es mayoría”. No sabemos
cómo vio Knox a Pedro y su vida, pero por la Escritura sabemos que Pedro
demostrando una gran valentía enfrentó a los setenta y un miembros de la corte
suprema de Israel. El nunca recibió entrenamiento alguno en materia de defensa
legal, pero con toda sabiduría respondió a los cargos que se le presentaron.
Al dirigirse al Sanedrín,
experimentó el poder del Espíritu Santo que le permitió formular con
efectividad su posición. El sumo sacerdote se dio cuenta que, al enseñar el
evangelio de Jesucristo, los apóstoles decían continuamente a la gente de
Jerusalén que el Sanedrín era culpable de derramar sangre inocente.
El evangelio, por lo tanto, los
ponía a ellos bajo juicio y los llamaba al arrepentimiento, a la fe, a la
obediencia. Si hubiesen escuchado la palabra de los apóstoles, habrían tenido
que abandonar el sacerdocio. Enfrentaban entonces una decisión crucial: ponerse
a favor de Jesús o en contra de él.
Todos tarde o temprano
tendremos frente a nosotros la misma encrucijada que se presentó ese día a los
miembros del concilio: seguir en pos de nosotros mismos o seguir al Señor
Jesucristo, que DIOS nos ayude y respondamos mejor de lo que ellos lo hicieron,
pues como veremos la próxima semana DIOS mediante, no recibieron de buena gana
las palabras de los apóstoles.
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