lunes, 9 de diciembre de 2019

Hechos Historia Salutis 09: Llamado Al Arrepentimiento. Hechos 2:29-40.



Pedro, lleno del Espíritu Santo, el día de Pentecostés, levanta la voz en representación de los doce apóstoles y demás discípulos, para desmentir las burlas de que estaban borrachos todos aquellos que adoraban a DIOS en idiomas que jamás habían estudiado, pero también para predicarles a los muchos varones piadosos que asistían a la ciudad santa en las fiestas anuales.

Poco a poco los va llevando con su discurso, a sensibilizarse acerca de la situación, aprendió bien del Señor Jesús en citar el AT, mostrar su cumplimiento y después aplicar el pasaje a la situación, y eso mismo hizo primero con el pasaje de Joel 2 y después con el Salmo 16.

Los cristianos primitivos aplicaron Salmo 16:10 a Cristo, cuyo cuerpo no vio corrupción, sino que fue glorificado en su resurrección. Por tanto, la promesa de Dios se cumplió no en David, sino en Cristo. Pedro y los primeros cristianos interpretaban el AT y las promesas en él: Cristocéntricamente.  A pesar de ser David el más grande rey de la nación de Israel quien escribió el salmo citado por pedro, seguramente conocido por todos los varones pisados allí escuchando, pedro lleva el cumplimiento de la promesa no a David, sino a Cristo.

Así es que Pedro continúa predicándoles, ahora ya mucho más cómodo, y les dice: 29. Varones hermanos, se os puede decir libremente del patriarca David, que murió y fue sepultado, y su sepulcro está con nosotros hasta el día de hoy. 30. Pero siendo profeta, y sabiendo que con juramento Dios le había jurado que, de su descendencia, en cuanto a la carne, levantaría al Cristo para que se sentase en su trono.

Pedro se dirige a la multitud llamándoles varones hermanos. Después de citar el Salmo 16, familiar a su auditorio por su uso en las sinagogas locales, se identifica a sí mismo con sus oyentes para lo cual emplea el término hermanos.

a. El patriarca. Al mencionar a David y llamarle “patriarca”, Pedro efectivamente se está dirigiendo a los judíos; el nombre David les recuerda de la época de oro de Israel. David murió y fue sepultado en Jerusalén y su tumba estuvo allí hasta el tiempo de los apóstoles. Nadie objeta a las referencias que hace Pedro, porque cuanto dice es irrefutable. Todos han visitado la tumba de David; por lo tanto, Pedro puede hablar con toda confianza de este hecho histórico.

Sin embargo, Pedro no está interesado tanto en la historia de la muerte de David y su sepultación como en la interpretación del Salmo 16:10. Dios hizo un pacto eterno con los israelitas; prometió a David su amor fiel Isaías 55:3. Pedro lo llama patriarca y de esta manera lo pone en el mismo nivel que Abraham, Isaac, Jacob y las cabezas de las doce tribus de Israel. El cuerpo de David sepultado en una tumba es muda evidencia a Pedro y a sus contemporáneos que la cita de este salmo en particular (16:10) está todavía por cumplirse.

b. El profeta. David mismo no alcanza a cumplir las palabras del Salmo 16:10, pero habla proféticamente acerca de otro más. David es rey de Israel; sin embargo, actúa como profeta. Y como tal, escudriñaba la persona y los tiempos. 1ª Pedro 1:10-11.


En el Salmo 16 David mira hacia adelante, al Cristo resucitado. Para la composición de este salmo, David recibe una revelación de Dios y profetiza acerca del Mesías. David sabía que Dios había prometido con juramento.

El uso del juramento no es sólo garantía de la fidelidad a una declaración; jurar significa que lo que ha sido afirmado jamás podrá ser cambiado. Romper un juramento es perjurio. Por eso, cuando Dios promete con juramento que él hará algo, él está obligado a cumplir su promesa. ¿Qué fue lo que Dios prometió a David con juramento? El “pondría a uno de los descendientes en su trono”.

El AT claramente afirma que Dios hizo juramento con la sucesión de David. Salmo 132:11–12. Este pasaje muestra la cláusula condicional en la promesa de Dios a David, por la cual los descendientes de David estaban obligados a guardar el pacto de Dios y obedecer sus preceptos. El Mesías, la descendencia de David, guarda el pacto y cumple la ley. Mateo 5:17; Romanos 10:4. Cristo ocupa el trono de David para siempre, no en un reino terrenal sino en un reino eterno y espiritual. Lo que Pedro les está diciendo por medio de este pasaje es que Jesucristo el Mesías es el cumplimiento de la promesa de DIOS.

31. viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo, que su alma no fue dejada en el Hades, ni su carne vio corrupción.

En los versículos 30 y 31, los términos profeta, supo, mirando adelante y habló están íntimamente relacionados. Se refieren a la función profética de David y lo describen observando el horizonte del futuro y prediciendo la resurrección del Mesías. Proféticamente, David sabía que el Mesías resucitaría de la tumba y que tendría vida eterna. Por lo tanto, Pedro dice que David habló de la resurrección del Mesías en Salmo 16:10, “Porque no dejarás mi alma en la tumba, ni permitirás que tu Santo vea corrupción”.

Pedro ve el cumplimiento de este salmo y como consecuencia cambia los tiempos de los verbos del futuro al pasado: “ni fue abandonado a la tumba, ni su cuerpo vio la corrupción”. Por tanto, ve la resurrección de Cristo a la vida eterna como la consumación del reino espiritual de David en el cual Cristo es rey para siempre.

El énfasis lo pone no en David, el escritor del salmo, sino en Cristo, que dio pleno cumplimiento a sus palabras. Es más, Pedro asegura que la evidencia es irrefutable. Hace la siguiente observación:

32. A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. 33. Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís.

En estos dos versículos, Pedro destaca los hechos redentores de la resurrección y ascensión de Cristo, en unión con el derramamiento del Espíritu Santo. De hecho, menciona a las tres Personas de la Trinidad: el Padre, Jesús, y el Espíritu Santo. Tres veces en su sermón de Pentecostés señala enfáticamente a Jesús como este Jesús (vv. 23, 32, 36) para recordar a sus oyentes su conocimiento de y relación con Jesús de Nazaret (v. 22).

Una vez más Pedro enfatiza el tema de la iglesia cristiana primitiva: la resurrección de entre los muertos del Señor Jesucristo para no volver a morir jamás.

En los versículos 32 y 33, Pedro hace una diferencia entre los testigos apostólicos que han visto a Jesús resucitado y la multitud que observa el fenómeno de Pentecostés, la multitud en Pentecostés no había visto a Jesús resucitado, pero sí vieron y oyeron las señales visibles y audibles de la presencia del Espíritu Santo. Debido a que el auditorio de Pedro no había visto a Jesús durante el período de cuarenta días entre su resurrección y su ascensión, necesitaban pruebas de que lo que se proclamaba por parte de los testigos era verdad. Querían saber, por tanto, la relación entre la resurrección de Jesús y la venida del Espíritu Santo.

Para responder a estas preguntas, Pedro alude a la ascensión de Jesús y menciona el lugar de Cristo a la diestra de Dios. Los cristianos más adelante incorporaron estas verdades en el Credo Apostólico y confesaron que Cristo Jesús ascendió al cielo, y está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso. Desde aquella posición de exaltación, Jesús ha cumplido la promesa de que el Padre enviaría el Espíritu Santo.

Las palabras de Jesús respecto a la venida del Espíritu se cumplen el día de Pentecostés. Así, cada persona que se encontraba en el área del templo en Jerusalén pudo ver la evidencia del derramamiento del Espíritu. Por eso, los oyentes debían saber que Jesús, sentado a la diestra de Dios, tiene la autoridad de comisionar al Espíritu para venir y vivir en los corazones de los creyentes.

Pedro se aproxima al final de su sermón y se apresta a contestar la pregunta de la multitud. “¿Qué significa esto?” Esto es, que el Espíritu Santo prometido por Jesús como un don del Padre ha llegado. Pedro afirma a los oyentes que Jesús ascendió y ocupó su sitio de honor al lado de Dios el Padre. Dice:

34. Porque David no subió a los cielos; pero él mismo dice:  Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, 35. Hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.

Pedro menciona de nuevo el nombre de David para establecer el vínculo entre Salmo 16:8–11 y Salmo 110:1. Si alguien en el auditorio de Pedro cuestionara que el primero de estos salmos se refiere a Cristo, la cita del segundo salmo prueba sin lugar a dudas que Jesús ha ascendido y ha tomado posesión de su trono en el cielo. Los judíos interpretaban las Escrituras con la regla hermenéutica de la analogía verbal.

Esto es, si dos pasajes tienen una analogía verbal (como en el caso de estas dos citas del Salterio), entonces uno de los pasajes debe ser interpretado como el otro. Los judíos consideraban al Salmo 110 como mesiánico, y por lo tanto tenían que interpretar el pasaje del Salmo 16 mesiánicamente.

Salmo 110:1 no se aplica a David sino a Cristo. En su discusión con los fariseos, Jesús demuestra que en este salmo David habla de la exaltación de Cristo en el cielo y de la autoridad conferida a él.  Él reina y no tendrá la victoria completa sino hasta que todos sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies.

36. Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo.

Aquí Pedro llega a la conclusión de su sermón. Manifiesta una amonestación que dirige a cada persona que pertenece a la casa de Israel y les dice que Jesús es Señor y Cristo. Observemos los siguientes puntos:

a. Todo Israel. En esta conclusión, Pedro apela a todo el pueblo que dice ser israelita. Lo hace porque Israel como nación se considera el pueblo de Dios. Repetidamente Dios ha dicho a los descendientes de Abraham, “Yo seré tu Dios, y ustedes serán mi puebloJeremías 31:33.

Además, cuando Jesús envió a sus discípulos en su primera gira misionera, les dio instrucciones de no ir a los gentiles: “sino vayan a las ovejas perdidas de la casa de Israel”. Cristo dirige su evangelio primero a los judíos, luego a los samaritanos y finalmente a los gentiles. El día de Pentecostés, el auditorio judío debe haber quedado plenamente convencida de la verdad del evangelio.

b. Jesús es Dios. ¿Cuál es la esencia de esta verdad? Pedro dice, “A este Jesús, a quien ustedes crucificaron, Dios le ha hecho Señor y Cristo”. A lo largo del sermón, Pedro habla de Dios como el principal interlocutor y actor. Al concluir, Pedro desvía la atención a la deidad de Jesucristo, a quien coloca en el mismo nivel que Dios. Y lo hace con plena consciencia del credo monoteísta del pueblo judío: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es”. Deuteronomio 6:4.

Les habla de la deidad de Jesucristo y hace resaltar el hecho que, aunque los judíos crucificaron a Jesús Dios lo ha hecho Señor y Cristo. Por supuesto, los títulos Señor y Cristo son usados después de la resurrección y ascensión de Jesús, cuando los apóstoles llegan a ser conscientes del significado de estos acontecimientos redentores.

c. Señor y Cristo. Aquí está el punto. Durante su ministerio terrenal, Jesús nunca se refirió a sí mismo como el Cristo. Sólo en el juicio respondió afirmativamente a la pregunta del sumo sacerdote en cuanto a mesianismo. Sin embargo, ya en el primer sermón de uno de sus apóstoles, Pedro llama a Jesús Señor y Cristo. Considerando que en el AT el término Señor se refiere a Dios, en el NT los escritores llaman a Jesús tanto Señor como Cristo.

Las palabras de Pedro establecen claramente que Dios, no la iglesia cristiana o algún creyente, hizo a Jesús Señor y Cristo. Esto es, que, como consecuencia de la muerte y resurrección de Jesús, Dios declara que sin lugar a dudas Jesús es el Cristo, y que también es el Señor soberano. Romanos 1:4.

En este versículo, los dos títulos, Señor y Cristo tienen una tremenda importancia. El versículo indica que Dios mismo dio estos títulos a Jesús, por lo que los escritores del NT declaran que toda rodilla se doblará ante él y toda lengua confesará que él es el Rey de reyes y Señor de señores. Filipenses 2:9–11.

Lo siguiente que nos narra Lucas es la reacción de los oyentes del Sermón que el Espíritu Santo, por boca del apóstol Pedro proclamó con poder:

37. Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?

a. “Cuando oyeron esto”. Las palabras de Pedro tocan el corazón de la gente. El sermón les hace recordar su rebeldía para escuchar a Jesús y aceptarle como el Mesías. La acusación de que fueron ellos quienes mataron a Jesús es justificada y traspasa sus conciencias.

b. “Se afligieron de corazón”. La expresión afligirse o compungir del griego katanuáomai (κατανύσσομαι, G2660) significa atravesar en el sentido figurado, se usa para hablar de una fuerte emoción, de hecho, sugiere que sus corazones fueron tocados por el sentido de culpa de manera que se sienten terriblemente perturbados.

Los que han recibido la revelación de Dios se dieron cuenta de su culpabilidad. Por tal razón claman: “Varones y hermanos, ¿qué haremos?” El día de Pentecostés ellos ven la evidencia del derramamiento del Espíritu Santo, escuchan la exposición de Pedro, y se dan cuenta de que han pecado contra Dios al haber rechazado a su Hijo. Ahora se acercan a los convertidos en seguidores de Jesús y piden ayuda a los apóstoles.

c. “Dijeron a Pedro y los otros apóstoles”. Se dirigen a Pedro y a los que estaban con él usando la misma expresión que Pedro había usado para dirigirse a ellos: “Hermanos”. Se había establecido un sentimiento mutuo de parentesco espiritual. Con la pregunta: “¿Qué haremos?” están yendo al meollo del asunto. Es la misma pregunta que la multitud hizo a Juan el Bautista en el Jordán. Lucas 3:10.

Esta pregunta implica que ellos no pueden librarse de la culpa y por eso necesitaban ayuda. En respuesta a las palabras de Dios, ellos expresan fe en Jesús e indirectamente suplican a los apóstoles que les guíen a Dios.

38. Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. 39. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.

a. El arrepentimiento. La gente pregunta a Pedro y a los demás apóstoles cómo pueden recibir la remisión de sus pecados y encontrar la salvación. ¿Qué les contesta Pedro? No les hace ningún reproche. En lugar de eso, usa la misma palabra dicha por Juan el Bautista en el Jordán y por Jesús durante su ministerio: “Arrepiéntanse” metanoia (μετανοέω, G3340) cambiar de dirección y de propósito por completo.

El imperativo arrepiéntanse implica que deben dar la espalda al mal que han venido cometiendo, desarrollar un profundo aborrecimiento por los pecados pasados, experimentar un giro radical en sus vidas, y seguir las enseñanzas de Jesús. El arrepentimiento significa que la mente del hombre cambia completamente, de tal manera que él en forma consciente se aleja del pecado. El arrepentimiento hace que la persona piense y actúe en armonía con las enseñanzas de Jesús. El resultado de todo esto es que él rompe con la incredulidad y por fe acepta la Palabra de Dios.

b. El bautismo. Pedro continúa y dice: “Bautícese cada uno”. En griego, el imperativo del verbo arrepentirse está en plural; Pedro se dirige a todos aquellos cuyas conciencias les obligan a arrepentirse. Pero el verbo bautizarse está en el singular para enfatizar la naturaleza individual del bautismo. Un cristiano debe ser bautizado para confirmar que es un seguidor de Jesucristo, porque el bautismo es la señal que indica que una persona pertenece al pueblo de Dios.

Arrepentimiento, bautismo y fe están vinculados teológicamente. Cuando el creyente que se arrepiente es bautizado, está haciendo un pacto de fe. Reconoce a Jesucristo como su Señor y Salvador y sabe que a través de la sangre de Cristo sus pecados le son perdonados.

c. El nombre. Pedro instruye a la gente que el bautismo debe ser hecho “en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados” no porque esté yendo en contra del mandato explícito del Señor mismo de bautizar en el nombre del padre, del Hijo y del Espíritu Santo, sino que solamente está declarando que, al ser bautizados, debemos reconocer que solamente en el Nombre de Jesús hay perdón de pecados.

d. El don. “Y recibirán el don del Espíritu Santo ¿Qué es este don del Espíritu? Pedro usa el sustantivo don en singular, no en plural. Por contraste, Pablo escribe a la iglesia de Corinto acerca de los dones del Espíritu Santo, entre los cuales están sabiduría, conocimiento, fe, sanidad, profecía, lenguas, e interpretación.

Pero a la gente que estaba presente en Pentecostés Pedro le dice que el creyente bautizado recibirá el don del Espíritu Santo. La expresión don aparece en el pasaje acerca del derramamiento del Espíritu a los samaritanos; Simón el mago trató de comprar este don con dinero. El término también se encuentra en el relato sobre la visita de Pedro a Cornelio, quien con su casa recibió el don del Espíritu Santo.

De estos pasajes, podemos aprender que este don se refiere al poder del Espíritu Santo al morar en la persona. Veremos que en 2:38–41 Lucas no dice que los convertidos hayan hablado en lenguas o que los apóstoles hayan impuesto las manos sobre los convertidos para que recibieran el Espíritu Santo. Se deduce, en consecuencia, que “hablar en lenguas e imponer las manos no fueron reconocidos como prerrequisitos para recibir el Espíritu”.

e. La promesa. Pedro dice a sus oyentes que “la promesa es para ustedes y para sus hijos, para todos los que están lejos, y para todos los que el Señor nuestro Dios llamare”. ¿Cuál es el significado de la palabra promesa?

Lucas, quien recoge las palabras de Pedro, no da detalles. El artículo definido que precede al sustantivo promesa pareciera indicar que Pedro tiene en mente la promesa específica de la venida del Espíritu Santo. La promesa se refiere a la profecía de Joel 2:28–32, la cual tuvo su cumplimiento el día de Pentecostés. Antes de su ascensión, Jesús les dice a los apóstoles: “No salgan de Jerusalén, sino que esperen la promesa que mi Padre ha hecho, acerca de la cual ustedes me oyeron hablar”.

La frase para ustedes y para sus hijos es un eco de la promesa de Dios a Abraham de ser un Dios para él y para sus descendientes por generaciones Génesis 17:7. Del mismo modo, la promesa del Espíritu Santo va más allá de los judíos y sus hijos que estaban presentes en Jerusalén en Pentecostés.

Desde el momento de su llegada, el Espíritu Santo se queda en medio del pueblo de Dios hasta el fin de los tiempos. El Espíritu guía a los creyentes a Cristo Jesús y vive en sus corazones, porque sus cuerpos físicos son su templo 1ª Corintios 6:19.

“Y para todos los que están lejos, para todos los que el Señor nuestro Dios llamare”. Pedro y sus hermanos judíos se consideraban pueblo del pacto con Dios y por ello, los primeros en recibir la bendición de la salvación. Pero a través de la obra de Cristo los gentiles también son incluidos en el pacto de Dios. Pedro mismo llega a darse cuenta del significado de las palabras que él usa en Pentecostés cuando informa a los judíos de Jerusalén acerca de su visita a Cornelio en Cesárea.

Dos comentarios extra. Primero, el término lejos se refiere tanto a tiempo como a lugar. La promesa de Dios se extiende a través de generaciones hasta el fin del mundo. Alcanza también a las gentes de toda nación, tribu, raza y lengua, dondequiera que estén sobre la faz de la tierra. Las palabras de Pedro están en completa armonía con las que dijo Jesús: “Haced discípulos a todas las naciones”. Y segundo, Dios es soberano al llamar a su pueblo hacia sí mismo. La salvación se origina en él y él la concede a todos aquellos que él, en su soberana gracia, llamará.

40. Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación. 41. Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas.

Hemos llegado a la conclusión del acontecimiento de Pentecostés. Aun cuando Lucas presenta un breve relato, Pedro continuó hablando después de haber concluido su sermón.

a. “Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba”, escribe Lucas. Pareciera que los judíos hicieron muchas preguntas relacionadas con el mensaje de Pedro. Lucas deja la impresión que Pedro advirtió a los que preguntaban a examinar cuidadosamente las evidencias que les ha presentado. De hecho, el tiempo del verbo exhortaba en griego indica que Pedro una y otra vez instaba a sus oyentes con este ruego: “Sálvense de esta perversa generación”.

Los sacerdotes y los escribas deseaban tener el completo control del pueblo judío. Pero cuando Jesús enseñó las Escrituras con autoridad, ellos se le opusieron abiertamente y al fin llegaron a matarle. En una cultura cristianizada no resulta fácil entender la agonía mental de los judíos en Pentecostés cuando decidieron romper con el poder y la autoridad de sus dirigentes espirituales. Por fe, ellos aceptaron a Cristo y adhirieron a sus enseñanzas. Y dieron este paso porque Pedro claramente les dijo que el liderazgo de los sacerdotes y escribas era corrupto.

Insistía en que debían librarse de aquella gente perversa para ser salvos. Al bautizarse, los creyentes judíos externaron su rechazo a la autoridad de la jerarquía religiosa; siguieron entonces a Jesucristo, y de esta manera se prepararon para enfrentar el odio y el desdén de sus antiguos dirigentes y maestros.

b. “Así que, los que aceptaron su palabra [de Pedro] fueron bautizados”. El texto indica claramente que no todos los que escucharon las palabras de Pedro creyeron. Pero los que aceptaron su mensaje solicitaron el bautismo. Debido a que este versículo falla en proveer información acerca del modo del bautismo, la edad de las personas que fueron bautizadas, y el lugar donde ocurrieron los bautismos, es preferible no ser dogmáticos al respecto.

c. “Y se añadieron aquel día como tres mil personas”. Antes de Pentecostés, el número de creyentes alcanzaba a unas 120 personas (1:15), pero a partir del derramamiento del Espíritu Santo el Señor agregó unas tres mil personas, suponemos que hombres y mujeres. Este aumento es asombroso e indudablemente causó una serie de problemas de tipo administrativo, como se hace evidente con el descuido de las viudas que hablaban griego (6:1). El crecimiento de la iglesia continúa imperturbable de manera que se calcula conservadoramente que en Jerusalén antes de la persecución que siguió a la muerte de Esteban había unos 20 mil cristianos.



Aplicación: el verdadero arrepentimiento.

     I.        El verdadero Arrepentimiento Comienza con un Conocimiento del Pecado.

El verdadero arrepentimiento comienza con un conocimiento del pecado. Los ojos de la persona arrepentida son abiertos. Ven con espanto y confusión lo largo y ancho de la santa ley de Dios, y la extensión, la enorme extensión, de sus propias transgresiones. Descubre, para su sorpresa, de que al creer de sí mismo como una " especie de buena persona," y una persona con un "buen corazón," se dan cuenta que han estado debajo de un enorme engaño.

El verdadero arrepentimiento hace que nos demos cuenta que, en realidad, somos malvados, y culpables, y corruptos, y perversos en los ojos de Dios. Nuestro orgullo es derrumbado. Nuestros elevados pensamientos acerca de nosotros mismos se esfuman. Nos damos cuenta de cuan enormes pecadores somos. Este es el primer paso del verdadero arrepentimiento. Lucas 5:8.

    II.        El arrepentimiento verdadero produce dolor por el pecado.

El verdadero arrepentimiento obra dolor por el pecado. El corazón de una persona arrepentida es tocado con un profundo dolor por sus transgresiones pasadas. Se enfurecen al pensar que han vivido con tanta locura y maldad. Lucas 15:17-19.

Se lamentan profundamente:

·         Por la pérdida de tiempo.
·         Por los talentos que desperdician.
·         Por haber deshonrado a Dios.
·         Por haber herido su propia alma.
El recuerdo de estas cosas es doloroso para ellos. La carga de estas cosas es a veces casi insoportable. Cuando una persona se lamenta de esta manera, usted tiene el segundo paso en el verdadero arrepentimiento.

  III.        Arrepentimiento Verdadero Produce Confesión del Pecado.

El verdadero arrepentimiento comienza a producir la confesión del pecado. 1ª Juan 1:7-9. La lengua de una persona arrepentida se desata, se comienza a sentir la gran necesidad de hablar con ese Dios contra quien han pecado. Algo dentro de ellos les dice que deben clamar a Dios y orar a Dios y hablar con Dios, sobre el estado de su propia alma, tal como lo hizo David. Salmo 51.

Ellos necesitan derramar su corazón, y reconocen sus iniquidades, ante el trono de gracia. Ellos sienten una carga muy pesada en su interior, que ya no pueden guardar en silencio. Nada pueden retener. Nada pueden ocultar. Se presentan delante de Dios, pidiendo nada para sí mismos, y están dispuestos a clamar a voz en cuello. Lucas 18:13. Cuando una persona va de esta manera ante Dios en confesión, aquí tienen el tercer paso del verdadero arrepentimiento.

  IV.        Arrepentimiento Verdadero Produce una ruptura del Pecado.

El verdadero arrepentimiento se manifiesta en una ruptura del pecado muy a fondo. La vida de una persona arrepentida es alterada. El curso de su conducta diaria es cambiado por completo. No solo es una nueva apariencia, es una nueva criatura. 2ª Corintios 5.17.

Un nuevo Rey reina en su corazón. Habiendo despojado al viejo hombre. Lo que Dios manda es lo que ahora desea practicar, y lo que Dios prohíbe es lo que ahora desea evitar. Romanos 6.11-14. Se esfuerza en todas las formas de mantenerse alejado del pecado, de luchar contra el pecado, de hacer guerra contra el pecado, para obtener la victoria sobre el pecado. Hebreos 12:4.

Deja de hacer el mal y busca aprender a hacer el bien. Se desprende bruscamente de sus malas costumbres y de las malas compañías. trabaja, aunque sea paso a paso, en vivir una nueva vida. Cuando una persona hace esto, usted tiene el cuarto paso en el verdadero arrepentimiento.

   V.        Arrepentimiento Verdadero Produce un profundo odio al pecado.

El verdadero arrepentimiento se manifiesta al producir en el corazón un hábito arraigado por un profundo odio hacia el pecado. La mente de una persona arrepentida se vuelve en una mente habitualmente santa. Aborrecen lo que es malo, y se adhieren a lo que es bueno. Se deleitan en la ley de Dios. Romanos 8:8-13.

No significa que no pequemos nunca más, significa que cada vez que pecamos hay un dolor profundo, un odio arraigado contra el pecado. Romanos 7:10-25. Cuando una persona puede decir esto, usted tiene el quinto, o el paso de coronación, del verdadero arrepentimiento.

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